Su boca descendió como un murmullo de sombras y fuego, el frio del halls fue trazando sobre su piel un mapa de deseo con el frio de cada beso, cada roce, cada aliento contenido.
Sus labios se posaron en sus senos con la devoción de un peregrino que encuentra su santuario. Primero fue un roce suave, apenas un susurro de piel contra piel, antes de que su lengua dibujara círculos lentos alrededor de sus pezones, endureciéndolos, despertándolos. Los atrapó entre sus labios, jugando con la presión, arrancándole suspiros entrecortados mientras el calor de su boca y el frio de aquel caramelo se mezclaba con el escalofrío que recorría su piel.
Bajó por su vientre, dejando un camino de besos húmedos, encendidos, marcando su piel como si cada caricia fuera una promesa. Su lengua jugueteó con el ombligo, un punto de encuentro entre el placer y la anticipación. Sus manos, firmes y cálidas, recorrían su cuerpo con la calma de quien saborea cada instante, sin prisas, sin apuros.
Giró su cuerpo con delicadeza, deslizando sus labios por la curva de su espalda, recorriéndola con una mezcla de reverencia y deseo. Besó cada vértebra como si deletreara un hechizo sobre su piel, descendiendo lentamente hasta el valle donde su aliento se volvió más profundo, más contenido, más hambriento.
Y entonces la encontró, abierta, entregada, temblando de expectativa. Sus labios se posaron sobre su vagina con la misma devoción con la que había besado su boca. Su lengua se deslizó lenta, explorando cada pliegue con la delicadeza de quien degusta un manjar prohibido. No era solo placer, era arte, era un ritual en el que cada roce, cada movimiento, la sumergía más en el abismo del éxtasis, su clitoris clamaba su lengua, su placer derramaba en su boca, estremeciéndola y latiendo sin control, deseando sentirlo adentro llenando cada espacio de su placer.
Sus gemidos eran el único testimonio de su rendición, de ese dulce y ardiente naufragio en el que se perdió sin resistencia, guiada solo por el compás de su boca, por el hambre insaciable de sus besos y por aquel caramelo que congelo y éxito cada paso de su lengua por su cuerpo
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