En muchas culturas antiguas, la masturbación era vista como un acto sagrado, una forma de conectarse con lo divino y honrar el propio cuerpo. En el Antiguo Egipto, por ejemplo, se creía que el dios Atum creó el universo a través de la masturbación, simbolizando la fertilidad y la creatividad.
En la penumbra de su habitación, donde la soledad susurra secretos y el silencio grita verdades, ella se encuentra a sí misma, desnuda y vulnerable. Cada noche, su cuerpo se convierte en un altar donde deja sus orgasmos en sacrificio. Sacrificio de dolores, de frustraciones, de una pareja que no entiende el lenguaje de su piel. En cada gemido contenido, en cada suspiro ahogado, ella entrega un pedazo de su ser, buscando redención en la efímera explosión del placer.
Pero el orgasmo no es solo un grito de liberación, es también un acto de amor propio. En la oscuridad, sus manos se convierten en exploradoras, recorriendo cada curva, cada pliegue, redescubriendo el mapa de su deseo. Masturbarse no es solo una necesidad física, es un ritual de autoconocimiento, una danza íntima donde cada movimiento es un paso hacia la reconciliación con su propio ser. En cada caricia, en cada roce, ella encuentra un pedazo de sí misma, un fragmento de amor que se ha negado durante tanto tiempo.
Cada orgasmo es una pequeña muerte y una gran resurrección. En ese instante de éxtasis, ella se libera de las cadenas de la monotonía, de la falta de amor propio. Sus músculos se tensan, su piel se eriza, y en esa explosión de placer, ella se encuentra, se reconoce, se ama. El orgasmo no es sinónimo de pareja, es sinónimo de amor propio. Es un momento de intimidad consigo misma, donde no hay juicios, no hay expectativas, solo la pura y simple entrega al placer.
Amar sus orgasmos es amarse a sí misma. Es entender que el placer no depende de otros, sino de su propia capacidad de entregarse al deseo. Cada orgasmo es un recordatorio de su poder, de su capacidad de amar y ser amada. Es una reafirmación de su independencia, de su derecho a disfrutar de su cuerpo sin necesidad de una pareja. Es un grito de libertad, una declaración de amor propio.
En la búsqueda de sus propios orgasmos, ella encuentra el camino hacia el amor verdadero. Un amor que no depende de otros, sino de su propia capacidad de amarse a sí misma. En cada orgasmo, ella se reconcilia con su cuerpo, con su ser, y en esa reconciliación, encuentra la paz. Solo cuando ha aprendido a amarse a sí misma, a disfrutar de su propio cuerpo, puede estar verdaderamente preparada para compartir ese amor con alguien más.
El orgasmo es mucho más que un acto físico. Es una expresión de amor propio, una forma de redención y autoconocimiento. Es un camino hacia la reconciliación con uno mismo, hacia la aceptación y el amor propio. Solo cuando aprendemos a amar nuestros propios orgasmos, a disfrutar de nuestro propio cuerpo, podemos estar verdaderamente preparados para amar y ser amados. Porque el amor verdadero no comienza con otro, comienza con uno mismo.
Recuerda que en cada momento de intimidad contigo mismo, encuentras un pedazo de tu ser, un fragmento de amor que se ha negado durante tanto tiempo. Aprende a amarte a ti mismo, a disfrutar de tu propio cuerpo, y descubrirás una fuente inagotable de amor y placer.
Juan Camilo Rodriguez Garcia .·.
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