El Sabio que Tocó Tres Veces la Puerta
Tocó tres veces el sabio la puerta, y la muerte contestó.
No con palabras, sino con un silencio tan profundo que hizo temblar los huesos del tiempo.
Le mostró que todo lo que creía poseer sería devorado por el olvido,
que los nombres grabados en piedra también se borran cuando el viento del alma sopla.
Tocó tres veces el sabio la puerta, y la vida contestó.
No con promesas, sino con la fugacidad de una flor que se abre solo al sol que sabe mirar.
La vida le enseñó que respirar no es vivir,
y que el que no se arriesga a morir cada día, no ha nacido jamás.
Tocó tres veces el sabio la puerta, y el amor contestó.
No con caricias, sino con fuego.
Fuego que consume máscaras, egos, límites y pretensiones.
El amor no vino a complacerlo, vino a quemarlo.
A dejarlo desnudo, sin historia, sin escudos. Solo esencia.
Entonces tocó tres veces la puerta el sabio,
y preguntó:
¿Cuál es la realidad? ¿Cuál es la pregunta? ¿Cuál es la respuesta?
Y las tres voces —muerte, vida y amor—
hablaron al unísono desde dentro de su pecho:
La realidad es aquello que trasciende los sentidos.
La pregunta es quién eres sin tus nombres.
La respuesta… es el silencio detrás del último pensamiento.
Porque en este mundo donde se corre por tener,
donde el oro vale más que el alma,
y el ruido de las redes apaga el murmullo del espíritu,
solo el que se detiene, se disuelve y se entrega,
recuerda que ha venido no a conquistar tierras,
sino a despertar memorias.
No somos más que viajeros atrapados en una cárcel de sentidos,
enfrascados en una danza ilusoria de posesión,
cuando lo único que realmente puede poseernos…
es el misterio.
Tocó tres veces la puerta el sabio.
Y al no encontrar un dueño afuera,
descubrió que siempre fue él quien debía abrir desde dentro.
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