lunes, 17 de marzo de 2025

Latidos Ocultos

 

Cada mañana cuando entro a la oficina siento esa electricidad recorriéndome el cuerpo. Y no es el café ni las miradas curiosas del resto es él. Gabriel, con esos ojos oscuros que parecen esconder tormentas que deseo desatar. Nos cruzamos en el ascensor y él, con su voz ronca, me dice “hola hola”, así, como si no importara, pero lo que provoca en mí es devastadoramente importante.


Cada pequeño roce, cada encuentro casual en el pasillo, es una invitación silenciosa a un mundo prohibido. En las reuniones, mientras todos hablan de proyectos y fechas, mis ojos se pierden en él. De pronto, me mira directamente—atrapada, hipnotizada—y un escalofrío delicioso recorre mi columna. La tensión en el aire es densa, dulce como miel caliente.


Una noche, después de semanas de mensajes tímidos pero cada vez más audaces, decidimos escaparnos. Nos encontramos en un rincón oscuro del estacionamiento, alejados de miradas indiscretas, y el mundo deja de existir en ese instante en que sus labios, cálidos y hambrientos, devoran los míos.


Nuestros encuentros se vuelven cada vez más atrevidos. En el auto, bajo la complicidad de la noche, Gabriel me toma con una urgencia apasionada. Sus labios dibujan fuego sobre mis senos, su lengua recorre lentamente mis pezones, encendiéndome. Baja por mi abdomen hasta mis caderas, trazando caminos ardientes mientras sus manos firmes aprietan mis muslos, devorándome con un hambre que enciende cada centímetro de mi piel. Nuestros cuerpos arden juntos, fusionados en un placer desesperado.


Pero nada es suficiente, y la pasión nos empuja cada vez más lejos. Un día, en el ascensor de la oficina, la tensión estalla sin aviso. Con una mirada cómplice, nos colocamos estratégicamente de espaldas a las cámaras. Sus manos, rápidas pero discretas, se deslizan bajo mi falda mientras mis dedos se cuelan en sus pantalones, buscando el calor y la dureza que tanto he deseado. Nos masturbamos mutuamente, silenciosos y desesperados, con el corazón acelerado y las respiraciones contenidas. El riesgo aumenta nuestra excitación hasta límites delirantes, y ambos llegamos al clímax justo antes de que se abra la puerta del ascensor. Una última mirada cómplice, una sonrisa fugaz, y salimos como si nada hubiera pasado, aunque ambos sabemos que acabamos de cruzar una línea peligrosa y absolutamente deliciosa.




Pero nuestros encuentros se vuelven cada vez más atrevidos. En el baño de la oficina, la tensión acumulada estalla en un abrazo desesperado. Sus labios recorren mi cuello mientras sus manos desabrochan mi blusa con prisa febril. La respiración entrecortada llena el pequeño espacio, acelerando nuestros corazones. Sus dedos trazan caminos que me llevan al borde del delirio. Nuestros cuerpos vibran al unísono hasta que llegamos juntos al clímax, compartiendo un orgasmo profundo que sellamos en un beso ardiente y prohibido.


La noche envolvía la habitación en un silencio expectante. Ella sentía su corazón golpear con fuerza contra su pecho, cada latido cargado de la mezcla agridulce de miedo y deseo. En su mente, las dudas se arremolinaban: ¿Debería detener esto ahora, antes de que sea demasiado tarde? Pero al mismo tiempo, un calor embriagador recorría su cuerpo, desde el cosquilleo que nacía en la base de su nuca hasta el temblor suave en sus manos. Él estaba a solo unos pasos, tan cerca que podía distinguir cómo también contenía la respiración; sus ojos oscuros reflejaban la misma indecisión tormentosa. Ambos sabían que una vez que cruzaran ese límite, nada volvería a ser igual, y esa certeza los aterraba a la par que alimentaba el fuego que amenazaba con consumirlos.


Él alzó una mano con lentitud temblorosa y rozó suavemente la mejilla de ella con el dorso de los dedos. Un estremecimiento involuntario la recorrió al sentir esa caricia contenida, como un relámpago de placer y ansiedad que encendió cada nervio bajo su piel. No puedo pensar con claridad cuando me toca…, se confesó en silencio mientras cerraba los ojos, dejándose llevar por la cálida sensación de su piel contra la suya. Por su parte, él luchaba contra el impulso de estrecharla en sus brazos de golpe; una parte de él temía que cualquier movimiento brusco la ahuyentara. Sus miedos susurraban que quizás estaba yendo demasiado lejos, pero el anhelo era más fuerte: sentía el suave aroma de su cabello nublando su juicio y la cercanía de sus labios entreabiertos era una tentación imposible de ignorar.






Durante un instante eterno, ninguno de los dos se movió, atrapados en ese juego tortuoso de incertidumbre y deseo feroz. Sus respiraciones entrecortadas eran el único sonido en la oscuridad; los ojos de ella buscaron los de él, intentando leer en ellos alguna señal de que debían parar o continuar. En las profundidades de su mirada vio reflejado el mismo fuego que ardía en su interior, y fue entonces cuando su última gota de resistencia se evaporó. Con un gemido suave que era mitad súplica y mitad rendición, ella acortó la distancia y rozó con sus labios los de él. Ese contacto apenas insinuado rompió la quietud: él respondió al beso primero con delicadeza temerosa, luego con un hambre creciente, abriendo paso a la pasión contenida tanto tiempo. Los dedos de él se entrelazaron en el cabello de ella con urgencia suave, mientras las manos de ella se aferraban a la camisa de él como si temiera que en cualquier segundo pudiera desvanecerse aquella realidad ardiente.


Lo que empezó como un roce tímido se transformó en un arrebato incontenible. Ella se encontró atrapada entre el muro y el cuerpo firme de él, sintiendo el calor que emanaba de cada rincón de su ser. Sus labios, antes dubitativos, ahora la exploraban con devoción desesperada: trazaron un camino de besos febriles desde la comisura de su boca hasta la curva sensible de su cuello, encendiendo a su paso una estela de escalofríos deliciosos. Nunca me había sentido tan viva…, pensó ella, ahogando un suspiro cuando él mordió con suavidad la piel delicada de su cuello, enviándole oleadas de placer que desterraban cualquier rastro de temor que pudiera quedar. Él, perdido en el sabor y el aroma de ella, sintió cómo sus propias barreras se derrumbaban; sus dudas se disiparon al escucharla suspirar su nombre con esa mezcla de urgencia y entrega total. Ya no había espacio para la vacilación: con ternura y pasión a partes iguales, la levantó apenas para acercarla más, fundiéndose el uno en el otro sin reservas. Ambos se abandonaron a ese momento, con sus cuerpos y almas entrelazados. En cada caricia descubrían que el miedo había dado paso a una necesidad infinita de amarse con toda la intensidad que durante tanto tiempo se habían negado.


Nuestros cuerpos se vuelven adictos uno al otro, nuestros corazones latiendo al ritmo desenfrenado de una pasión secreta, irresistible e inolvidable. Nuestros encuentros se vuelven una danza secreta entre la urgencia y la desesperación. En cada beso, en cada caricia robada en la penumbra, descubrimos un lenguaje que no necesita palabras. El deseo nos arrastra sin piedad, pero en lo más profundo de nuestra piel arde algo más: algo que no se disipa con el amanecer ni se sacia en los fugaces momentos de entrega.


Entonces, un día, el juego se detiene. No porque la pasión se haya apagado, sino porque ha tomado una forma diferente.


Nos encontramos en su departamento, pero esta vez no hay prisa, no hay necesidad de escondernos. Él me mira como si viera algo más allá del deseo, algo que lo asusta tanto como lo atrae. Y yo, que creía que esto solo era un incendio pasajero, me descubro anhelando más que su cuerpo.


—No quiero que esto sea solo una aventura —susurra, su pulgar acariciando mi mejilla con una ternura que me desarma.


Mi pecho se aprieta, mi respiración se entrecorta. Porque siento lo mismo. Porque esto ya no es solo piel contra piel, sino alma contra alma.


En ese instante lo sé: hemos cruzado un umbral del que no hay regreso.


Nos amamos esa noche de un modo distinto, sin el vértigo del secreto ni la urgencia del pecado. Nos besamos como si estuviéramos aprendiendo el significado de cada caricia, con la certeza de que el deseo es solo una parte del todo. Nuestros cuerpos se buscan, sí, pero esta vez nuestros corazones laten al mismo compás, reconociéndose en la oscuridad.


Cuando la madrugada nos encuentra entrelazados, su aliento tibio en mi cuello y su brazo rodeando mi cintura, no hay más miedo, solo la certeza de que el fuego que nos consume ha dejado de ser solo un incendio pasajero.


Nos pertenecemos. No como un secreto escondido entre pasillos y ascensores, sino como una verdad que ya no necesita ocultarse.


Y así, con la piel marcada por su amor y la certeza de que esto apenas comienza, me dejo caer en el abismo de su abrazo, sabiendo que esta historia, lejos de terminar, acaba de empezar.

sábado, 8 de marzo de 2025

El frio Ardiente del placer, en boca del halls


 Su boca descendió como un murmullo de sombras y fuego, el frio del halls fue trazando sobre su piel un mapa de deseo con el frio de cada beso, cada roce, cada aliento contenido.


Sus labios se posaron en sus senos con la devoción de un peregrino que encuentra su santuario. Primero fue un roce suave, apenas un susurro de piel contra piel, antes de que su lengua dibujara círculos lentos alrededor de sus pezones, endureciéndolos, despertándolos. Los atrapó entre sus labios, jugando con la presión, arrancándole suspiros entrecortados mientras el calor de su boca y el frio de aquel caramelo se mezclaba con el escalofrío que recorría su piel.


Bajó por su vientre, dejando un camino de besos húmedos, encendidos, marcando su piel como si cada caricia fuera una promesa. Su lengua jugueteó con el ombligo, un punto de encuentro entre el placer y la anticipación. Sus manos, firmes y cálidas, recorrían su cuerpo con la calma de quien saborea cada instante, sin prisas, sin apuros.


Giró su cuerpo con delicadeza, deslizando sus labios por la curva de su espalda, recorriéndola con una mezcla de reverencia y deseo. Besó cada vértebra como si deletreara un hechizo sobre su piel, descendiendo lentamente hasta el valle donde su aliento se volvió más profundo, más contenido, más hambriento.


Y entonces la encontró, abierta, entregada, temblando de expectativa. Sus labios se posaron sobre su vagina con la misma devoción con la que había besado su boca. Su lengua se deslizó lenta, explorando cada pliegue con la delicadeza de quien degusta un manjar prohibido. No era solo placer, era arte, era un ritual en el que cada roce, cada movimiento, la sumergía más en el abismo del éxtasis, su clitoris clamaba su lengua, su placer derramaba en su boca, estremeciéndola y latiendo sin control, deseando sentirlo adentro llenando cada espacio de su placer.


Sus gemidos eran el único testimonio de su rendición, de ese dulce y ardiente naufragio en el que se perdió sin resistencia, guiada solo por el compás de su boca, por el hambre insaciable de sus besos y por aquel caramelo que congelo y éxito cada paso de su lengua por su cuerpo

martes, 25 de febrero de 2025

El Pacto del Sacrificio: Esclavitud, Sangre y la Ilusión del Libre Albedrío

 El Pacto del Sacrificio: Esclavitud, Sangre y la Ilusión del Libre Albedrío



Desde tiempos inmemoriales, la historia de la humanidad ha sido una crónica de sacrificios. Civilizaciones enteras han alzado sus imperios sobre la sangre de sus súbditos, convencidas de que la ofrenda de vidas era necesaria para obtener poder, favor divino o estabilidad. Pero detrás de cada sacrificio, se esconde un pacto—uno que nos mantiene atrapados en una rueda interminable de control, sometimiento y falsa evolución.


Sin embargo, este sacrificio no ha sido solo físico. La esclavitud ha cambiado de forma, transformándose en la esclavitud mental, emocional y espiritual. Hoy, el sacrificio sigue existiendo, solo que es más sutil, más sofisticado, más aceptado.


Pero antes de entender cómo romper el ciclo, hay que comprender cómo comenzó.

Las Civilizaciones del Sacrificio: La Sangre Como Moneda del Poder


Desde los sumerios hasta las pandemias modernas, el sacrificio ha sido una constante. A veces, se ha hecho en nombre de los dioses, otras en nombre de la civilización, la ciencia o la estabilidad social.


1. Los Sumerios y los Sacrificios de Servidumbre


La primera gran civilización humana, la sumeria, ya practicaba sacrificios. En las tumbas de la ciudad de Ur, se encontraron esqueletos de sirvientes que fueron enterrados vivos junto a sus amos. Creían que los muertos debían llevar consigo sirvientes al inframundo. El sacrificio no solo mantenía el orden religioso, sino también el dominio de las élites sobre el pueblo.


2. Egipto: Sangre para el Más Allá


Los egipcios realizaban sacrificios humanos en los primeros períodos de su civilización. Los faraones eran enterrados con sus sirvientes, soldados y concubinas para que los acompañaran en el más allá. Aunque con el tiempo estos sacrificios fueron sustituidos por figurillas de madera llamadas “ushabtis”, el principio seguía siendo el mismo: la sangre era la llave al poder y la eternidad.


3. Los Mayas: Corazones Como Ofrenda Cósmica


Los mayas, con su impresionante conocimiento astronómico y matemático, también practicaban sacrificios humanos. Los sacerdotes arrancaban corazones palpitantes en la cima de las pirámides para alimentar a los dioses y garantizar el orden cósmico. Creían que el derramamiento de sangre aseguraba el equilibrio del universo. Sin embargo, su civilización colapsó, víctima de sequías, guerras y el mismo sistema que los elevó.


4. Los Aztecas y la Máquina del Sacrificio


Si los mayas sacrificaban cientos, los aztecas sacrificaban miles. Durante la consagración del Templo Mayor en Tenochtitlán en 1487, se dice que 80,000 prisioneros fueron sacrificados en cuatro días. Para los aztecas, la guerra no solo tenía un propósito territorial, sino también religioso: los enemigos capturados eran ofrendas vivas para los dioses. Pero su pacto con lo divino no los salvó del colapso.


5. Cartago y el Sacrificio de Niños a Baal


Los cartagineses sacrificaban bebés en honor a Baal Hammon, su deidad suprema. Miles de restos de infantes han sido encontrados en el Tophet de Cartago, donde los padres entregaban a sus propios hijos en una ceremonia de fuego. Creían que esto les otorgaba prosperidad. Sin embargo, Roma los destruyó y sembró sal en sus tierras para erradicar su legado.


6. Roma y los Espectáculos de Sangre


Roma no sacrificaba en altares, pero convirtió la muerte en entretenimiento. Los gladiadores, los prisioneros de guerra y los cristianos eran ejecutados en coliseos ante multitudes que clamaban por más sangre. El sacrificio se volvió un espectáculo, una distracción para que el pueblo no viera la corrupción del Imperio.


7. Los Celtas y el Hombre de Mimbre


Los druidas celtas practicaban sacrificios rituales. Se han encontrado cuerpos de hombres y mujeres en pantanos europeos, preservados durante siglos, que muestran señales de haber sido sacrificados. En la tradición de “El Hombre de Mimbre”, se colocaban prisioneros dentro de una gigantesca figura de madera, que luego era incendiada como ofrenda a los dioses.


8. El Cristianismo y las Cruzadas: Sacrificio en Nombre de Dios


El cristianismo nació con un sacrificio: Jesucristo crucificado. Sin embargo, esta religión que predicaba paz y amor se convirtió en una máquina de guerra y muerte durante las Cruzadas. Los ejércitos cristianos masacraron ciudades enteras en Tierra Santa con el pretexto de recuperar el sepulcro de Cristo.


9. El Holocausto y la Matanza Sistemática


El nazismo transformó el sacrificio en una industria de exterminio. Seis millones de judíos fueron asesinados en campos de concentración en un intento de “purificación racial”. La sangre de millones alimentó el sueño de un nuevo orden, pero en su lugar trajo la ruina de Alemania.


10. Guerras Modernas y Sacrificios por el Progreso


Las guerras del siglo XX fueron sacrificios a gran escala. Millones murieron en trincheras, bombardeos y exterminios. Hiroshima y Nagasaki fueron sacrificios nucleares que marcaron una nueva era de dominación global.


11. El COVID-19 y el Sacrificio Silencioso


El sacrificio de la era moderna ya no requiere templos ni cuchillos de obsidiana. Se hace en hospitales, en laboratorios, en crisis que remodelan el orden mundial. No solo murieron cuerpos, sino libertades, derechos y conexiones humanas.

La Esclavitud Espiritual: El Verdadero Pacto


El sacrificio ha cambiado de forma, pero no ha desaparecido. Seguimos atrapados en la rueda, convencidos de que cada crisis nos traerá libertad.


Pero la verdadera esclavitud no es la física ni la política. Es la del alma.


Nuestra conciencia ha sido secuestrada por un sistema que nos ha desconectado del planeta, de los elementales, de la energía que nos rodea. Nos hicieron olvidar que somos fragmentos del Creador, almas en un viaje de reencarnaciones para aprender y evolucionar.


Pero cada vez que caemos en el miedo, en el sacrificio, en la sumisión, perpetuamos el ciclo. Nos convertimos en esclavos de una Matrix que nos mantiene corriendo en la rueda.

El Arca de Noé y la Luna: ¿De Dónde Venimos?


El relato de Noé habla de un diluvio y un arca. Pero, ¿y si el arca no fue un barco, sino la Luna?


Algunas tradiciones sugieren que nuestra especie fue creada como esclava y que la Luna es una estructura artificial, un arca que trajo a la Tierra una nueva raza diseñada para servir. Nos hicieron olvidar nuestros orígenes, nos implantaron la idea del sacrificio como algo sagrado y nos convirtieron en prisioneros de un ciclo de muerte y renacimiento.

El Último Pacto: Rompiendo la Rueda


No necesitamos más sacrificios. No necesitamos más sangre. La única forma de romper el pacto es dejar de alimentar el sistema.


No más guerras.

No más miedo.

No más energía entregada a un ciclo que no nos pertenece.


Es tiempo de recordar. Es tiempo de despertar. Es tiempo de dejar de correr en la rueda y empezar a caminar hacia la verdadera libertad.


lunes, 17 de febrero de 2025

Elevación

Elevación





Cada mañana, a las 8:07 en punto, las puertas del ascensor se abrían y ella entraba. Siempre con la misma cadencia pausada, sin prisas, pero exacta, como si su reloj interno estuviera sincronizado con el de él.


Él ya estaba allí, en su esquina habitual, con el teléfono en la mano pero sin mirar la pantalla. La miraba a ella.


El primer día había sido una casualidad. El segundo, una coincidencia. El tercero, una rutina. Para la cuarta mañana, la tensión entre ellos era tan palpable que el aire del ascensor parecía espeso, denso, cargado de electricidad.


Nunca se saludaban. Nunca hablaban. Pero se desnudaban con la mirada.


Los ojos de él recorrían su cuerpo como si pudiera sentirlo bajo sus manos, dibujando líneas invisibles sobre la tela de su blusa, imaginando la textura de su piel debajo. Ella lo dejaba hacer, su respiración apenas alterada, su espalda erguida, su expresión impenetrable… pero sus pupilas lo devoraban.


El ascensor era su jaula privada. Un espacio donde las reglas del mundo exterior no aplicaban, donde podían tocarse sin tocarse, donde cada pestañeo era un roce, cada inhalación compartida era un gemido contenido.


Algunas mañanas, él llegaba primero y la esperaba. Otras, ella lo encontraba ya dentro, con la misma camisa impecable, la corbata aflojada justo lo suficiente para tentarla a imaginar qué pasaría si tirara de ella y lo atrajera hacia sí.


El juego era peligroso. La acumulación de deseo, letal.


Cinco pisos de agonía.

Cinco pisos donde sus cuerpos se hablaban sin palabras.

Cinco pisos en los que su piel se estremecía sin haber sido tocada.


A veces, él llegaba con el cabello húmedo, como si acabara de salir de la ducha. Ella contenía el impulso de preguntarse cómo se vería con gotas deslizándose por su piel desnuda. Otras veces, ella llevaba un vestido que se aferraba a su cuerpo como un amante necesitado, y él tragaba en seco, con la mandíbula tensa y los nudillos blancos de tanto apretar su teléfono.


Siempre en silencio.

Siempre a punto de romperse.


Pero nunca cruzaban la línea.


Hasta que una mañana, cuando el ascensor se detuvo en su piso, él dio un paso atrás en lugar de salir.

Ella no se movió.


El sonido de la puerta deslizándose se convirtió en un eco lejano.

El mundo dejó de existir más allá de esa pequeña caja de acero y espejos.


Él inclinó la cabeza apenas un poco. Ella no pestañeó.


No necesitaban hablar. Sus cuerpos ya habían tenido esta conversación un centenar de veces.


Las puertas del ascensor se cerraron de nuevo.


Y esta vez, ninguno de los dos intentó detenerlas.


Posturas para hacer el amor en un ascensor