Puertas, una tras otra, se cierran en mi destino, como si el universo mismo estuviera intentando ocultar el camino que me corresponde. Huyo, pero no es una huida por miedo, es más bien un escape hacia esos ecos delirantes que me llaman, que resuenan en lo más profundo de mi ser, uniendo mi desasosiego con la cruda realidad de mis pasos. No quiero escuchar más las huellas que han marcado mi vida, esas que, al final, solo forman parte de un sendero que, aunque transitado, aún está lejos de ser comprendido.
Siento que me desgarro por dentro, pero no quiero herir con el silencio, ni dejar que mis sueños se apaguen sin antes luchar por ellos. Me resisto a caer en las simples resignaciones que las apariencias nos imponen, esas que nos obligan a sonreír mientras por dentro nos desvanecemos. Es en esos momentos cuando los colores del sentir se pierden, se diluyen en un gris monótono que no deja espacio para la verdadera esencia de lo que somos.
Hay un fuego que arde en mí, aunque a veces su luz es tenue, casi imperceptible. Pero está ahí, recordándome que, aunque las puertas se cierren, aunque los caminos se oscurezcan, siempre hay una chispa de vida que no puede ser apagada. Me niego a aceptar que mi destino esté escrito en piedra; prefiero pensar que cada paso que doy, cada decisión que tomo, es una pincelada en el lienzo de mi existencia, una oportunidad de recuperar esos colores perdidos.
No quiero conformarme con un destino que no sea el mío. No quiero que las huellas del pasado sean la única marca que deje en este mundo. Quiero sentir, soñar, crear, aunque eso signifique enfrentarme a puertas cerradas, a caminos oscuros, a un destino incierto. Porque al final, lo único que realmente importa es que, en medio de ese caos, en medio de esas puertas que intentan detenerme, yo sigo adelante. Con mis colores, con mis sueños, con la certeza de que, aunque el camino sea difícil, cada paso que doy me acerca un poco más a la verdadera esencia de lo que soy.
Por: Juan Camilo Rodriguez .·.
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