Guardamos la mejor vajilla para “momentos especiales”, como si esos instantes tuvieran un reloj marcado por un futuro incierto que nunca termina de llegar. Cada plato intacto lleva la carga de una promesa rota: esa comida que nunca disfrutamos por completo porque siempre parecía haber algo más importante. Y ahí queda, esperando en silencio, como un recuerdo de todo lo que dejamos pasar.
La ropa más elegante cuelga en el armario, con sus telas llenas de sueños que no se vivieron. Nos decimos que un día llegará su ocasión, pero mientras tanto, los días pasan vestidos de rutina y las telas se apolillan, no por el tiempo, sino por la ausencia de atrevimiento. Es como si guardáramos nuestro mejor yo en un cajón, temiendo mostrarlo, como si el mundo no fuera digno o nosotros no estuviéramos listos.
La fragancia más exquisita queda cerrada, preservando su aroma para un momento que quizá nunca llegue. Pero, ¿qué hay más especial que el ahora? ¿Qué mayor error que negarle al presente la oportunidad de ser eterno? Guardamos nuestro placer en frascos sellados, como si pudiéramos encapsular la felicidad.
Reservamos dinero, no para vivir, sino para sobrevivir en un futuro que tal vez no conozcamos. El presente se desangra mientras alimentamos la ilusión de seguridad. Nos olvidamos de que el tiempo es el verdadero dueño de todo. Ese postre que dejamos en espera, como si el azúcar fuera el enemigo y no nuestra incapacidad de permitirnos un respiro dulce en la vida.
Y luego está el amor, ese temblor que debería ser libre pero que encerramos en cajas de miedo. Decimos “después”, porque tememos al daño, al dolor, a lo inevitable de sentir. Así, el amor se convierte en un recuerdo que nunca existió, un acto fallido en un teatro donde el telón nunca subió.
Vacaciones hay una, y todo el resto es trabajo. Nos vendemos por trozos de papel y dejamos que los días se derritan bajo la carga de una ambición que no alimenta. Le entregamos nuestra salud a un sistema que no nos cuida, a una maquinaria que, al oxidarse, nos desecha sin mirar atrás.
Incluso nuestra fe se pierde en templos que comercian con las creencias. El alma se vende barata cuando la esperanza se deposita en manos que sólo buscan llenar sus propios bolsillos. Y dejamos la vida, así como todo lo demás, para después. Nos aferramos a un “luego” que nunca llega, olvidando que el momento perfecto es este, aquí, ahora.
Y de las amistades esperamos y esperamos de los amigos, sin darnos cuenta que las personas caen como hojas de árboles secos. Algunas vuelan lejos con el viento de sus propias vidas, otras se desintegran en el suelo del tiempo. Sólo unas pocas, las más fuertes, las más verdaderas, dan el fruto de permanecer. Y, a veces, también esas se marchan, dejando una marca dulce o amarga que nos recuerda que también el lazo humano es efímero y precioso.
Coleccionamos expectativas en que los demás sean como queremos, sin darnos cuenta que solo atesoramos mentiras al no aceptar las realidades. Nos aferramos a cambiar a las personas, moldearlas a nuestras necesidades, y en ese intento olvidamos que lo más valioso es aprender a complementarnos, a valorar las diferencias en lugar de intentar borrarlas. Porque amar, en cualquier forma, no es exigir cambios, sino ser testigos del otro en su totalidad, entendiendo que nadie vino a este plano con la obligación de hacernos felices
Guardamos tanto para el momento perfecto que olvidamos que la perfección está en la imperfección de lo inmediato. La vida no se guarda, se vive, porque cada segundo que pasa es un ladrón que no devuelve lo que tomó. Dejamos de respirar profundamente, dejamos de sentir intensamente, y así, sin darnos cuenta, nos convertimos en espectros que esperan la vida hasta que el fin los encuentra primero.
Hoy, rompe el cristal de lo reservado. Usa esa vajilla, vístete con lo mejor, rociá esa fragancia y devora ese postre. No es una locura vivir el ahora con toda tu energía, es un acto de amor propio, de fe, de revolución. Porque la vida no espera y, si no la tomas, se va. Y no vuelve.…..pues lo dejamos para después…
Muy cierto, nos ocupamos de dejar las cosas para una ocasión especial y no por vivir el ahora.
ResponderEliminarExcelente escrito.
Frase que me queda de todo lo leído. Nos aferramos a un “luego” que nunca llega, olvidando que el momento perfecto es este, aquí, ahora.
Despues de leer tu palabras tengo que darte la razon cada una esta cierta nos aferramos tanto al futuro que no vivimos el presente, buscamos la perfeccion en nosotros mismo y nos damos cuenta que no lo somo que cada momento se debe vivir con pasion y nos olvidamos de recordar los momento perfecto
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