El Final del Comienzo
Llegando al no retorno, con los pies descalzos sobre el sendero de los años, avanzo hacia el final del comienzo, esa frontera invisible donde el tiempo deja de contar hacia adelante y empieza a contarse hacia adentro.
Así se ve el atardecer de la vida: un cielo encendido en tonos de fuego, donde los años se apagan como soles cansados, pero las ideas —esas que nacen en la quietud madura del alma— comienzan a florecer como nunca antes. Ya no importa la prisa, ni los calendarios, ni las máscaras del ego. Solo importa el latido auténtico, la verdad sin adornos, la claridad sin ruido.
Y sin embargo, en esta claridad asoma un temor: despertar demasiado tarde… no a la vida, sino a las realidades ajenas a ella. A esas falsas vidas vividas en piloto automático. A los sueños no soñados. A los besos reprimidos. A los “te amo” jamás pronunciados por miedo o por costumbre. Porque muchos esperan el último respiro para darse cuenta de que nunca respiraron.
El corral de la monotonía y la esclavitud mental ha domado a millones. Lo peor es que en la estación de la muerte no importa la edad: muchos ya están allí, viviendo en la inocua espera, abriendo los ojos cada día solo para mantener el piloto automático encendido. Respirando sin presencia, existiendo sin sentido, creyendo que están vivos solo porque aún no han muerto.
Pero yo no quiero esperar sentado con la maleta del alma cerrada, en la estación del silencio y el olvido, ese andén gris donde parte el tren de la muerte que se lleva a los que nunca se atrevieron a vivir.
Yo quiero llegar al fin con las manos sucias de barro, el corazón lleno de historias y los ojos cansados de tanto mirar la belleza del mundo. Porque vivir no es simplemente no morir. Vivir es no callar el alma. Vivir es tener siempre un lugar donde plasmar las palabras cuando lleguen, aunque sea el reverso del alma.
Y el momento… el momento es ahora.
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