jueves, 5 de enero de 2017

Caminando sin Destino...




Puertas, una tras otra, se cierran en mi destino, como si el universo mismo estuviera intentando ocultar el camino que me corresponde. Huyo, pero no es una huida por miedo, es más bien un escape hacia esos ecos delirantes que me llaman, que resuenan en lo más profundo de mi ser, uniendo mi desasosiego con la cruda realidad de mis pasos. No quiero escuchar más las huellas que han marcado mi vida, esas que, al final, solo forman parte de un sendero que, aunque transitado, aún está lejos de ser comprendido.

Siento que me desgarro por dentro, pero no quiero herir con el silencio, ni dejar que mis sueños se apaguen sin antes luchar por ellos. Me resisto a caer en las simples resignaciones que las apariencias nos imponen, esas que nos obligan a sonreír mientras por dentro nos desvanecemos. Es en esos momentos cuando los colores del sentir se pierden, se diluyen en un gris monótono que no deja espacio para la verdadera esencia de lo que somos.

Hay un fuego que arde en mí, aunque a veces su luz es tenue, casi imperceptible. Pero está ahí, recordándome que, aunque las puertas se cierren, aunque los caminos se oscurezcan, siempre hay una chispa de vida que no puede ser apagada. Me niego a aceptar que mi destino esté escrito en piedra; prefiero pensar que cada paso que doy, cada decisión que tomo, es una pincelada en el lienzo de mi existencia, una oportunidad de recuperar esos colores perdidos.

No quiero conformarme con un destino que no sea el mío. No quiero que las huellas del pasado sean la única marca que deje en este mundo. Quiero sentir, soñar, crear, aunque eso signifique enfrentarme a puertas cerradas, a caminos oscuros, a un destino incierto. Porque al final, lo único que realmente importa es que, en medio de ese caos, en medio de esas puertas que intentan detenerme, yo sigo adelante. Con mis colores, con mis sueños, con la certeza de que, aunque el camino sea difícil, cada paso que doy me acerca un poco más a la verdadera esencia de lo que soy.

Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

Pasos de soledad....




En este silencio que me envuelve, me encuentro esperando cautivamente, como si la vida, en su juego interminable, me estuviera mostrando un horizonte que se desvanece y reaparece lentamente, como la mano del escultor que talla en la madera solo lo que su mente ha decidido plasmar. Los sonidos a mi alrededor se vuelven lejanos, las compañías que antes parecían eternas ahora son sombras que se desvanecen en la distancia. Y yo, atrapado en este laberinto de emociones, me esfuerzo por seguir adelante, por entender que el mundo ya está escrito, que solo me queda seguir la rueda del destino.

Es extraño cómo, al mirar a mi alrededor, los ojos solitarios que me observan parecen haber perdido el deseo de ver más allá. Las compañías que alguna vez fueron mi fuerza, mi motivo para crecer, ahora son recuerdos solitarios que habitan en un rincón oscuro de mi corazón. En este túnel que se ha abierto ante mí, no hay marcha atrás. Los dibujos que alguna vez formaron mi vida han cambiado para siempre, y por más que intente, no puedo reconstruir con mis manos lo que hoy yace en cenizas, reposando en la fría soledad de mi interior.

Las palabras, que antes fluían como un río caudaloso, ahora se hunden en las profundidades de mi ser, como si mi corazón estuviera anclado en un océano de silencio. Es como si la soledad, con su abrazo helado, hubiera gritado mi nombre y envuelto mis sentimientos, apagando cualquier chispa de esperanza. Pero incluso en este frío que quema, en esta soledad que calcina, veo las huellas que el destino ha dejado a mi paso. Huellas que, aunque pesadas, deben seguir encajando, cumpliendo con los designios que la vida ha trazado para mí.

A veces, me pregunto si hay forma de romper este ciclo, de escapar de este destino que parece tan ineludible. Pero, al final, me doy cuenta de que todo lo que puedo hacer es seguir caminando, seguir tallando mi propio camino en la madera de la vida, aunque los dibujos cambien, aunque las compañías se desvanecen. Porque, aunque el destino ya esté escrito, aún me queda la fuerza de continuar, de avanzar hacia un horizonte que, aunque incierto, es mío para descubrir.


Por: Juan Camilo Rodriguez

Volviendo en Mi....


Días enteros han pasado, uno tras otro, como un susurro constante en el viento, antes de que volviera a escribir. Días en los que intentaba descifrarme, como si las respuestas estuvieran ocultas en algún rincón de mi ser que aún no he explorado. A veces, la vida se vuelve una danza de evasiones, donde cada paso nos aleja un poco más de lo que realmente nos alimenta. Es curioso, ¿no? Cómo podemos pasar tanto tiempo buscando lejos lo que siempre ha estado dentro de nosotros, esperando a ser redescubierto.

Hoy, desde la lejanía, una luz suave se ha filtrado entre las sombras de mis pensamientos, como un rayo de sol que se cuela por una ventana olvidada. Esa luz no es más que un recuerdo, un anhelo que creía perdido, escapando de mi conciencia como un suspiro en la noche. Pero ha regresado, trayendo consigo no solo palabras, sino vivencias, momentos que parecían haber quedado atrás, enterrados bajo capas de rutina y olvido.

A veces pienso que los sentimientos no siempre nacen de lo profundo, sino de pequeños instantes, de chispazos de realidad que nos golpean cuando menos lo esperamos. Y es entonces cuando comprendemos que el mensaje de la vida no está en el silencio que buscamos, sino en esas mariposas que se agitan dentro, en esos sentimientos que, con forma etérea, intentan salir, volar libres, buscar un espacio en el mundo exterior.

Tal vez estas palabras, que ahora fluyen desde lo más hondo, sean como esas mariposas. Tal vez su vuelo no sea en vano. Porque, al final, todo regresa a su origen, a ese eco de vida que se manifiesta en las formas más inesperadas. Hoy, después de tanto tiempo, siento que realmente estoy comenzando a regresar a mí mismo, a encontrar de nuevo el camino que creía haber perdido.

Es en estos momentos de claridad cuando entiendo que, aunque el viaje haya sido largo y confuso, cada paso me ha traído de vuelta a lo esencial, a lo que realmente importa. Y ahora, con las mariposas de mis sentimientos volando libres, sé que cada palabra que escribo es un reflejo de ese retorno, de ese renacer que siempre ha estado ahí, esperando a que lo reconozca.

Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

En el campo de fresas....




Un día, en medio de la inmensidad de la selva, una pequeña ranita, con su viejo violín en mano, decidió buscar un rincón donde su música pudiera fundirse con el susurro del río. Se acercó a una gran piedra, al borde del agua, y ahí, bajo el cielo teñido de tonos cálidos por el atardecer, comenzó a tocar. Las notas de su violín se elevaron, suaves, acariciando el aire, llegando hasta un grupo de leones que descansaba cerca. Los grandes felinos, normalmente imperturbables, quedaron perplejos ante aquella melodía. Dejaron que la música envolviera el ocaso, que suavemente arrullara el final del día.

Pero el tiempo, con su marcha implacable, trajo consigo a un viejo león, sordo, cansado. Sin prestar atención a las notas que aún flotaban en el aire, se comió a la ranita, al violín y a todo lo que su música representaba... Sin más, sin pensar, sin sentir.

Cuántas veces en la vida somos como ese viejo león. Caminamos por el mundo sordos al sonido del amor, incapaces de escuchar las melodías que podrían cambiarlo todo. A veces, esas melodías llegan a nosotros, pero solo escuchamos versiones distorsionadas, opacas, de lo que realmente son, porque el miedo, la incredulidad o simplemente la apatía nos impiden abrir nuestros corazones. Y lo peor es que, a veces, destruimos lo que podría haber sido hermoso, simplemente porque no supimos apreciarlo.

Alguien me dijo una vez que el amor es como un campo de fresas. Un lugar donde siempre encontrarás fresas rojas y dulces, pero también verdes e insípidas. Sin embargo, a pesar de todo, siempre te dejarás seducir por ellas. Es fácil vivir con los ojos cerrados, caminar por ese campo sin realmente ver, sin oler, sin sentir. Es fácil cerrar nuestros oídos a la música que podría encender la chispa de algo grande, algo profundo. Pero, ¿qué sucede cuando lo hacemos? Nos perdemos de la melodía, del aroma, de la experiencia completa.

Ahora te pregunto, ¿en qué se parece el amor a un gran campo de fresas? Tal vez en su capacidad de seducirnos con su promesa, en la variedad de experiencias que nos ofrece, en la mezcla de lo dulce y lo amargo. O quizá en la manera en que, a pesar de todo, siempre regresamos a él, buscando una nueva fresa, una nueva melodía, una nueva oportunidad de sentir. Porque al final, vivir con los ojos cerrados puede ser fácil, pero no nos lleva a ningún lugar donde valga la pena estar. Y cerrar los oídos al amor... bueno, eso es simplemente perder la música que podría haber sido la banda sonora de nuestras vidas.


Por: Juan Camilo Rodriguez