A veces, el alma se repliega, como una nube pesada que lleva consigo una tormenta que nadie más parece notar. Te has dado cuenta, ¿no? Es como si en medio del bullicio, mientras todos están en sintonía con sus ruidos, tú te desvaneces, te retiras—callado. Y ahí, en ese rincón oscuro, te encuentras con tu propio reflejo, ese que pocas veces ves en el vaivén del día. Es un instante. Un parpadeo. Pero lo sientes. Te abrazas en silencio, en ese solitario refugio donde solo tu alma, con sus grietas y cicatrices, te sostiene.
La soledad no siempre es desamparo. A veces es un oasis, un espacio donde vuelves a ti. **Ahí**, como el primer rayo del amanecer que apenas roza el horizonte, sientes cómo te renuevas, como si cada gota de ese silencio te ofreciera el agua que tanto has derramado en los demás. Hay días en que el peso de las expectativas, de las palabras ajenas, te arrastra, y en ese momento, te entregas. Dejas ir.
Y en ese dejar ir, te encuentras con el silencio verdadero—no el del exterior, sino el que vibra dentro de ti, en lo más profundo. Un silencio que no busca respuestas, solo ser.
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