Un viejo sabio, cansado de responder a los afanes de la humanidad, decidió retirarse a su cueva de soledad. Un día, un joven lo persiguió a través del bosque mientras comía un trozo de pan, buscando aquel refugio donde el sabio se escondía de la cotidianidad y la monotonía. Al llegar, el joven tocó tres veces a la puerta, lleno de incertidumbre, con la mente agitada por un mar de preguntas, sin saber cuál formularía primero.
De pie ante la puerta del sabio, su corazón latía rápido, inquieto en su búsqueda de respuestas. Las grandes preguntas de la humanidad resonaban en su interior: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué sufrimos? ¿Dónde se esconde la verdadera felicidad? Pero al estar frente al sabio, algo profundo en su ser se calmó.
La puerta se abrió lentamente, y el sabio lo miró con ojos que parecían contener todos los secretos del universo. El joven dejó escapar un suspiro y, finalmente, pronunció la pregunta que, sin saberlo, siempre había sido la más importante para él:
—¿Cómo puedo encontrar paz en medio del caos?
El sabio, sin prisa, esbozó una suave sonrisa y, en silencio, se hizo a un lado, invitándolo a entrar, como si la respuesta no estuviera en palabras, sino en la experiencia que estaba por comenzar.
El joven se adentró en la cueva, donde el tiempo parecía detenerse.
Un fuego parpadeaba en un rincón, pero no irradiaba ni suficiente calor ni luz, como si el sabio deseara que el joven encontrara la claridad en su propio interior. Tras un largo silencio, el sabio habló, no como quien da respuestas, sino como quien planta una semilla:
—La paz que buscas no es un refugio fuera del caos, sino un encuentro con lo que realmente es. Mientras caminas con la mente enredada en el pasado o en el futuro, dejas que el presente se deslice sin ser vivido, como si la vida fueran migajas que arrastras con hambre, pero nunca llegas a saborear.
El joven, aún confundido, se sentó frente al sabio.
—Entonces, ¿qué debo hacer para encontrar la paz? —preguntó, con ansiedad temblando en su voz.
El sabio, tomando una piedra del suelo, la sostuvo en su mano y respondió:
—La paz no se busca, se vive. No es una idea que perseguir ni una meta que alcanzar; es como esta piedra, que está aquí, ahora, en mi mano. Solo cuando estás verdaderamente presente puedes sentir su peso y comprender su forma. Si comes el pan pensando en otro lugar, solo será alimento que pasa. Pero si lo pruebas con todos tus sentidos, descubrirás que cada migaja es el presente manifestado.
El joven lo miró, esta vez con una chispa de comprensión en sus ojos. Entonces, el sabio añadió:
—El caos del mundo siempre existirá, las preguntas nunca cesarán. Pero lo que cambia es cómo te enfrentas a todo eso. En lugar de correr tras respuestas, prueba el momento. En el sabor del ahora está la verdadera respuesta.
Y así, el joven comprendió que las respuestas que buscaba no se encontraban en verdades lejanas ni en futuros inciertos, sino en la capacidad de vivir plenamente el presente, con todo lo que ofrecía: lo dulce, lo amargo, y lo incierto.
Moraleja:
Las respuestas más profundas no están en lo que buscamos fuera de nosotros, sino en el hambre por saborear el momento presente. Solo cuando vivimos cada instante con plenitud, podemos encontrar la paz que tanto anhelamos
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