viernes, 6 de junio de 2025

El Maestro del Bosque Silencioso


Hoy la Muerte me susurró al oído,

con voz serena, sin juicio ni ruido:

“Con las mismas ansias con que tú vives,

yo te observo, paciente, donde todo se escribe.”


“No soy castigo ni castillo cerrado,

soy el maestro que llega callado.

Cuando ya no temas dejar de luchar,

verás que en mí también puedes despertar.”


“Y si ardes completo sin pedir permiso,

sabrás que morir no es un fin, sino un inicio.

El alma se eleva cuando ya no hay abrigo,

y salta al vacío eterno… del salto dimensional contigo.”


“Sé que ya el temor propio no existe en ti,

solo tu presencia en los que amas, sin fin.

Oculto en ese bosque, donde el eco es destino,

habita el fin de todos… y también el camino.”

viernes, 25 de abril de 2025

El sapo que recordó ser un soplo



 ¿Qué somos?

—¿Qué somos? —preguntó el sapo al sabio, mientras el sol caía sobre la laguna.

El sabio, un anciano de mirada serena y barba de nubes, respondió sin dudar:

—Esclavos de lo que creemos.

El sapo parpadeó, confundido.

—¿Pero qué somos en realidad? —insistió.

El sabio sonrió con dulzura, miró al sapo a los ojos y le dijo:

—En realidad… somos un soplo libre, atado solo por hilos de ilusión. Somos posibilidad antes de ser forma, y misterio antes de ser palabra. Somos el eco de un origen que olvidamos, jugando a ser todo lo que creemos necesitar ser.

Luego el sabio se inclinó hacia el sapo y susurró:

—Cuando dejes de preguntarte qué eres, y simplemente seas… entonces recordarás.

El sapo guardó silencio, y por un instante, el croar del mundo se detuvo. En ese silencio, algo en su interior pareció despertar.

El reflejo

Esa noche, el sapo no durmió. Se sentó al borde de la laguna, observando su reflejo danzar sobre el agua. Por primera vez, no se vio como un sapo, sino como una chispa de conciencia flotando en un vasto océano de misterio.

—¿Y si no soy solo esto? —pensó—. ¿Y si soy más que mis pensamientos, mis miedos, mis deseos?

Al amanecer, decidió emprender un viaje. No uno de distancia, sino de profundidad. Se adentró en el bosque, no para encontrar respuestas, sino para perder las preguntas.

En su camino, encontró a una mariposa que le dijo:

—No temas a la transformación. El capullo no es prisión, sino promesa.

Más adelante, un río le susurró:

—Fluye, sapo. No te aferres a las piedras del pasado ni a las orillas del futuro.

Y el viento le cantó:

—Eres el silencio entre mis notas, la pausa que da sentido a mi canción.

Cada encuentro era un espejo, cada palabra una llave. El sapo comprendió que la sabiduría no estaba en las respuestas, sino en la experiencia de vivir plenamente cada momento.

El regreso

Tras muchas lunas, el sapo regresó a la laguna. El sabio lo esperaba, con la misma sonrisa serena.

—¿Descubriste quién eres? —preguntó.

El sapo asintió.

—Soy el viajero y el camino, la pregunta y la respuesta, el buscador y lo buscado.

El sabio cerró los ojos y dijo:

—Entonces ya no eres esclavo de lo que crees. Eres libre de ser.

Y en ese instante, el sapo croó. No como antes, sino como un canto de gratitud al universo, a la vida, a sí mismo.


miércoles, 2 de abril de 2025

Donde el Amor Teme Quedarse…

 



Hay quienes llegan al amor como se llega a un refugio tras la tormenta. Lo sienten como un nido cálido, un rincón donde por fin las máscaras pueden caer y el alma puede respirar. Pero apenas perciben ese calor, algo en su interior se sacude. Una voz antigua, oscura, les susurra que no lo merecen, que eso no es para ellos. Y entonces comienzan a herir, no por maldad, sino por miedo. Como si tratar mal lo que los ama los confirmara en su vieja y trágica certeza: “yo no soy digno de ser amado”.


Esa es la trampa. El saboteador aparece justo cuando las cosas empiezan a florecer. No grita. No hace escándalo. Se disfraza de dignidad, de independencia, de orgullo herido. Pero en el fondo es solo un niño aterrado que aprendió que el amor no se queda, que siempre duele, que es mejor acabarlo antes de que lo acaben a uno. Así que busca errores, inventa enemigos, pone a prueba al otro una y otra vez, esperando que falle, para poder decirse: “Lo sabía”.


Y en ese juego se vuelve injusto. Castiga sin razón. Dispara sentencias por pecados invisibles. Hace pagar al otro por el pasado de alguien más, por los gritos del padre, por las ausencias de la madre, por los amores que nunca fueron. Y lo más doloroso es que, mientras lo hace, se convence de que tiene razón, de que todo está justificado, de que es él quien sufre, quien ama más, quien da todo.


Entonces lanza la amenaza. Dice que se va, que no puede más, que esto no es lo que quiere. Pero en realidad lo que quiere es que el otro corra detrás, que le demuestre que sí, que aún lo elige, que aún vale la pena quedarse. Pero si el otro no lo hace —o si lo hace de forma distinta a la esperada— lo interpreta como prueba definitiva de que el amor no era real. Y así se condena, una y otra vez, a relaciones frágiles, de raíces débiles, de ramas quebradizas.


Porque el amor profundo —el que transforma, el que sustenta, el que se queda— necesita que uno esté dispuesto a desmontarse, a cuestionarse, a soltar el ego. Pero para muchos, eso es más aterrador que la soledad. Prefieren seguir huyendo, destruyendo, saboteando. Porque en el fondo no es que no amen al otro… es que no saben cómo amar sin hacerse daño.


Y aun así, hay quienes logran atravesar esa noche oscura. Quienes entienden que si se va a renunciar a la soledad, que sea por alguien que valga la pena. No por costumbre, ni por miedo a envejecer entre libros y cafés tibios, no por llenar vacíos que ni siquiera sabemos nombrar. Que sea por alguien que nos mire con verdad, no con necesidad. Por alguien que entienda que acompañar no es invadir, que amar no es rescatar, que estar no es vigilar. Que sea alguien que no tema nuestra sombra, ni se asuste de nuestra luz.


Porque hay soledades que son templos, silencios que curan más que mil palabras, espacios íntimos donde uno se encuentra consigo mismo y descubre que también puede ser hogar. Entonces, si se va a entregar ese santuario, que no sea por cualquier visitante fugaz. Que sea por un alma que también haya aprendido a habitarse, que llegue sin hambre de devorarnos, sin urgencia de salvarse a través nuestro.


Que valga la pena, sí. Que no exija que nos amputemos partes para encajar. Que no nos obligue a volvernos menos intensos, menos libres, menos nosotros. Que se quede no porque no tenga a dónde más ir, sino porque sabe que el amor, cuando es real, es una elección diaria… no una jaula, no una deuda, no una renuncia a uno mismo.


Si se va a dejar la soledad atrás, que sea por alguien que la respete, que no le tema, que sepa que antes de nosotros, fuimos nuestros… y que eso no cambia, ni siquiera cuando amamos profundamente.


lunes, 17 de marzo de 2025

Latidos Ocultos

 

Cada mañana cuando entro a la oficina siento esa electricidad recorriéndome el cuerpo. Y no es el café ni las miradas curiosas del resto es él. Gabriel, con esos ojos oscuros que parecen esconder tormentas que deseo desatar. Nos cruzamos en el ascensor y él, con su voz ronca, me dice “hola hola”, así, como si no importara, pero lo que provoca en mí es devastadoramente importante.


Cada pequeño roce, cada encuentro casual en el pasillo, es una invitación silenciosa a un mundo prohibido. En las reuniones, mientras todos hablan de proyectos y fechas, mis ojos se pierden en él. De pronto, me mira directamente—atrapada, hipnotizada—y un escalofrío delicioso recorre mi columna. La tensión en el aire es densa, dulce como miel caliente.


Una noche, después de semanas de mensajes tímidos pero cada vez más audaces, decidimos escaparnos. Nos encontramos en un rincón oscuro del estacionamiento, alejados de miradas indiscretas, y el mundo deja de existir en ese instante en que sus labios, cálidos y hambrientos, devoran los míos.


Nuestros encuentros se vuelven cada vez más atrevidos. En el auto, bajo la complicidad de la noche, Gabriel me toma con una urgencia apasionada. Sus labios dibujan fuego sobre mis senos, su lengua recorre lentamente mis pezones, encendiéndome. Baja por mi abdomen hasta mis caderas, trazando caminos ardientes mientras sus manos firmes aprietan mis muslos, devorándome con un hambre que enciende cada centímetro de mi piel. Nuestros cuerpos arden juntos, fusionados en un placer desesperado.


Pero nada es suficiente, y la pasión nos empuja cada vez más lejos. Un día, en el ascensor de la oficina, la tensión estalla sin aviso. Con una mirada cómplice, nos colocamos estratégicamente de espaldas a las cámaras. Sus manos, rápidas pero discretas, se deslizan bajo mi falda mientras mis dedos se cuelan en sus pantalones, buscando el calor y la dureza que tanto he deseado. Nos masturbamos mutuamente, silenciosos y desesperados, con el corazón acelerado y las respiraciones contenidas. El riesgo aumenta nuestra excitación hasta límites delirantes, y ambos llegamos al clímax justo antes de que se abra la puerta del ascensor. Una última mirada cómplice, una sonrisa fugaz, y salimos como si nada hubiera pasado, aunque ambos sabemos que acabamos de cruzar una línea peligrosa y absolutamente deliciosa.




Pero nuestros encuentros se vuelven cada vez más atrevidos. En el baño de la oficina, la tensión acumulada estalla en un abrazo desesperado. Sus labios recorren mi cuello mientras sus manos desabrochan mi blusa con prisa febril. La respiración entrecortada llena el pequeño espacio, acelerando nuestros corazones. Sus dedos trazan caminos que me llevan al borde del delirio. Nuestros cuerpos vibran al unísono hasta que llegamos juntos al clímax, compartiendo un orgasmo profundo que sellamos en un beso ardiente y prohibido.


La noche envolvía la habitación en un silencio expectante. Ella sentía su corazón golpear con fuerza contra su pecho, cada latido cargado de la mezcla agridulce de miedo y deseo. En su mente, las dudas se arremolinaban: ¿Debería detener esto ahora, antes de que sea demasiado tarde? Pero al mismo tiempo, un calor embriagador recorría su cuerpo, desde el cosquilleo que nacía en la base de su nuca hasta el temblor suave en sus manos. Él estaba a solo unos pasos, tan cerca que podía distinguir cómo también contenía la respiración; sus ojos oscuros reflejaban la misma indecisión tormentosa. Ambos sabían que una vez que cruzaran ese límite, nada volvería a ser igual, y esa certeza los aterraba a la par que alimentaba el fuego que amenazaba con consumirlos.


Él alzó una mano con lentitud temblorosa y rozó suavemente la mejilla de ella con el dorso de los dedos. Un estremecimiento involuntario la recorrió al sentir esa caricia contenida, como un relámpago de placer y ansiedad que encendió cada nervio bajo su piel. No puedo pensar con claridad cuando me toca…, se confesó en silencio mientras cerraba los ojos, dejándose llevar por la cálida sensación de su piel contra la suya. Por su parte, él luchaba contra el impulso de estrecharla en sus brazos de golpe; una parte de él temía que cualquier movimiento brusco la ahuyentara. Sus miedos susurraban que quizás estaba yendo demasiado lejos, pero el anhelo era más fuerte: sentía el suave aroma de su cabello nublando su juicio y la cercanía de sus labios entreabiertos era una tentación imposible de ignorar.






Durante un instante eterno, ninguno de los dos se movió, atrapados en ese juego tortuoso de incertidumbre y deseo feroz. Sus respiraciones entrecortadas eran el único sonido en la oscuridad; los ojos de ella buscaron los de él, intentando leer en ellos alguna señal de que debían parar o continuar. En las profundidades de su mirada vio reflejado el mismo fuego que ardía en su interior, y fue entonces cuando su última gota de resistencia se evaporó. Con un gemido suave que era mitad súplica y mitad rendición, ella acortó la distancia y rozó con sus labios los de él. Ese contacto apenas insinuado rompió la quietud: él respondió al beso primero con delicadeza temerosa, luego con un hambre creciente, abriendo paso a la pasión contenida tanto tiempo. Los dedos de él se entrelazaron en el cabello de ella con urgencia suave, mientras las manos de ella se aferraban a la camisa de él como si temiera que en cualquier segundo pudiera desvanecerse aquella realidad ardiente.


Lo que empezó como un roce tímido se transformó en un arrebato incontenible. Ella se encontró atrapada entre el muro y el cuerpo firme de él, sintiendo el calor que emanaba de cada rincón de su ser. Sus labios, antes dubitativos, ahora la exploraban con devoción desesperada: trazaron un camino de besos febriles desde la comisura de su boca hasta la curva sensible de su cuello, encendiendo a su paso una estela de escalofríos deliciosos. Nunca me había sentido tan viva…, pensó ella, ahogando un suspiro cuando él mordió con suavidad la piel delicada de su cuello, enviándole oleadas de placer que desterraban cualquier rastro de temor que pudiera quedar. Él, perdido en el sabor y el aroma de ella, sintió cómo sus propias barreras se derrumbaban; sus dudas se disiparon al escucharla suspirar su nombre con esa mezcla de urgencia y entrega total. Ya no había espacio para la vacilación: con ternura y pasión a partes iguales, la levantó apenas para acercarla más, fundiéndose el uno en el otro sin reservas. Ambos se abandonaron a ese momento, con sus cuerpos y almas entrelazados. En cada caricia descubrían que el miedo había dado paso a una necesidad infinita de amarse con toda la intensidad que durante tanto tiempo se habían negado.


Nuestros cuerpos se vuelven adictos uno al otro, nuestros corazones latiendo al ritmo desenfrenado de una pasión secreta, irresistible e inolvidable. Nuestros encuentros se vuelven una danza secreta entre la urgencia y la desesperación. En cada beso, en cada caricia robada en la penumbra, descubrimos un lenguaje que no necesita palabras. El deseo nos arrastra sin piedad, pero en lo más profundo de nuestra piel arde algo más: algo que no se disipa con el amanecer ni se sacia en los fugaces momentos de entrega.


Entonces, un día, el juego se detiene. No porque la pasión se haya apagado, sino porque ha tomado una forma diferente.


Nos encontramos en su departamento, pero esta vez no hay prisa, no hay necesidad de escondernos. Él me mira como si viera algo más allá del deseo, algo que lo asusta tanto como lo atrae. Y yo, que creía que esto solo era un incendio pasajero, me descubro anhelando más que su cuerpo.


—No quiero que esto sea solo una aventura —susurra, su pulgar acariciando mi mejilla con una ternura que me desarma.


Mi pecho se aprieta, mi respiración se entrecorta. Porque siento lo mismo. Porque esto ya no es solo piel contra piel, sino alma contra alma.


En ese instante lo sé: hemos cruzado un umbral del que no hay regreso.


Nos amamos esa noche de un modo distinto, sin el vértigo del secreto ni la urgencia del pecado. Nos besamos como si estuviéramos aprendiendo el significado de cada caricia, con la certeza de que el deseo es solo una parte del todo. Nuestros cuerpos se buscan, sí, pero esta vez nuestros corazones laten al mismo compás, reconociéndose en la oscuridad.


Cuando la madrugada nos encuentra entrelazados, su aliento tibio en mi cuello y su brazo rodeando mi cintura, no hay más miedo, solo la certeza de que el fuego que nos consume ha dejado de ser solo un incendio pasajero.


Nos pertenecemos. No como un secreto escondido entre pasillos y ascensores, sino como una verdad que ya no necesita ocultarse.


Y así, con la piel marcada por su amor y la certeza de que esto apenas comienza, me dejo caer en el abismo de su abrazo, sabiendo que esta historia, lejos de terminar, acaba de empezar.

sábado, 8 de marzo de 2025

El frio Ardiente del placer, en boca del halls


 Su boca descendió como un murmullo de sombras y fuego, el frio del halls fue trazando sobre su piel un mapa de deseo con el frio de cada beso, cada roce, cada aliento contenido.


Sus labios se posaron en sus senos con la devoción de un peregrino que encuentra su santuario. Primero fue un roce suave, apenas un susurro de piel contra piel, antes de que su lengua dibujara círculos lentos alrededor de sus pezones, endureciéndolos, despertándolos. Los atrapó entre sus labios, jugando con la presión, arrancándole suspiros entrecortados mientras el calor de su boca y el frio de aquel caramelo se mezclaba con el escalofrío que recorría su piel.


Bajó por su vientre, dejando un camino de besos húmedos, encendidos, marcando su piel como si cada caricia fuera una promesa. Su lengua jugueteó con el ombligo, un punto de encuentro entre el placer y la anticipación. Sus manos, firmes y cálidas, recorrían su cuerpo con la calma de quien saborea cada instante, sin prisas, sin apuros.


Giró su cuerpo con delicadeza, deslizando sus labios por la curva de su espalda, recorriéndola con una mezcla de reverencia y deseo. Besó cada vértebra como si deletreara un hechizo sobre su piel, descendiendo lentamente hasta el valle donde su aliento se volvió más profundo, más contenido, más hambriento.


Y entonces la encontró, abierta, entregada, temblando de expectativa. Sus labios se posaron sobre su vagina con la misma devoción con la que había besado su boca. Su lengua se deslizó lenta, explorando cada pliegue con la delicadeza de quien degusta un manjar prohibido. No era solo placer, era arte, era un ritual en el que cada roce, cada movimiento, la sumergía más en el abismo del éxtasis, su clitoris clamaba su lengua, su placer derramaba en su boca, estremeciéndola y latiendo sin control, deseando sentirlo adentro llenando cada espacio de su placer.


Sus gemidos eran el único testimonio de su rendición, de ese dulce y ardiente naufragio en el que se perdió sin resistencia, guiada solo por el compás de su boca, por el hambre insaciable de sus besos y por aquel caramelo que congelo y éxito cada paso de su lengua por su cuerpo

martes, 25 de febrero de 2025

El Pacto del Sacrificio: Esclavitud, Sangre y la Ilusión del Libre Albedrío

 El Pacto del Sacrificio: Esclavitud, Sangre y la Ilusión del Libre Albedrío



Desde tiempos inmemoriales, la historia de la humanidad ha sido una crónica de sacrificios. Civilizaciones enteras han alzado sus imperios sobre la sangre de sus súbditos, convencidas de que la ofrenda de vidas era necesaria para obtener poder, favor divino o estabilidad. Pero detrás de cada sacrificio, se esconde un pacto—uno que nos mantiene atrapados en una rueda interminable de control, sometimiento y falsa evolución.


Sin embargo, este sacrificio no ha sido solo físico. La esclavitud ha cambiado de forma, transformándose en la esclavitud mental, emocional y espiritual. Hoy, el sacrificio sigue existiendo, solo que es más sutil, más sofisticado, más aceptado.


Pero antes de entender cómo romper el ciclo, hay que comprender cómo comenzó.

Las Civilizaciones del Sacrificio: La Sangre Como Moneda del Poder


Desde los sumerios hasta las pandemias modernas, el sacrificio ha sido una constante. A veces, se ha hecho en nombre de los dioses, otras en nombre de la civilización, la ciencia o la estabilidad social.


1. Los Sumerios y los Sacrificios de Servidumbre


La primera gran civilización humana, la sumeria, ya practicaba sacrificios. En las tumbas de la ciudad de Ur, se encontraron esqueletos de sirvientes que fueron enterrados vivos junto a sus amos. Creían que los muertos debían llevar consigo sirvientes al inframundo. El sacrificio no solo mantenía el orden religioso, sino también el dominio de las élites sobre el pueblo.


2. Egipto: Sangre para el Más Allá


Los egipcios realizaban sacrificios humanos en los primeros períodos de su civilización. Los faraones eran enterrados con sus sirvientes, soldados y concubinas para que los acompañaran en el más allá. Aunque con el tiempo estos sacrificios fueron sustituidos por figurillas de madera llamadas “ushabtis”, el principio seguía siendo el mismo: la sangre era la llave al poder y la eternidad.


3. Los Mayas: Corazones Como Ofrenda Cósmica


Los mayas, con su impresionante conocimiento astronómico y matemático, también practicaban sacrificios humanos. Los sacerdotes arrancaban corazones palpitantes en la cima de las pirámides para alimentar a los dioses y garantizar el orden cósmico. Creían que el derramamiento de sangre aseguraba el equilibrio del universo. Sin embargo, su civilización colapsó, víctima de sequías, guerras y el mismo sistema que los elevó.


4. Los Aztecas y la Máquina del Sacrificio


Si los mayas sacrificaban cientos, los aztecas sacrificaban miles. Durante la consagración del Templo Mayor en Tenochtitlán en 1487, se dice que 80,000 prisioneros fueron sacrificados en cuatro días. Para los aztecas, la guerra no solo tenía un propósito territorial, sino también religioso: los enemigos capturados eran ofrendas vivas para los dioses. Pero su pacto con lo divino no los salvó del colapso.


5. Cartago y el Sacrificio de Niños a Baal


Los cartagineses sacrificaban bebés en honor a Baal Hammon, su deidad suprema. Miles de restos de infantes han sido encontrados en el Tophet de Cartago, donde los padres entregaban a sus propios hijos en una ceremonia de fuego. Creían que esto les otorgaba prosperidad. Sin embargo, Roma los destruyó y sembró sal en sus tierras para erradicar su legado.


6. Roma y los Espectáculos de Sangre


Roma no sacrificaba en altares, pero convirtió la muerte en entretenimiento. Los gladiadores, los prisioneros de guerra y los cristianos eran ejecutados en coliseos ante multitudes que clamaban por más sangre. El sacrificio se volvió un espectáculo, una distracción para que el pueblo no viera la corrupción del Imperio.


7. Los Celtas y el Hombre de Mimbre


Los druidas celtas practicaban sacrificios rituales. Se han encontrado cuerpos de hombres y mujeres en pantanos europeos, preservados durante siglos, que muestran señales de haber sido sacrificados. En la tradición de “El Hombre de Mimbre”, se colocaban prisioneros dentro de una gigantesca figura de madera, que luego era incendiada como ofrenda a los dioses.


8. El Cristianismo y las Cruzadas: Sacrificio en Nombre de Dios


El cristianismo nació con un sacrificio: Jesucristo crucificado. Sin embargo, esta religión que predicaba paz y amor se convirtió en una máquina de guerra y muerte durante las Cruzadas. Los ejércitos cristianos masacraron ciudades enteras en Tierra Santa con el pretexto de recuperar el sepulcro de Cristo.


9. El Holocausto y la Matanza Sistemática


El nazismo transformó el sacrificio en una industria de exterminio. Seis millones de judíos fueron asesinados en campos de concentración en un intento de “purificación racial”. La sangre de millones alimentó el sueño de un nuevo orden, pero en su lugar trajo la ruina de Alemania.


10. Guerras Modernas y Sacrificios por el Progreso


Las guerras del siglo XX fueron sacrificios a gran escala. Millones murieron en trincheras, bombardeos y exterminios. Hiroshima y Nagasaki fueron sacrificios nucleares que marcaron una nueva era de dominación global.


11. El COVID-19 y el Sacrificio Silencioso


El sacrificio de la era moderna ya no requiere templos ni cuchillos de obsidiana. Se hace en hospitales, en laboratorios, en crisis que remodelan el orden mundial. No solo murieron cuerpos, sino libertades, derechos y conexiones humanas.

La Esclavitud Espiritual: El Verdadero Pacto


El sacrificio ha cambiado de forma, pero no ha desaparecido. Seguimos atrapados en la rueda, convencidos de que cada crisis nos traerá libertad.


Pero la verdadera esclavitud no es la física ni la política. Es la del alma.


Nuestra conciencia ha sido secuestrada por un sistema que nos ha desconectado del planeta, de los elementales, de la energía que nos rodea. Nos hicieron olvidar que somos fragmentos del Creador, almas en un viaje de reencarnaciones para aprender y evolucionar.


Pero cada vez que caemos en el miedo, en el sacrificio, en la sumisión, perpetuamos el ciclo. Nos convertimos en esclavos de una Matrix que nos mantiene corriendo en la rueda.

El Arca de Noé y la Luna: ¿De Dónde Venimos?


El relato de Noé habla de un diluvio y un arca. Pero, ¿y si el arca no fue un barco, sino la Luna?


Algunas tradiciones sugieren que nuestra especie fue creada como esclava y que la Luna es una estructura artificial, un arca que trajo a la Tierra una nueva raza diseñada para servir. Nos hicieron olvidar nuestros orígenes, nos implantaron la idea del sacrificio como algo sagrado y nos convirtieron en prisioneros de un ciclo de muerte y renacimiento.

El Último Pacto: Rompiendo la Rueda


No necesitamos más sacrificios. No necesitamos más sangre. La única forma de romper el pacto es dejar de alimentar el sistema.


No más guerras.

No más miedo.

No más energía entregada a un ciclo que no nos pertenece.


Es tiempo de recordar. Es tiempo de despertar. Es tiempo de dejar de correr en la rueda y empezar a caminar hacia la verdadera libertad.