Las expectativas no son el problema. Son parte de nuestra naturaleza, el eco de nuestros deseos proyectado en el horizonte de lo posible. El problema surge cuando las depositamos más allá de nuestras fronteras, cuando las anclamos en otros y esperamos que sean ellos quienes nos completen, nos definan, nos salven.
Esperamos de la pareja que nos haga felices, como si la felicidad fuera un regalo y no una construcción interna. De nuestros hijos, que sigan el guion que imaginamos para ellos, ignorando que sus almas vinieron a escribir su propia historia. De Dios, que nos entregue un propósito, como si el sentido de nuestra existencia fuera una dádiva y no una búsqueda personal. De la familia, que siempre esté ahÃ, olvidando que el amor no se mide en sacrificios, sino en libertad. De los amigos, que guarden fidelidad inquebrantable, sin aceptar que cada quien tiene su propia travesÃa. Del sugar, que nos llene de riqueza, como si el vacÃo pudiera cubrirse con oro.
Mientras sigamos esperando hacia afuera, lograremos poco hacia adentro. Esta vida, este plano, no es un contrato de garantÃas externas, sino un viaje de construcción interior. Y en ese camino, cuando nos hacemos responsables de nuestro propio destino, aparecen seres especiales, compañeros de ruta que no están para cumplir nuestras expectativas, sino para compartir el milagro de existir. Ese es el verdadero camino de vivir.
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