jueves, 23 de junio de 2016

Aun hoy vales....


Aún hoy me sorprende cómo el amor, en estos tiempos, se ha convertido en una especie de caja registradora. Parece que el valor de una persona se mide por lo que deposita, como si el amor fuera una transacción, un intercambio de bienes y servicios. Y lo que me sorprende aún más es la cantidad de personas que se han vuelto cajeras en esta tienda de la vida, facturando besos y caricias, no por la felicidad que deberían traer, sino por asegurar un futuro que quizás nunca llegue. ¿Cuánto costarán los sentimientos, las amistades? Si ese es el precio, prefiero ser pobre, pero rico en emociones.

A veces, veo tanta gente que, aunque sorda a las palabras, todavía puede escuchar el corazón. Pero luego están aquellos que son sordos de cerebro, atrapados en el ruido constante de la banalidad. ¿A dónde vamos si el amor se ha convertido en una definición de diccionario, un objeto más que se compra o se vende, como una casa o un coche? ¿A dónde hemos evolucionado si el motor de nuestra vida, que debería ser el amor, cada día anda con menos fuerza?

Tengo dos opciones: despertar los sentimientos que aún me quedan, esos que laten débiles pero seguros, o dormirme en el olvido del corazón, dejarme arrastrar por esa corriente de indiferencia que parece envolverlo todo. Pobres, aún muy pobres, somos si hemos perdido el valor de lo que no tiene precio. Ojalá, esta noche, la caja registradora no suene solo para contar dinero, sino para contar historias, para registrar emociones, para despertar esos corazones que han quedado olvidados en los anaqueles de la vida, expuestos pero nunca tocados.

Veo tantas personas con máscaras, pretendiendo ser lo que tienen, no lo que son. Y hoy, me declaro socialista sentimental. Sí, dedicaré mi amor por igual a todos, sin venderlo, sin canjear sueños ni vivir de las arcas del machismo. No me importa si me llaman loco, porque prefiero serlo en un mundo donde el amor es una moneda de cambio, donde valemos más por lo que poseemos que por lo que sentimos.

Aún hoy me sorprende… Ojalá, al amanecer, esta sensación no se convierta en algo común, en algo que pueda aceptar sin luchar. Porque, al final del día, aún hoy vales, mujer. No por lo que das, no por lo que compras, sino por lo que eres, por lo que sientes, por lo que sueñas.


Por: Juan Camilo Rodriguez Garcia


Tormenta de mi...




El silencio se desliza en la plenitud de mi olvido, como un eco que se desvanece en el abismo de mi mente. Es en ese vacío donde emergen ideas, fugaces destellos de existencia que, aunque brillan por un momento, rápidamente se disuelven en la nada. Suelen callar, sí, pero a veces, con la misma intensidad, mienten, hablan, lloran. Son ideas que brotan de caminos prófugos, aquellos que se pierden antes de llegar, olvidando el rumbo de mis días, esos que se escurren entre los dedos como arena.

Se pierden, se alivianan, somnolientas de sentido, divagando en el olvido como hojas arrastradas por un viento sin destino. Mis sentimientos, inertes y desgastados, habitan desiertos inclementes, esos paisajes áridos donde la esperanza se marchita bajo un sol implacable. Vivo en la isla del inclemente trastorno, construyendo sueños sin cimientos, sin realidades que los sostengan, soportando una vida que a veces parece un ciclo interminable de repetición.

Me envuelvo en engaños, en míseros abrazos que no logran calmar la soledad que siento. Sostengo los miedos a ser menospreciado, a que mis esfuerzos se vean reducidos a nada. Divagan sentencias en mi mente, intentando acoplarme a reglas que nunca entendí, que siempre sentí ajenas. Escriben caminos que ya hemos recorrido, una y otra vez, como si el destino fuera solo un bucle, una trampa de la que no podemos escapar.

Escriben promesas, esas que nunca se cumplen, que se quedan suspendidas en el aire, esperando un día que quizás nunca llegue. La gente pregunta, con miradas llenas de curiosidad y mentes abruptas, si aún seguimos vivos, si no estamos simplemente estancados, atrapados en lo mismo. Y a veces, me pregunto lo mismo. ¿Seguimos vivos, o solo estamos repitiendo un guion, una historia que ya hemos vivido mil veces antes?



Por: Juan Camilo Rodriguez Garcia

En tu silencio...



Quisiera flotar en tus miradas, dejarme llevar por ese océano profundo que son tus ojos, donde cada parpadeo es una ola que me envuelve y me arrastra hacia lo desconocido. No necesitaría nadar, me bastaría con hundirme en ellas, en ese abismo de silencios que escondes tras cada pestañeo. En tus ojos, el mundo se detiene, y el tiempo, que suele ser tirano, se convierte en cómplice.

En el silencio que rodea tus palabras, encuentro más que simples frases. Encuentro un lenguaje que solo tú y yo entendemos, un lenguaje que se esconde en los aromas que flotan en el aire cuando estamos juntos. Esos aromas que, como las flores, deslumbran y seducen, y que poco a poco desvanecen los recuerdos que intentan separarnos. Tus miradas, ahora infinitas, me han atrapado, y aunque el corazón ha partido lejos, el eco de tu ser sigue resonando en mí.

El sentir ya no es lo que solía ser. Ha sido opacado por razones, por motivos que a veces ni siquiera entiendo. Alejo el sentir, escondo el porvenir, como si eso pudiera protegerme del dolor que sé que vendrá. Amaneceres inconclusos, repetitivos, marcan el ritmo de mis días, mientras mi conciencia se dispersa, tratando de aferrarse a algo, a cualquier cosa que no sea tú.

Los segundos pasan, lejanos, y en cada uno de ellos solo te presentas tú. Eres como un susurro en la distancia, una sombra que se desvanece justo cuando intento alcanzarte. Estoy anestesiado, sin sentido, sentenciado a un destino que no elegí. Y en cada mirada que se me escapa, en cada instante que pierdo, siento que algo de mí también se va, se pierde contigo.

Solo me quedan secretos, suspiros que huyen de mí, pronunciando tu nombre en la oscuridad, pidiendo volverte a ver. Retumban en mi corazón, ese tambor que solo recuerda la melodía que juntos construimos, esa armonía que sigue latiendo en mis venas, aunque ya no estés aquí.

Y si este sueño, este largo sueño, llega a su fin... Ojalá estés en el despertar de mis días. Ojalá seas la luz que me reciba cuando abra los ojos, el primer suspiro de un nuevo comienzo, el primer latido de un corazón que nunca dejó de amarte.


Por Juan Camilo Rodriguez Garcia


Aprende viviendo...



No te dejes engañar por las apariencias que se desmoronan con el primer viento fuerte de la vida. A veces, nos aferramos a imágenes, a ideales que, al final del día, se desvanecen como polvo en el aire. No escondas tu corazón detrás de la razón de quien se refugia en el miedo, porque el miedo, aunque nos protege, también nos encierra, nos limita. Y vivir con el corazón cerrado es como caminar en una cueva oscura, donde nunca se alcanza a ver la luz.

No limites tus besos a simples palabras, no los conviertas en un gesto vacío. Un beso debe ser una chispa, una explosión de energía que conecta, que comunica lo que a veces las palabras no pueden. No dejes que tu existencia se marchite persiguiendo una casa, un carro, un viaje. Esas cosas, por más que las deseemos, son pasajeras. Y a menudo, cuando finalmente las alcanzas, te das cuenta de que estás solo, rodeado de paredes frías, sin nadie con quien compartir lo que has conseguido.

No niegues tu sonrisa, porque una sonrisa puede abrir puertas que creías cerradas, puede iluminar un día gris y reforzar un sentimiento que pensabas perdido. No te escondas detrás de un grupo de amigos, pensando que entre más tengas, más fuerte serás. Al final, muchos bosques se secan, y al caer el otoño de tus días, solo unos pocos árboles quedarán en pie, los verdaderos, los que resistieron todas las estaciones.

No vivas de soledades, de rencores o remordimientos. La vida es un reloj de arena que nunca se detiene, y el tiempo pasa demasiado rápido como para llenarlo solo de arena y vacíos. No te conformes con los ciclos que todos seguimos, como si fuéramos autómatas: nacer, estudiar, casarte, tener hijos, viajar, y luego heredar. Esa no fue la misión que el gran arquitecto nos dejó. Hay más en la vida que solo repetir lo que otros han hecho antes que tú.

Y por último, no dejes de sentir el aire en tu rostro. La vida es como un paseo en moto, llena de aire, de paisajes que pasan rápido, pero que son hermosos si te tomas el tiempo de apreciarlos. Pero, como todo paseo, eventualmente llega el momento de bajarse, de decir adiós. Por eso, mientras dure el viaje, vive cada segundo, siente cada ráfaga de viento, cada emoción que pasa por tu cuerpo.


Por: Juan Camilo Rodriguez

El calendario de lo comun...



Esclavos del consumo, nos movemos todos al mismo ritmo, como si una cuerda invisible nos atara a la rutina. Olvidamos el futuro, nos aferramos al impulso del momento, consumiendo sin pensar, repitiendo los mismos pasos una y otra vez, como péndulos incesantes que nunca se detienen. Nos levantamos cada día, ajustamos nuestras máscaras para encajar en un molde que no elegimos, y seguimos produciendo dinero, ese que al final se convierte en cemento frío, en paredes que nos rodean y nos limitan.

Vivimos atrapados en costumbres, en fachadas que esconden nuestras incertidumbres, construyendo espejos que solo reflejan lo que hemos perdido. Aprendemos en manadas, guiados como ovejas hacia un destino que nunca cuestionamos, acorralados por las expectativas y las normas que nos han impuesto. Sin despertar, sin liberarnos, seguimos el ciclo de esta raza universal, perdiéndonos en el vicio de andar sin pensar, sin detenernos a cuestionar.

Nacemos, estudiamos, nos profesionalizamos, nos casamos, nos multiplicamos. Trabajamos, prosperamos, morimos y heredamos. Y así, en ese amanecer infinito, cumplimos con lo que la vida nos dicta, sin nunca darnos cuenta de que hemos olvidado el verdadero camino, de que hemos desistido de soñar. A nuestros hijos les inculcamos las mismas costumbres, les enseñamos a no despertar, a seguir el rebaño, porque ser diferente, ser consciente, es una locura en un mundo que solo entiende de normas y patrones.

La manada no espera a nadie, porque en esta sociedad, todos somos dioses sin par. Conquistamos, devoramos, olvidamos. Dominamos, imponemos, esclavizamos. Hemos llevado la evolución a un punto donde lo inhumano se ha convertido en norma, donde aceleramos el desgaste de todo lo que es calculado, predecible. Y tal vez, solo tal vez, un día al amanecer, te des cuenta de lo simple que podría ser la vida, de lo mucho que hemos perdido en esta carrera sin fin.

Quizás ya estés repitiendo cada día sin anhelos, sin sueños. Quizás ya lo estés viviendo, y tal vez, solo tal vez, lo estés aborreciendo. La vida es tan corta, tan efímera, que si nos dedicamos a vivir en esta esclavitud, lo único que lograremos es reencarnar en la multitud, repetir el mismo ciclo, una y otra vez. Días sin sol, lunas sin amor, caminando por calles vacías, sin que nadie te escuche, sin que nadie te ame.

Pero el despertar, ese despertar que tanto necesitamos, está en tus manos. No caigas en lo humano, en lo que te han dicho que debes ser. Rompe las cadenas, cuestiona el camino, y tal vez, solo tal vez, encuentres la luz que tanto has buscado.


Por: Juan Camilo Rodriguez


Hoy...


Despierto, pero es un despertar extraño, como si aún estuviera atrapado en un sueño del que no puedo salir. Es un estado catatónico, una sensación de estar suspendido entre la vigilia y la ensoñación, donde las realidades se mezclan y las imágenes pierden su peso, su importancia. Todo parece distante, como si observara mi vida desde fuera, sin poder realmente tocarla.

Reacciono lentamente, como quien se enfrenta a una verdad incómoda. Me doy cuenta de que el tiempo no es más que una sucesión de intervalos pequeños, momentos efímeros de felicidad que aparecen y desaparecen sin previo aviso. Es una felicidad inconstante, fugaz, que se escapa entre los dedos antes de que pueda aferrarla. Y en medio de ese despertar, me invade un deseo profundo, casi desesperado, de hundirme en un mar de hedonismo, de dejarme llevar por placeres que me alejen de los afanes diarios que me consumen.

Pero luego, me miro en el espejo, y lo que veo es un abismo. No es solo el reflejo de mi rostro, es algo más profundo, más oscuro. Es la realidad que empieza a mostrar sus garras, esa que muchos evitan, cayendo en narcisismos que solo alimentan sus egos. Es fácil perderse en ese espejo, en la ilusión de que somos más de lo que realmente somos, en la trampa de creernos únicos, especiales. Pero al final, todo eso es vacío, es humo que se disipa cuando finalmente despierto... y me encuentro cara a cara con la verdad.

Ahí está, presente, el Gran Arquitecto del Universo. No como una figura imponente o temible, sino como una presencia serena, silenciosa, que lo abarca todo. Es una realidad que trasciende las ilusiones, que no se deja engañar por los espejismos del ego. Es la fuerza que sostiene el universo, que da forma a lo que es y a lo que será. Y en ese despertar, en ese momento de claridad, me doy cuenta de que todo lo demás, los afanes, los deseos, los espejos, son solo sombras pasajeras frente a esa luz eterna.


Por: Juan Camilo Rodriguez


Pense en vivir....



De niño, creía que los pájaros sonreían. En mi mundo, podías ser amigo de los animales, compartir secretos con ellos en el silencio del amanecer. Pero me enviaron al colegio, donde me enseñaron que esas ideas eran solo fantasías, y que la realidad era mucho más dura, más fría. Pensé que el amor era algo simple, algo que todos merecíamos, pero me enviaron a la iglesia, donde me hablaron de sacrificios y culpas, de pecados y redenciones.

Crecí pensando que la meta en la vida era aprender a ser una mejor persona, a entender el mundo con mis propios ojos. Pero me enviaron a la Universidad, donde los libros y las teorías a veces pesaban más que las experiencias reales. Ahí me dijeron que la felicidad no se encontraba en las cosas materiales, y sin embargo, me dieron tarjetas de crédito, como si el valor de mi vida pudiera medirse en compras y deudas.

Pensé que debía conocerme más, saber quién era realmente. Pero en lugar de eso, me enviaron a hacer postgrados, a llenarme de títulos que parecían más importantes que mis propios sueños. Creía que nunca estaría lejos de mi familia, que siempre tendríamos un lazo indestructible. Pero conocí los aviones, y con ellos, la distancia, esa que se mide en kilómetros y en años de ausencias.

Pensé que el amor era sinónimo de libertad, de volar juntos sin cadenas. Pero me enviaron al matrimonio, donde las expectativas y los roles empezaron a sofocar esa libertad que tanto valoraba. Creí que te amaría por toda la vida, que nada podría separarnos. Pero conocí el divorcio, ese abismo que divide corazones y sueños en partes irreparables.

Pensaba que la salud era simplemente cómo te sientes contigo mismo, un equilibrio interno. Pero me enviaron a conocer a los médicos, quienes con sus diagnósticos me enseñaron que el cuerpo y la mente no siempre caminan de la mano. Creí que mis hijos aprenderían lo que yo no pude, que romperían los ciclos. Pero me tocó enviarlos al colegio, repitiendo la historia que un día fue la mía.

Pensé en vivir la vida, en disfrutar cada momento. Pero conocí la muerte, esa sombra inevitable que nos recuerda lo frágil que es todo, lo efímero de nuestros planes. Y ahora, te pregunto... ¿tú aún estás pensando? ¿Pensando en vivir? ¿Pensando en despertar? Porque, a veces, pensar demasiado es lo que nos impide realmente vivir, realmente sentir.


Por Juan Camilo Rodriguez

Advenimientos de lo Universal


Ocultos, en lo más profundo de mi mente, laten pensamientos cargados de sentimientos, como un río subterráneo que fluye en silencio, pero con una fuerza imparable. Son pensamientos que susurran futuros, advenimientos que aún no se materializan, pero que ya se sienten en el aire, como una tormenta que se aproxima. Rompen los principios, esos viejos cimientos que ya no sostienen nada, que se han vuelto intrascendentes ante la magnitud de lo que viene.

La espera se vuelve una paradoja, un no-tiempo donde lo que se espera no tarda, pero tampoco llega. Es un espacio lleno de luces de cristal, frágiles y hermosas, reflejos de un amor que ha sido más actuación que realidad. Vivimos atrapados en ese apego infinito, en ese sentir que poco a poco se desvanece, mientras día a día construimos un destino que parece escaparse de nuestras manos.

Pero en medio de esa quietud, se escucha un clamor, un llamado al cambio que resuena en el universo, como un eco que crece, que se expande. Es un grito que rompe la ceguera que nos ha mantenido atrapados, manipulados, desesperados. Es el amanecer de una nueva era, una era que promete ser diferente, donde el amor prevalecerá sobre todo lo demás, donde lo material no será más que cenizas en una hoguera que arde con la luz de la verdad.

El rumbo que hemos seguido desaparecerá, se desvanecerá como el humo de esa hoguera. Ya no seremos un rebaño de ovejas, guiadas por fuerzas externas que no comprendemos. Dejaremos de ser una raza dividida, para convertirnos en una hermandad unida por algo más grande, más puro. Nos alejaremos de la superficialidad del amar, para danzar en un compás universal, donde cada latido, cada suspiro, sea una nota en la sinfonía del cosmos.

Pronto, muy pronto, cambiará nuestra manera de pensar. Nos despojaremos de los falsos ídolos, de los dioses que nos dividieron, de los mandamientos que nos esclavizaron. Las escrituras que nos encadenaron a viejas formas de ver el mundo, se desvanecerán como la niebla al amanecer. Seremos uno solo, una conciencia universal que no necesita más que del amor para existir, para ser.


Por: Juan Camilo Rodriguez .·.


Pensamientos..



No sabemos hacia dónde nos lleva la vida, y a veces parece que estamos navegando en la oscuridad, sin un mapa, sin una brújula que nos guíe. Quizás, solo seamos ovejas en un gran rebaño, siguiendo un camino que no elegimos. O tal vez seamos piezas en un inmenso tablero de ajedrez, movidos por manos invisibles, jugando un juego del que no conocemos las reglas.

Nos dicen que venimos al mundo para estudiar, trabajar, casarnos, tener hijos, y luego, inevitablemente, morir. Y después de nosotros, nuestros hijos repetirán los mismos ciclos, como un disco que se repite una y otra vez. Pero, ¿quién realmente lo sabe? ¿Cuántos se detienen a preguntarse si este es el verdadero propósito de la existencia?

Tal vez, solo tal vez, todo esto sea un sueño. Un largo sueño del que despertamos al morir, para descubrir una realidad que no podemos comprender mientras estamos aquí. O tal vez no haya un despertar, y simplemente nos desvanecemos en el olvido. No lo sé. Nadie lo sabe realmente. Pero si hay algo que creo, algo que siento en lo más profundo de mi ser, es que al final, lo único que nos quedará serán los recuerdos. Recuerdos de haber amado, de haber sentido, de haber compartido.

No hablo de amor en el sentido banal o superficial. Hablo del amor que trasciende, que va más allá de las palabras, de las promesas. El amor por la familia, ese lazo invisible que nos une más allá de la sangre. El amor por la pareja, esa conexión que nos hace sentir completos, aunque sea por un breve momento. Y el amor por el prójimo, porque, aunque a veces lo olvidemos, todos estamos en este viaje juntos.

No necesitamos biblias, ni creencias, ni juicios para entender esto. El amor, en su forma más pura, es lo único que realmente importa. Es lo que nos define, lo que nos eleva, lo que nos convierte en algo más que simples piezas en un juego. Y si al final, lo único que dejamos atrás son recuerdos de amor, entonces tal vez, solo tal vez, habremos cumplido nuestra misión, sea cual sea.

Porque en un mundo donde todo es incierto, donde las preguntas superan a las respuestas, el amor es lo único que permanece. Lo único que tiene sentido, lo único que realmente vale la pena.


Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

Y si todo acabara...


Y si el mundo se transforma... Entonces, no vivas solo de los reflejos o las apariencias que te rodean. Alimenta tu cuerpo con lo esencial, pero no dejes que la superficie te consuma. No te quedes en la cáscara de lo que eres, ve más allá, busca la sustancia, la esencia. Alimenta tu corazón, no solo con los sufrimientos que la vida te ofrece, sino con esas pequeñas alegrías que, aunque fugaces, llenan de luz los rincones más oscuros de tu ser.

Ama, sin miedo a lo que digan, sin miedo a los juicios o prejuicios que otros puedan tener. Ama con la intensidad de quien sabe que el amor es lo único que realmente tenemos, lo único que nos define, que nos sostiene. Alimenta tu intelecto, pero no te detengas en lo que ya sabes. Atrévete a desaprender, a cuestionar, a redescubrir el conocimiento desde otra perspectiva. Porque el aprendizaje nunca termina, y siempre hay algo nuevo por descubrir.

Llénate de los sentimientos que vienen de tu familia, de tus hijos, de tu pareja. Porque, al final del día, todo lo que somos es amor. Y cuando el mundo se transforme, cuando todo lo demás se desmorone, será el amor lo que permanezca, lo que nos acompañe. Todo lo demás, lo dejaremos atrás, en esta tierra que habitamos por un tiempo, pero que no es nuestro destino final.

Y si el mundo se acaba... Entonces vive. Vive sin frenos, sin ponerle pausa a tus sueños. Ríe sin contenerte, porque cada risa es un suspiro de vida que te acerca a la plenitud. Aprovecha el tiempo con los tuyos, sin dejar que las distancias o los rencores se interpongan. El tiempo es un bien tan escaso, que no podemos darnos el lujo de desperdiciarlo.

No postergues tus viajes, no dejes de conocer esos lugares que siempre has soñado visitar. Porque esos lugares son más que puntos en un mapa, son experiencias, son recuerdos que te acompañarán siempre. No ahorres para un futuro que quizás nunca llegue. Vive en el presente, porque es lo único que realmente tienes. No guardes más de lo que puedas usar, porque cuando el mundo se acabe, de nada te servirá lo que hayas acumulado.

No dejes de lado un perdón, un te quiero, un hasta pronto. Porque esas palabras, aunque simples, tienen el poder de sanar, de cerrar heridas, de abrir caminos. No ahorres besos ni caricias, porque son la expresión más pura del amor, y el amor es lo único que vale la pena.

Y si el mundo se va a acabar, quizás, solo quizás, podríamos vivir más. No en cantidad, sino en calidad. Vivir de verdad, sin miedos, sin reservas, con el corazón abierto y los brazos extendidos, listos para abrazar lo que venga, lo que sea. Porque, al final, vivir es el mayor acto de valentía, el mayor regalo que podemos darnos a nosotros mismos.



Por: Juan Camilo Rodriguez .·.


@ Veces




A veces se escuchan palabras, esas que entran por un oído y salen por el otro, dejando solo un eco vacío en el alma. A veces, sin embargo, esas mismas palabras se convierten en refugio, en escudo que nos protege de las miradas que, sin hablar, lo dicen todo. Miradas que cuestionan, que juzgan, que a veces nos obligan a huir al viento, a buscar en la distancia una libertad que parece inalcanzable.

A veces nos rendimos al tiempo, creyendo que él tiene todas las respuestas, que su paso lento y constante curará nuestras heridas. Pero también hay veces en que corremos deprisa, sin rumbo, como si el destino fuera solo una ilusión, un espejismo al que nunca llegaremos. A veces contemplamos sermones, esos que nos dictan cómo vivir, cómo sentir, pero que no logran tocar el fondo de nuestro ser.

A veces, simplemente aguantamos, soportamos miradas que se clavan en nuestra piel, como dagas silenciosas que desnudan nuestras inseguridades. A veces creamos vacíos, espacios en los que intentamos escondernos de nosotros mismos, del mundo. Y en esos vacíos, a veces, encontramos cinismo, esa frialdad que nos protege, pero que también nos aísla.

A veces clamamos perdones, buscando redención por los errores cometidos, por las traiciones sentidas. Porque, sí, a veces también sentimos traiciones, esos cuchillos invisibles que nos cortan por dentro, dejando cicatrices que tardan en sanar. Hay instantes de "tú", esos momentos en los que nos perdemos en el otro, en su esencia, en su ser. Pero también hay instantes de "yo", en los que nos encontramos a nosotros mismos, en los que sentimos, pedimos, decimos, y nos rendimos.

A veces oramos pidiendo en vano, con la esperanza de que una fuerza superior nos escuche, nos responda. Pero otras veces, callamos y simplemente damos la mano, en un gesto de humanidad, de comprensión. Porque a veces, el silencio habla más fuerte que cualquier palabra.

A veces es el dinero lo que nos mueve, lo que nos hace creer que estamos completos, que tenemos todo lo que necesitamos. Pero también hay veces en que el sentimiento pesa más, en que pedimos algo más, un vuelto emocional, una compensación que no se mide en monedas.

A veces decimos palabras, esas que salen sin pensar, que se rompen en el aire, dejando tras de sí solo fragmentos de lo que queríamos expresar. Y así, entre palabras y silencios, entre miradas y huidas, entre rezos y traiciones, seguimos adelante, a veces sin entender, pero siempre sintiendo.

Por: Juan Camilo Rodriguez .·.


@l final


Al final, pensé que todo era por ignorancia, esa neblina que nos envuelve cuando creemos saberlo todo. Pero en esa niebla, descubrí nuevas ideas, luces que se encendían en la oscuridad, revelando caminos que antes no veía. Era como si el mundo se expandiera ante mis ojos, mostrándome que siempre hay algo más por aprender, algo más por explorar.

Pensé que era por dinero, esa trampa en la que muchos caen. Pero en el fondo, descubrí que lo que realmente importa son esos momentos gratos, esos instantes que se convierten en recuerdos, en tesoros de un valor incalculable. Y me di cuenta de que el verdadero lujo no está en lo material, sino en las experiencias que compartimos, en las risas que nos arrancan el alma y en las miradas que lo dicen todo sin necesidad de palabras.

Al final, pensé que el mundo era enorme, inabarcable. Pero pronto comprendí que lo realmente grande son los caminos que recorremos, no los lugares que descubrimos. Esos caminos que nos llevan de un corazón a otro, de una historia a otra, creando conexiones que trascienden la distancia. Porque, al final, no importa cuán lejos vayamos, siempre estamos buscando algo, o quizás, alguien.

Pensé que la soledad sería mi compañera, esa sombra que a veces parece inseparable. Pero terminé encontrando su antónimo en tu corazón, en ese espacio donde mi soledad se disolvió en compañía, en comprensión, en amor. Y descubrí que, en realidad, no estamos tan solos como pensamos; solo necesitamos encontrar a esa persona que camine a nuestro lado, que nos tome de la mano y nos haga sentir completos.

Creí que todo era por poder, por tener control sobre lo que me rodeaba. Pero en el camino, encontré la humildad, esa que me enseñó a seguir adelante sin la necesidad de dominar, sino de acompañar. La humildad que me recordó que el verdadero poder no está en lo que poseemos, sino en cómo tratamos a los demás.

Al final, pensé en un Dios, en esa figura que tantos buscan en los momentos de desesperación. Pero lo que encontré fueron las palabras de muchos hombres, voces que, aunque distintas, resonaban con la misma verdad: la vida es un misterio, y cada uno la entiende a su manera. En esas palabras, descubrí que la divinidad está en lo que hacemos, en cómo vivimos, en cómo amamos.

Creí que todo estaba predestinado, que cada paso estaba escrito en algún lugar. Pero en la espontaneidad, en la capacidad de sorprenderme, encontré la verdadera magia de la vida. Esa chispa que surge cuando menos lo esperamos, que nos recuerda que no todo está planeado, y que eso, precisamente, es lo que hace que valga la pena.

Al final, encontré a mucha gente, pero me refugié en pocos. Porque en este vasto mundo, son pocos los que realmente importan, los que se quedan cuando todos los demás se van. Esos pocos son los que le dan sentido a todo, los que se convierten en nuestro refugio, en nuestra razón.

Decidí vivir para disfrutar, no para desaparecer en la monotonía del día a día. Porque al final, la vida no se trata de cuántos años vivamos, sino de cómo vivimos cada uno de esos años. Entendí que el destino final, ese atardecer del tiempo, no es algo que debamos temer, sino algo que debemos aceptar con la certeza de haber vivido plenamente.



Por: Juan Camilo Rodriguez .·.


Una Buena Idea...



¿Qué es una buena idea? A veces me pregunto si es algo que simplemente aparece, como una estrella fugaz en la oscuridad de la mente, o si es algo que se construye, ladrillo a ladrillo, con paciencia y dedicación. Porque, siendo honesto, una buena idea por sí sola no vale nada si no hay alguien que la traiga a la superficie, si no hay un equipo que la saque del fondo del mar donde yacería, olvidada, como una moneda sin valor.

Una buena idea no es solo un destello de creatividad, no. Es algo más profundo, algo que nace con un propósito, con un fin claro en mente. No es una solución rápida a un problema pasajero, sino una respuesta que resuena en el tiempo, que tiene la capacidad de mejorar y evolucionar. Porque si una idea no puede ser mejorada, no tiene futuro. Se desvanecerá tan rápido como apareció.

Y no creas que una buena idea es producto de la suerte. No. Las mejores ideas son el resultado de técnicas, de experiencias acumuladas, de caídas y levantadas. Son el fruto de manos que han trabajado, que han aprendido a golpear con precisión, no al azar. Son ideas que, cuando nacen, deben ser flexibles, adaptables, capaces de entrar en la mente de hombres y mujeres por igual, sin limitaciones, sin barreras.

Una buena idea tiene personalidad. Sabe quién es, pero no se deja llevar por el ego. Escucha las críticas, las analiza, y se construye a partir de ellas. No se queda estancada, sino que marca huella, abre caminos, deja rastros por donde otros puedan transitar. Pero, sobre todo, una buena idea debe ser tangible, materializable. Porque si no se puede hacer realidad, no es más que un sueño, un espejismo.

Para que una idea tenga valor, debe poder medirse. No con suposiciones, sino con resultados concretos. Tiene que ser capaz de pasar del papel a la realidad, de un sueño a un plan, y finalmente, convertirse en algo palpable, en algo que pueda ser tocado, visto, sentido. Y para eso, necesita de un buen equipo, de gente comprometida que crea en ella y esté dispuesta a trabajar para hacerla realidad.

Así que me pregunto, ¿qué buena idea tienes en ti? Porque si está ahí, esperando a salir, debes darle el espacio para crecer, para florecer. Reúne a las personas correctas, traza un plan, mide tus pasos, y sobre todo, no te detengas hasta que esa idea se convierta en una buena realidad.



Por: Juan Camilo Rodriguez .·.


El camino del Destino....

 

El Camino del Destino...

 


 

Seguir nuestro destino se llama vivir. Intentar cambiarlo, se llama aprendizaje. En el presente encontramos vida; en el pasado, anhelos; y en el futuro, incertidumbre. Los sentimientos los conocemos como pasos que dejamos en el camino, mientras que las huellas que marcan esos pasos se convierten en recuerdos.

 Las personas que amamos, esos seres especiales que tocan nuestras vidas, los llamamos maestros. El rencor, esa carga pesada, se convierte en freno. La envidia, un distractor que nos aleja de nuestra verdadera senda. La muerte, aunque temida, es en realidad una renovación. Las religiones, la política y las creencias, esas estructuras a veces rígidas, las conocemos como cadenas. Y los fanatismos, esos extremos que nublan el juicio, los llamamos esclavitud.

El tiempo, ese recurso inestimable, lo entendemos como finales. Las riquezas, a menudo deseadas, se transforman en anclas que nos impiden avanzar. Los motivos que nos impulsan los llamamos pasión, mientras que los olvidos, esas lagunas de nuestra memoria, se entienden como destino. Y finalmente, al amor, ese sentimiento supremo, lo llamamos eternidad.

 No te sorprendas por lo que has vivido o dejado de vivir. Sorpréndete por el aprendizaje que elegiste al venir a vivir tu destino. Cada experiencia, cada dolor y cada alegría, son lecciones que moldean nuestra existencia, que esculpen nuestro ser.

 

El árbol seco...




Se apagan los colores, como si el tiempo mismo hubiera decidido tomar un descanso y dejar que la vida se marchite en su ausencia. Es extraño ver cómo esas estaciones, que solían marcar el ritmo de nuestros días, ya no caminan con la misma certeza. Sus ideas se secan, al igual que sus ramas, quebradizas, como promesas olvidadas en un rincón de la memoria.

Lo que antes eran raíces firmes, llenas de vida, hoy son apenas hebras, recuerdos de lo que fue. Ya no hay frutos que recoger, esas cosechas que alguna vez alimentaron nuestras esperanzas. Los años han pasado, sí, y sus tallos, antes llenos de vigor, reflejan el desgaste de una existencia que se va apagando lentamente. Las destrezas, las novedades, las ideas que lo nutrían, se han perdido en el viento, dejando solo un eco vacío.

Los arroyos que fluían a su alrededor, dándole vida, se han secado, y los motivos que alguna vez lo impulsaron a crecer se han convertido en destierros infinitos, en promesas rotas que ya no tienen valor en este mundo de malezas. Las cicatrices marcan su destino, un destino que, aunque lleno de dolor, aún guarda la esperanza de germinar en el olvido. Es un contraste cruel, ver cómo las ideas que alguna vez florecieron se secan, y cómo las promesas, ahora abandonadas, se desvanecen en un mundo que parece haber perdido el rumbo.

Al lado del camino, este viejo amigo fallece en silencio, olvidado por sus hojas, desdichado en su soledad. Sus ramas caen, una a una, sobre la hierba del solsticio, y con cada una de ellas, un pedazo de su historia se va, dejando un vacío que no se puede llenar, una tristeza que no se puede escribir.

Y ahí queda, en medio del camino, un testigo mudo del paso del tiempo, un recuerdo de lo que alguna vez fue, y de lo que ya no será. Sin haberlo escrito, deja un gran vacío, un hueco en el alma de quienes lo conocieron, un lamento silencioso que resuena en el viento, llevándose consigo los colores, las promesas, y las esperanzas que alguna vez lo mantuvieron en pie.


Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

De ti soy...




Tráeme de vuelta. No como quien busca una permanencia eterna, sino como quien entiende que lo efímero tiene su propia magia. Llévame a tu lado sabiendo que no seré tuyo para siempre, pero que en este instante, en este preciso momento, lo soy por completo. Escóndeme en la profundidad de tu mirada, deja que tus ojos me encuentren una y otra vez, como si en cada parpadeo, en cada instante de oscuridad, me volvieras a descubrir.

Libérame de tus apegos, porque solo así podré regresar a ti, una y otra vez, sin ataduras. Escucha el latido de tu corazón, que resuena al compás del mío, un reflejo de lo que sentimos, de lo que somos cuando estamos juntos. Y cuando las palabras amenacen con romper la magia del silencio, no temas. Rompe en ese mismo silencio, deja que hable por nosotros, que diga lo que nuestras bocas no se atreven a pronunciar.

Dibuja mi rostro en un cuadro de verano, en ese espacio donde existimos juntos, donde el calor del sol y la brisa suave nos envuelven en un abrazo eterno. Sueña en mi mente, permite que esos sueños se transformen en realidades, que vivan en los rincones más profundos de nuestro amor. Que esos sentires no se queden en meros deseos, sino que despierten en realidades tan tangibles como el aire que respiramos.

Construye en cada día algo que sostenga eternidades. No busques lo grandioso, busca lo real, lo que perdura en la sencillez de un gesto, de una sonrisa, de un susurro compartido. Abre tu firmamento a esos días nublados donde, entre las sombras, puedas encontrar la belleza oculta. Mezcla tus colores con los míos, no para crear un cuadro perfecto, sino para aprender a dibujarlo juntos, a darle forma a lo que somos, a lo que seremos.

He huido, sí, pero también he llegado. Estoy en constante movimiento, pero no desfallezco. Pronto estaré siempre libre a tu lado, sin cadenas, sin barreras, solo nosotros dos, navegando en este mar de emociones que compartimos. Porque, al final, ni siquiera dos gotas de agua se reflejan siempre de la misma manera, pero ambas comparten el mismo origen, el mismo destino.

Por: Juan Camilo Rodriguez .·.


Sombras de vida.....



Las sombras. Esas presencias silenciosas que, aunque inmateriales, cargan el peso de lo que fui, de lo que he vivido. A veces se esconden en los rincones de mi mente, otras veces se despliegan frente a mí, desafiantes, como si quisieran recordarme quién era, qué he dejado atrás. Son sombras que no necesitan forma para existir, que se deslizan en la penumbra de mis pensamientos, llenando de incertidumbre cada paso que doy.

Hay sombras que brillan, que se alimentan de lo que los demás piensan, de las opiniones que, aunque vacías, logran hacer eco en mi ser. Son sombras que me susurran al oído, que me dicen que el silencio no es mi aliado, que dejar de hablar, de enfrentar, solo me hunde más en ese letargo. Son sombras que me muestran el reflejo de la avaricia, de las mentiras que he contado y que se han contado sobre mí. Y aunque huyan al llegar la luz de un nuevo día, sé que nunca se van del todo. Regresan, siempre regresan, cuando menos las espero.

Estas sombras me siguen, me observan, como un espejo distorsionado que muestra una versión de mí que a veces no reconozco. Me indican mis fobias, mis miedos más profundos, aquellos que preferiría ignorar. Son sombras que escriben mis días con tinta oscura, llenando de pesares mis horas, recordándome los tiempos en los que la alegría parecía un sueño lejano.

Pero, ¿qué ocultan realmente estas sombras? ¿Qué verdades distorsionadas reflejan cuando se presentan ante mí? Son como velos que cubren lo que realmente soy, lo que he sido, lo que temo llegar a ser. Y aunque trato de ignorarlas, de seguir adelante como si no existieran, su presencia es inevitable, constante, una parte intrínseca de mi existencia.

Y así, me encuentro viviendo una vida de sombras escondidas, de luces y oscuridades que luchan por prevalecer. Cada día es una batalla entre lo que fui y lo que quiero ser, entre las sombras que me persiguen y la luz que intento alcanzar. Y aunque a veces parece que las sombras ganan, sé que mientras haya un rayo de luz, por tenue que sea, hay esperanza. Porque al final, las sombras solo existen donde hay luz. Y mientras pueda verlas, sé que sigo luchando, que sigo vivo.

Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

Rompe las Cadenas…



Romper las cadenas... No hay frase que resuene más fuerte en mi interior. Porque, a lo largo de la vida, acumulamos cadenas que no siempre vemos, pero que sentimos en cada paso que damos. Cadenas que nos atan, que nos limitan, que nos impiden volar tan alto como sabemos que podemos. Y es en ese momento, cuando reconocemos su peso, cuando decidimos que es hora de liberarnos.

Rompe las cadenas del ego, ese ego que nos hace esclavos de nosotros mismos, que nos ciega y nos aleja de lo que realmente importa. Libérate de la necesidad de ser siempre el primero, el mejor. Porque en esa competencia absurda, perdemos de vista lo que nos hace humanos, lo que nos conecta con los demás. Deja de lado las cadenas del pasado, porque aferrarse a lo que ya fue solo envejece el alma. El tiempo que no construye, que no crea, es tiempo perdido. Y yo me niego a perder más tiempo en nostalgias que no me llevan a ningún lugar.

El corazón, ese guía silencioso, también necesita ser liberado. Deja que él marque tu camino, sin las restricciones de la razón que a veces nos limita. Porque la razón, aunque necesaria, no siempre entiende el lenguaje del corazón. Escucha más al silencio que a las voces que ensordecen, porque en el silencio es donde encontramos las respuestas más profundas, esas que nos enaltecen y nos permiten ser verdaderamente libres.

Rompe las cadenas del amor que nos limita, que nos hace pensar que solo podemos amar de una manera. Vive el amor en toda su plenitud, sin miedos, sin reservas. Porque el amor verdadero no tiene límites, no conoce fronteras. Y si hay algo que nos hace realmente vivos, es amar sin restricciones.

El miedo, esa sombra que nos sigue a todas partes, también debe ser dejado atrás. Porque el camino, aunque incierto, está esperando por nuestros pasos. Y esos pasos, a veces lentos, otras veces rápidos, son los que dejan huella en el mundo. No dejes que el afán te haga correr sin sentido. Aprende a disfrutar cada momento, cada paso, cada respiro.

El olvido es otra cadena que debemos romper, porque nuestra vida se construye de recuerdos, de momentos que nos han marcado, que nos han hecho quienes somos. Y el rencor, esa carga pesada, no nos deja avanzar. Rompe con él, porque al final de nuestros días, lo único que queremos es paz.

El fracaso, aunque doloroso, no debe ser una cadena. Porque cada tropiezo es una lección, y cada lección nos acerca más al éxito. La cotidianidad, esa rutina que nos adormece, también debe ser desafiada. Vive cada día como si fuera único, porque en realidad lo es.

El egoísmo, el materialismo, todos esos vicios que nos atan, deben ser dejados atrás. Porque al final, el peso de lo material no nos deja elevarnos. Y en el amor, no te conformes con un solo beso. Aprende a dibujar nuevos lienzos con tus labios, a crear nuevas historias con cada caricia.

La pasión, ese fuego interno, debe ser despertado en cada parte de ti. No la reprimas, no la limites. Deja que arda, que te consuma, que te haga sentir más vivo que nunca. Y cuando ames, no supongas. Dalo por hecho, grítalo, vívelo.

Porque al final, romper las cadenas es lo que nos permite ser verdaderamente libres. Libres para soñar, para amar, para vivir. Y aunque esas cadenas nos hayan atado por tanto tiempo, siempre hay una fuerza en nuestro interior que sueña con liberarse. Y ese sueño, mi amigo, es el que nos mantiene vivos.


Por: Juan Camilo Rodriguez .·.


Escribe de amor me dijo....


Escribo de un amor que no se conforma con las reglas de este mundo. Un amor que se ríe de los relojes, que no entiende de tiempos exactos pero sí de momentos perfectos. Es ese amor que te espera en la esquina de una calle desconocida, que te mira a los ojos y te invita a seguir caminando, juntos, aunque no sepas a dónde.

Escribo de un amor que, a pesar de la distancia, construye puentes con palabras. Palabras que se transforman en abrazos cuando los kilómetros nos separan. Es un amor que, aunque empezó como un fuego voraz, ahora se mantiene con una llama constante, una llama que no se apaga, aunque el viento sople fuerte.

Es un amor que no necesita de reglas para existir. Un amor que nos permite ser libres, pero que siempre encuentra su camino de regreso al otro. Escribo de un amor que se nutre de diferencias, de culturas lejanas, de pasados que parecían imposibles de unir. Y sin embargo, aquí estamos, construyendo nuestra propia verdad, nuestra propia historia.

Escribo de un amor que, al principio, fue de mentiras, de miedos, de dudas. Pero esas mentiras se transformaron en verdades tan puras que se reflejan en mi alma. Un amor que no necesita de castillos ni de cuentos de hadas, porque nuestra historia se escribe en los pequeños gestos, en los detalles que solo nosotros entendemos.

Es un amor que no pide palabras, porque se instala en el corazón con un solo beso. Es un amor de tierras ajenas, de aventuras nuevas, de cuentos que nunca terminan. Y aunque la soledad a veces nos toca, siempre encontramos el camino de vuelta el uno al otro.

Escribo de mis errores, de mis tropiezos. Pero también escribo de cómo aprendí a levantarme, de cómo juntos construimos algo más grande que nosotros mismos. Escribo de un amor que se eleva, que siente el viento en sus alas y que crece, incluso cuando no estamos volando. Un amor que se prometió sin necesidad de promesas, que se comprometió en el reencuentro y que encontró su lugar en el firmamento.

Este amor es caprichoso, valiente, lleno de entendimientos que solo nosotros compartimos. Es un amor que brilla en los ocasos y oscurece los amaneceres, pero que siempre encuentra la manera de contemplarlos juntos. Escribo de un amor que se hace canción, que resuena en mi alma y que seguiré escribiendo hasta que la vida me lo permita.

Por: Juan Camilo Rodriguez .·.


Oda a la muerte....


La vida. Ese misterio insondable que, al principio, nos envuelve en una carrera frenética por encajar, por sobrevivir. Pero, ¿cuándo fue que empezamos a preguntarnos por qué? ¿Cuándo nuestros pasos dejaron de ser meros movimientos mecánicos para convertirse en una búsqueda de sentido? Vivimos llenando nuestros días de cosas, de lujos, de una falsa seguridad que nos hace creer que estamos a salvo de lo inevitable. Pero, ¿realmente lo estamos?

Al final, todos somos sombras del pasado, arrastrando culpas que no nos pertenecen, brillando como diamantes en la oscuridad, tratando de dar sentido a nuestras pasiones, a nuestros desmanes. Y mientras corremos tras el éxito, tras el reconocimiento, nos olvidamos de preparar esa última partida. La muerte, silenciosa y paciente, nos espera en el umbral. Y cuando llegue, ¿estaremos listos?

El vivir, en su incesante avance, silencia nuestras preguntas más profundas. Nos distrae con el "cómo" y el "cuándo", mientras que el "por qué" y el "hacia dónde" permanecen en las sombras. Pero esas preguntas, aunque las evitemos, siguen ahí, latentes, esperando el momento de ser respondidas.

Es irónico, ¿no? Pasamos la vida acumulando cosas, rodeándonos de comodidades y apariencias, pero cuando llegue el momento, no podremos llevarnos nada de eso. Ni el dinero, ni los títulos, ni las posesiones. Solo quedará la esencia de lo que fuimos, de lo que hicimos, de lo que amamos.

Y entonces, en ese último suspiro, nos daremos cuenta de que la verdadera riqueza no está en lo que tenemos, sino en lo que somos. En cómo vivimos, en cómo amamos, en cómo enfrentamos nuestros miedos y abrazamos nuestras pasiones. Porque al final, lo único que nos llevaremos será eso: la experiencia de haber vivido plenamente, de haber amado sin reservas, de haber sido fieles a nosotros mismos.

Así que, mientras estemos aquí, vivamos con la consciencia de que cada día es una oportunidad para ser más, para amar más, para preguntarnos más. Porque, aunque la muerte nos recuerde que "hasta aquí fue", lo importante es lo que hicimos hasta llegar a ese punto. Y si lo hicimos bien, no tendremos miedo de lo que venga después.



Por: Juan Camilo Rodriguez .·.


El Amor Verdadero...



El amor verdadero, ese enigma que tantos intentan descifrar, se murmura en las esquinas de las calles, se escribe en versos y se pinta en lienzos. Pero, ¿cuántos realmente lo sienten? ¿Cuántos permiten que esa fuerza ancestral los atraviese, los desarme y los reconstruya? Porque el verdadero amor, ese que no se encuentra en cualquier esquina, no es solo palabras dulces ni caricias suaves, es un huracán que te transforma de adentro hacia afuera. Un río que arrastra con todo lo que eras para dejarte, al final, siendo alguien nuevo.

Amarnos a nosotros mismos. Ahí radica el primer paso hacia ese amor que no conoce límites. Porque, ¿cómo podemos esperar que otro nos ame si nosotros mismos no somos capaces de mirar nuestro reflejo con ternura, con perdón? Perdón por todas las veces que hemos caído, por las promesas que no cumplimos, por los errores que cargamos como piedras. El verdadero amor empieza cuando somos capaces de soltar esas piedras, de liberarnos de esos lastres que nos impiden volar.

El amor verdadero no es fácil, no es un cuento de hadas donde todo es perfecto. No. Es reconciliación constante, es la unión de dos almas que, aunque diferentes, se complementan. Es escuchar con el corazón y no con la mente, sin juicio, sin críticas. Es saber que el tiempo no lo define, pero que en él perdura, como una melodía suave que resuena a lo largo de los años.

No se compra, no se vende, no se reemplaza. Es un amor que se enraíza en lo más profundo, que no se cansa de buscar la mejor versión de sí mismo. Porque el amor verdadero, aunque imperfecto, siempre puede ser mejor. No necesita ser perfecto, solo necesita ser real, tangible, aunque a veces parezca un sueño del que no queremos despertar.

Este amor es una paradoja, un libro en blanco donde las palabras se escriben solas, sin orden, sin razón. Es un caos hermoso, indeducible, irracional. Pero, en ese desorden, encontramos un hogar. Un lugar donde podemos ser nosotros mismos, con nuestras luces y nuestras sombras, y aún así, ser amados.

El verdadero amor está en cada día, en los pequeños detalles, en las miradas que hablan sin palabras, en los silencios que no necesitan ser llenados. Está en la paciencia, en la compasión, en la capacidad de ver más allá de las imperfecciones y encontrar belleza en lo que otros considerarían defectos.

Así es el amor verdadero. Un viaje sin mapas, sin rutas definidas, donde cada paso es una lección, cada caída es una oportunidad para levantarse. Es un viaje que nunca termina, porque cada día hay algo nuevo que aprender, algo nuevo que amar.

Un viaje que trasciende el tiempo, que vive en las fantasías, pero que se siente en lo más profundo de nuestro ser. Porque, al final, el amor verdadero es el único que tiene la capacidad de trascender, de permanecer, de vivir en nosotros, en cada latido, en cada suspiro.


Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

En la prisión de lo humano...


En la prisión de lo humano...





En la prisión de lo humano, los barrotes de la razón encarcelan al corazón. Nos movemos en una rutina que se convierte en días, y esos días escriben nuestros años. Los profetas de dioses, que alguna vez fueron símbolos de esperanza, se transforman en lacayos de un sistema que nos oprime.

Cada día, cuento mis penas, olvidando las quejas. En esta prisión, la vida nos añade barrotes y cadenas con formas de religión, política y consumo. ¿Será la muerte una llave a la esclavitud o tan solo una entrada para profundizarla? Me pregunto mientras las noches se alargan y los días se acortan.

Barrotes de fe, esclavitud de dioses. Promesas incumplidas, esclavitud de decepciones. El ego nos esclaviza con el poder, y los recuerdos nos encadenan a cosas que no se realizaron. La vida misma se convierte en un carcelero, esclavizando nuestros pasos y encerrando nuestras ideas.

Anhelamos la libertad de hechos, la libertad de verdades, la libertad de creencias. Pero en esta prisión de lo humano, solo los sueños parecen liberarnos.

Siento el peso de los días sobre mis hombros, cada uno marcado por la rutina y la monotonía. Despierto y veo los mismos muros, las mismas caras, los mismos sueños sin realizar. El aroma del café matutino es una constante, una pequeña chispa de normalidad en un mundo de incertidumbre.

Mis pensamientos son un torbellino. ¿Cómo es que llegué aquí? La fe, que alguna vez fue un faro de esperanza, ahora se siente como una cadena. Las promesas rotas, los sueños incumplidos, todo se acumula, formando una prisión invisible pero tangible.

El viento sopla suavemente a través de la ventana, trayendo consigo el aroma de la libertad que nunca he conocido. Me pierdo en los recuerdos de lo que podría haber sido, de las oportunidades que dejé pasar, de los caminos que no tomé.

Los dioses que alguna vez adoré ahora me parecen distantes, indiferentes a mis luchas. Las voces de los profetas resuenan en mi mente, pero sus palabras han perdido su poder. El ego, ese cruel maestro, me empuja a buscar más, a nunca estar satisfecho.

Mis pasos son pesados, cada uno cargado con el peso de las decisiones pasadas. Me muevo a través de los días como un espectro, buscando una salida, una grieta en los muros de mi prisión.

A veces, en la quietud de la noche, cierro los ojos y sueño. Sueño con un mundo sin cadenas, sin barrotes. Un lugar donde puedo ser verdaderamente libre, donde mis ideas pueden volar sin restricciones, donde mi corazón no está encarcelado por la razón.

Me pregunto si alguna vez encontraré esa libertad, si alguna vez romperé las cadenas que me atan. Pero hasta entonces, seguiré soñando, seguiré buscando. Porque en la prisión de lo humano, los sueños son mi única escapatoria.

En este rincón de la existencia, donde los días se confunden con las noches y la esperanza parece un susurro lejano, me aferro a los sueños. Son mi refugio, mi escape, mi promesa de libertad en un mundo de esclavitud. Y mientras haya sueños, habrá una chispa de esperanza en la prisión de lo humano.



Por: Juan Camilo Rodriguez .·.