martes, 25 de febrero de 2025

El Pacto del Sacrificio: Esclavitud, Sangre y la Ilusión del Libre Albedrío

 El Pacto del Sacrificio: Esclavitud, Sangre y la Ilusión del Libre Albedrío



Desde tiempos inmemoriales, la historia de la humanidad ha sido una crónica de sacrificios. Civilizaciones enteras han alzado sus imperios sobre la sangre de sus súbditos, convencidas de que la ofrenda de vidas era necesaria para obtener poder, favor divino o estabilidad. Pero detrás de cada sacrificio, se esconde un pacto—uno que nos mantiene atrapados en una rueda interminable de control, sometimiento y falsa evolución.


Sin embargo, este sacrificio no ha sido solo físico. La esclavitud ha cambiado de forma, transformándose en la esclavitud mental, emocional y espiritual. Hoy, el sacrificio sigue existiendo, solo que es más sutil, más sofisticado, más aceptado.


Pero antes de entender cómo romper el ciclo, hay que comprender cómo comenzó.

Las Civilizaciones del Sacrificio: La Sangre Como Moneda del Poder


Desde los sumerios hasta las pandemias modernas, el sacrificio ha sido una constante. A veces, se ha hecho en nombre de los dioses, otras en nombre de la civilización, la ciencia o la estabilidad social.


1. Los Sumerios y los Sacrificios de Servidumbre


La primera gran civilización humana, la sumeria, ya practicaba sacrificios. En las tumbas de la ciudad de Ur, se encontraron esqueletos de sirvientes que fueron enterrados vivos junto a sus amos. Creían que los muertos debían llevar consigo sirvientes al inframundo. El sacrificio no solo mantenía el orden religioso, sino también el dominio de las élites sobre el pueblo.


2. Egipto: Sangre para el Más Allá


Los egipcios realizaban sacrificios humanos en los primeros períodos de su civilización. Los faraones eran enterrados con sus sirvientes, soldados y concubinas para que los acompañaran en el más allá. Aunque con el tiempo estos sacrificios fueron sustituidos por figurillas de madera llamadas “ushabtis”, el principio seguía siendo el mismo: la sangre era la llave al poder y la eternidad.


3. Los Mayas: Corazones Como Ofrenda Cósmica


Los mayas, con su impresionante conocimiento astronómico y matemático, también practicaban sacrificios humanos. Los sacerdotes arrancaban corazones palpitantes en la cima de las pirámides para alimentar a los dioses y garantizar el orden cósmico. Creían que el derramamiento de sangre aseguraba el equilibrio del universo. Sin embargo, su civilización colapsó, víctima de sequías, guerras y el mismo sistema que los elevó.


4. Los Aztecas y la Máquina del Sacrificio


Si los mayas sacrificaban cientos, los aztecas sacrificaban miles. Durante la consagración del Templo Mayor en Tenochtitlán en 1487, se dice que 80,000 prisioneros fueron sacrificados en cuatro días. Para los aztecas, la guerra no solo tenía un propósito territorial, sino también religioso: los enemigos capturados eran ofrendas vivas para los dioses. Pero su pacto con lo divino no los salvó del colapso.


5. Cartago y el Sacrificio de Niños a Baal


Los cartagineses sacrificaban bebés en honor a Baal Hammon, su deidad suprema. Miles de restos de infantes han sido encontrados en el Tophet de Cartago, donde los padres entregaban a sus propios hijos en una ceremonia de fuego. Creían que esto les otorgaba prosperidad. Sin embargo, Roma los destruyó y sembró sal en sus tierras para erradicar su legado.


6. Roma y los Espectáculos de Sangre


Roma no sacrificaba en altares, pero convirtió la muerte en entretenimiento. Los gladiadores, los prisioneros de guerra y los cristianos eran ejecutados en coliseos ante multitudes que clamaban por más sangre. El sacrificio se volvió un espectáculo, una distracción para que el pueblo no viera la corrupción del Imperio.


7. Los Celtas y el Hombre de Mimbre


Los druidas celtas practicaban sacrificios rituales. Se han encontrado cuerpos de hombres y mujeres en pantanos europeos, preservados durante siglos, que muestran señales de haber sido sacrificados. En la tradición de “El Hombre de Mimbre”, se colocaban prisioneros dentro de una gigantesca figura de madera, que luego era incendiada como ofrenda a los dioses.


8. El Cristianismo y las Cruzadas: Sacrificio en Nombre de Dios


El cristianismo nació con un sacrificio: Jesucristo crucificado. Sin embargo, esta religión que predicaba paz y amor se convirtió en una máquina de guerra y muerte durante las Cruzadas. Los ejércitos cristianos masacraron ciudades enteras en Tierra Santa con el pretexto de recuperar el sepulcro de Cristo.


9. El Holocausto y la Matanza Sistemática


El nazismo transformó el sacrificio en una industria de exterminio. Seis millones de judíos fueron asesinados en campos de concentración en un intento de “purificación racial”. La sangre de millones alimentó el sueño de un nuevo orden, pero en su lugar trajo la ruina de Alemania.


10. Guerras Modernas y Sacrificios por el Progreso


Las guerras del siglo XX fueron sacrificios a gran escala. Millones murieron en trincheras, bombardeos y exterminios. Hiroshima y Nagasaki fueron sacrificios nucleares que marcaron una nueva era de dominación global.


11. El COVID-19 y el Sacrificio Silencioso


El sacrificio de la era moderna ya no requiere templos ni cuchillos de obsidiana. Se hace en hospitales, en laboratorios, en crisis que remodelan el orden mundial. No solo murieron cuerpos, sino libertades, derechos y conexiones humanas.

La Esclavitud Espiritual: El Verdadero Pacto


El sacrificio ha cambiado de forma, pero no ha desaparecido. Seguimos atrapados en la rueda, convencidos de que cada crisis nos traerá libertad.


Pero la verdadera esclavitud no es la física ni la política. Es la del alma.


Nuestra conciencia ha sido secuestrada por un sistema que nos ha desconectado del planeta, de los elementales, de la energía que nos rodea. Nos hicieron olvidar que somos fragmentos del Creador, almas en un viaje de reencarnaciones para aprender y evolucionar.


Pero cada vez que caemos en el miedo, en el sacrificio, en la sumisión, perpetuamos el ciclo. Nos convertimos en esclavos de una Matrix que nos mantiene corriendo en la rueda.

El Arca de Noé y la Luna: ¿De Dónde Venimos?


El relato de Noé habla de un diluvio y un arca. Pero, ¿y si el arca no fue un barco, sino la Luna?


Algunas tradiciones sugieren que nuestra especie fue creada como esclava y que la Luna es una estructura artificial, un arca que trajo a la Tierra una nueva raza diseñada para servir. Nos hicieron olvidar nuestros orígenes, nos implantaron la idea del sacrificio como algo sagrado y nos convirtieron en prisioneros de un ciclo de muerte y renacimiento.

El Último Pacto: Rompiendo la Rueda


No necesitamos más sacrificios. No necesitamos más sangre. La única forma de romper el pacto es dejar de alimentar el sistema.


No más guerras.

No más miedo.

No más energía entregada a un ciclo que no nos pertenece.


Es tiempo de recordar. Es tiempo de despertar. Es tiempo de dejar de correr en la rueda y empezar a caminar hacia la verdadera libertad.


lunes, 17 de febrero de 2025

Elevación

Elevación





Cada mañana, a las 8:07 en punto, las puertas del ascensor se abrían y ella entraba. Siempre con la misma cadencia pausada, sin prisas, pero exacta, como si su reloj interno estuviera sincronizado con el de él.


Él ya estaba allí, en su esquina habitual, con el teléfono en la mano pero sin mirar la pantalla. La miraba a ella.


El primer día había sido una casualidad. El segundo, una coincidencia. El tercero, una rutina. Para la cuarta mañana, la tensión entre ellos era tan palpable que el aire del ascensor parecía espeso, denso, cargado de electricidad.


Nunca se saludaban. Nunca hablaban. Pero se desnudaban con la mirada.


Los ojos de él recorrían su cuerpo como si pudiera sentirlo bajo sus manos, dibujando líneas invisibles sobre la tela de su blusa, imaginando la textura de su piel debajo. Ella lo dejaba hacer, su respiración apenas alterada, su espalda erguida, su expresión impenetrable… pero sus pupilas lo devoraban.


El ascensor era su jaula privada. Un espacio donde las reglas del mundo exterior no aplicaban, donde podían tocarse sin tocarse, donde cada pestañeo era un roce, cada inhalación compartida era un gemido contenido.


Algunas mañanas, él llegaba primero y la esperaba. Otras, ella lo encontraba ya dentro, con la misma camisa impecable, la corbata aflojada justo lo suficiente para tentarla a imaginar qué pasaría si tirara de ella y lo atrajera hacia sí.


El juego era peligroso. La acumulación de deseo, letal.


Cinco pisos de agonía.

Cinco pisos donde sus cuerpos se hablaban sin palabras.

Cinco pisos en los que su piel se estremecía sin haber sido tocada.


A veces, él llegaba con el cabello húmedo, como si acabara de salir de la ducha. Ella contenía el impulso de preguntarse cómo se vería con gotas deslizándose por su piel desnuda. Otras veces, ella llevaba un vestido que se aferraba a su cuerpo como un amante necesitado, y él tragaba en seco, con la mandíbula tensa y los nudillos blancos de tanto apretar su teléfono.


Siempre en silencio.

Siempre a punto de romperse.


Pero nunca cruzaban la línea.


Hasta que una mañana, cuando el ascensor se detuvo en su piso, él dio un paso atrás en lugar de salir.

Ella no se movió.


El sonido de la puerta deslizándose se convirtió en un eco lejano.

El mundo dejó de existir más allá de esa pequeña caja de acero y espejos.


Él inclinó la cabeza apenas un poco. Ella no pestañeó.


No necesitaban hablar. Sus cuerpos ya habían tenido esta conversación un centenar de veces.


Las puertas del ascensor se cerraron de nuevo.


Y esta vez, ninguno de los dos intentó detenerlas.


Posturas para hacer el amor en un ascensor

domingo, 16 de febrero de 2025

El mundo como un cascarón: la vida del otro en la visión de los Kogi

El mundo como un cascarón: la vida del otro en la visión de los Kogi

Recuerdo la primera vez que estuve en la Sierra Nevada de Santa Marta, caminando con los Mamos Kogi bajo la espesura de la selva, sintiendo el ritmo de la tierra en cada paso. Me hablaron de Aluna, el pensamiento primordial, y de cómo el mundo era como la cáscara de un huevo: frágil, delicado, interconectado.


—Si se rompe —me dijo un Mamo, con su mirada profunda clavada en la mía—, el equilibrio se pierde. Todo dentro y fuera de la cáscara cambia.


Al principio, pensé en la Tierra, en cómo la hemos agrietado con nuestras manos impacientes, pero con el tiempo comprendí que esta metáfora también hablaba de las almas de los otros. Cada persona es un mundo contenido en su propio cascarón. Entrar en la vida de alguien más no puede ser un acto brusco, como quien rompe un huevo para ver qué hay dentro. Se necesita respeto, paciencia y un toque suave, porque si llegamos con violencia o con la imposición de nuestras expectativas, podemos fracturar ese delicado universo.


La prueba de la medicina


Esa noche, al calor del fuego, los Mamos me invitaron a una prueba de medicina ancestral. Sabían que venía con preguntas, que buscaba respuestas más allá de lo racional. La medicina, me dijeron, no era una puerta que se abría con la fuerza, sino un sendero que uno debía recorrer con humildad.


Me entregaron una preparación hecha con plantas sagradas. No era solo un viaje interno, sino un diálogo con el mundo, una forma de entrar en el tejido de la existencia sin romperlo. Mientras la bebida recorría mi cuerpo, sentí cómo mi propio cascarón temblaba. Vi mis propias grietas, las fracturas que había causado en otros mundos con mis palabras, con mis expectativas, con mi necesidad de entenderlo todo de inmediato.


La lección fue clara: si quería conocer realmente a alguien, si quería entrar en la vida de otro sin hacer daño, debía aprender a escuchar antes que hablar, sentir antes que preguntar, estar antes que exigir.


Las relaciones como mundos frágiles


A veces, cuando nos relacionamos, olvidamos esto. Queremos entrar a la fuerza en la vida del otro, hacer que su cascarón se adapte a nuestra forma de ver el mundo. Les exigimos que piensen como nosotros, que actúen según nuestras necesidades, que respondan a nuestras expectativas. Pero cada quien tiene su propio universo interno, con sus propias reglas, sus tiempos, sus miedos y su energía única.


Aprendí con los Kogi que si realmente queremos conocer a alguien, debemos acercarnos con el cuidado de quien sostiene un huevo en la palma de la mano. Sin apretar demasiado, sin forzar la entrada, sin querer moldearlo a nuestra voluntad. Debemos escuchar, observar, entender que cada cáscara es sagrada, que cada vida tiene su propia forma de florecer sin que nosotros la rompamos en el intento.


Desde entonces, cada vez que entro en la vida de alguien, camino como lo hice en la Sierra, con pasos suaves, con respeto, con la consciencia de que su mundo es un cascarón que no me pertenece. Porque el amor, la amistad y la verdadera conexión no se imponen, sino que se cuidan como el más frágil de los regalos.