Tus senos, dos mundos suspendidos,
orbes de luna que desafían la razón,
templos sagrados donde comienza
el arte del deseo y su devoción.
En sus cimas, los pezones despiertan,
puntos cardinales de un mapa secreto,
vigilantes sensibles que aguardan
el roce audaz de mi beso inquieto.
Un beso apenas rozado,
como un cometa cruzando su órbita,
enciende un incendio silencioso
que viaja del cuerpo al alma.
Mi lengua, viajera incansable,
explora esos vértices osados,
y en el roce húmedo y ardiente
despiertan las constelaciones del erotismo.
En espirales lentas,
trazo galaxias en tu piel,
y cada susurro que emerge
es un eco del universo más cruel y dulce.
Tus senos, altivos y entregados,
se convierten en estrellas palpitantes,
y en su danza, cada roce
es un rayo que ilumina la noche amante.
Allí, en ese instante inmortal,
el mundo entero se contiene,
y tus gemidos dibujan en el aire
las constelaciones eternas del placer.
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