jueves, 2 de enero de 2025

El Alma Gemela No existe…

 


Nos han contado historias que se graban en lo más profundo, relatos de amores predestinados, de encuentros mágicos entre almas gemelas que, tras siglos de búsqueda, finalmente se encuentran. Nos enseñaron a mirar hacia fuera, como si la plenitud se hallara en la sombra de otro cuerpo, en el eco de una voz que no es la nuestra. Pero, ¿y si todo esto fuera una ilusión cuidadosamente elaborada para que olvidemos la verdadera conexión que debemos buscar?


Dejamos de ser por los demás. Silenciamos nuestras pasiones, ocultamos nuestras heridas y adaptamos nuestros gestos a lo que creemos que el otro espera de nosotros. Permitimos que las expectativas ajenas reescriban el guion de nuestra vida, cediendo nuestra autenticidad por una promesa frágil de felicidad. ¿Qué precio tiene este sacrificio? El precio de vivir una realidad teñida de tristeza, un lienzo donde los colores brillantes de nuestra esencia han sido apagados para complacer a quien, irónicamente, nunca podrá llenar el vacío que dejamos en nosotros mismos.


¿Un artista presta sus pinceles al dibujar su propia obra? Claro que no. Su arte es su verdad, un reflejo íntimo de lo que arde en su interior. Del mismo modo, nuestra vida es nuestra obra maestra, un tapiz tejido con los hilos de nuestras emociones, decisiones y sueños. Regalar el control de nuestra obra a otro es renunciar a lo que nos hace únicos. Es permitir que las manos ajenas dibujen sobre nuestro lienzo con trazos que no nos pertenecen.


Nos vendieron la idea de que el placer debe compartirse, que solo es válido si alguien más lo valida. Pero, ¿es realmente placer si lo regalamos sin preguntarnos primero qué nos enciende? El verdadero deleite, la auténtica dicha, surge cuando nos sumergimos en nuestra profundidad, cuando exploramos sin miedo nuestras sombras y luces, cuando aceptamos que el amor no necesita un espejo para existir.


El alma gemela no existe porque no hay otra alma que sea nuestra réplica perfecta. Somos universos completos, caóticos y únicos, y buscar en otro lo que ya poseemos es ignorar nuestra magnificencia. Más bien, el amor debería ser el encuentro entre dos galaxias que giran libremente, compartiendo su luz sin tratar de atraparse mutuamente.


Entonces, ¿por qué insistimos en buscar fuera lo que habita dentro? La respuesta, quizá, está en el miedo. Miedo a enfrentarnos a nuestra soledad, a reconocernos en el reflejo de nuestra propia mirada. Pero es en esa confrontación donde reside la verdadera conexión, la que no depende de otro, sino de nosotros mismos.


El alma gemela no existe porque nunca la necesitaste. Siempre fuiste tú. El amor que anhelas, la plenitud que buscas, la chispa que enciende tu vida: todo está en ti. Dejemos de esperar al otro y comencemos a reconocernos. Sólo entonces, libres de expectativas y ataduras, podremos compartir nuestro arte con quienes, como nosotros, han elegido ser auténticos.


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