domingo, 16 de febrero de 2025

El mundo como un cascarón: la vida del otro en la visión de los Kogi

El mundo como un cascarón: la vida del otro en la visión de los Kogi

Recuerdo la primera vez que estuve en la Sierra Nevada de Santa Marta, caminando con los Mamos Kogi bajo la espesura de la selva, sintiendo el ritmo de la tierra en cada paso. Me hablaron de Aluna, el pensamiento primordial, y de cómo el mundo era como la cáscara de un huevo: frágil, delicado, interconectado.


—Si se rompe —me dijo un Mamo, con su mirada profunda clavada en la mía—, el equilibrio se pierde. Todo dentro y fuera de la cáscara cambia.


Al principio, pensé en la Tierra, en cómo la hemos agrietado con nuestras manos impacientes, pero con el tiempo comprendí que esta metáfora también hablaba de las almas de los otros. Cada persona es un mundo contenido en su propio cascarón. Entrar en la vida de alguien más no puede ser un acto brusco, como quien rompe un huevo para ver qué hay dentro. Se necesita respeto, paciencia y un toque suave, porque si llegamos con violencia o con la imposición de nuestras expectativas, podemos fracturar ese delicado universo.


La prueba de la medicina


Esa noche, al calor del fuego, los Mamos me invitaron a una prueba de medicina ancestral. Sabían que venía con preguntas, que buscaba respuestas más allá de lo racional. La medicina, me dijeron, no era una puerta que se abría con la fuerza, sino un sendero que uno debía recorrer con humildad.


Me entregaron una preparación hecha con plantas sagradas. No era solo un viaje interno, sino un diálogo con el mundo, una forma de entrar en el tejido de la existencia sin romperlo. Mientras la bebida recorría mi cuerpo, sentí cómo mi propio cascarón temblaba. Vi mis propias grietas, las fracturas que había causado en otros mundos con mis palabras, con mis expectativas, con mi necesidad de entenderlo todo de inmediato.


La lección fue clara: si quería conocer realmente a alguien, si quería entrar en la vida de otro sin hacer daño, debía aprender a escuchar antes que hablar, sentir antes que preguntar, estar antes que exigir.


Las relaciones como mundos frágiles


A veces, cuando nos relacionamos, olvidamos esto. Queremos entrar a la fuerza en la vida del otro, hacer que su cascarón se adapte a nuestra forma de ver el mundo. Les exigimos que piensen como nosotros, que actúen según nuestras necesidades, que respondan a nuestras expectativas. Pero cada quien tiene su propio universo interno, con sus propias reglas, sus tiempos, sus miedos y su energía única.


Aprendí con los Kogi que si realmente queremos conocer a alguien, debemos acercarnos con el cuidado de quien sostiene un huevo en la palma de la mano. Sin apretar demasiado, sin forzar la entrada, sin querer moldearlo a nuestra voluntad. Debemos escuchar, observar, entender que cada cáscara es sagrada, que cada vida tiene su propia forma de florecer sin que nosotros la rompamos en el intento.


Desde entonces, cada vez que entro en la vida de alguien, camino como lo hice en la Sierra, con pasos suaves, con respeto, con la consciencia de que su mundo es un cascarón que no me pertenece. Porque el amor, la amistad y la verdadera conexión no se imponen, sino que se cuidan como el más frágil de los regalos.

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