Déjate llevar por el susurro invisible del viento, como si fueran dedos suaves y pacientes explorando cada rincón de tu piel, despertando en ti lo que estaba dormido, desatando la urgencia de sentirte viva . Permite que el sol—ese amante incansable y audaz—se atreva a besar tus curvas, esas que hablan sin palabras, esas que guardan historias en su lenguaje secreto. Deja que cada rayo se vuelva un trazo de fuego sobre tu carne, que se grabe en tu memoria y que te arranque suspiros que nunca pensaste tener.
Cuando las gotas de lluvia decidan danzar sobre tu cuerpo, no te escondas—recíbelas como si fueran mil manos pequeñas recorriendo cada poro, despertando viejos anhelos que se disfrazaron de indiferencia . Que esa agua tibia no solo te lave la piel, sino también las huellas de lo monótono, de lo que nunca te atrevió a desafiarte, de esas noches tibias y esos días grises en los que solo respirabas porque sí.
Persigue fuegos, deja atrás las cenizas de lo conocido. Arde. Que el deseo y la pasión sean más que un instinto; que sean tu brújula, tu credo. Libérate de las pequeñas migajas que nunca llenaron tu alma—esas promesas vacías, esos besos sin peso, esas caricias que nunca lograron tocarte en lo más hondo. Persigue la llama que te enciende desde el centro de tu pecho hasta la punta de tus dedos. Esa que te llama a gritos en mitad de una tarde cualquiera, mientras el mundo sigue su marcha aburrida.
Deja en el camino las sombras del conformismo, los rostros apagados, los amaneceres en los que simplemente abrías los ojos sin entender para qué. Corre tras la vida, no te quedes en los bordes de lo cotidiano, arrójate al abismo de lo extraordinario—al borde del placer, del peligro, del amor… porque en esa frontera donde lo incierto se convierte en certeza, ahí es donde realmente vives.
Enciéndete.…
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