domingo, 28 de julio de 2024

La marea del Placer

 El placer, como la marea, tiene un ritmo propio, un vaivén que nos envuelve y nos arrastra hacia lo profundo. Cada encuentro íntimo es una danza líquida, una sinfonía de cuerpos que se funden en un mar de sensaciones. Imagino el acto sexual como un océano vasto y misterioso, donde cada ola es un latido de pasión, cada caricia, una ola que rompe suavemente contra la piel.


El primer contacto es como el suave murmullo del agua al besar la orilla. Los labios se encuentran, se rozan, explorando el territorio desconocido del otro. La humedad de la boca es un océano en miniatura, un universo contenido en el beso que despierta todos los sentidos. La lengua se desliza, se mezcla, creando una marea de deseo que crece con cada segundo.


La piel se eriza bajo el toque de los dedos, como la arena que siente el primer beso del agua. Cada caricia es una ola que avanza, retrocede, deja un rastro de sal y deseo. El cuerpo se convierte en un mapa de mares y corrientes, cada curva, un golfo, cada músculo, una bahía esperando ser explorada.


El momento en que nuestros cuerpos se unen es como la cresta de una ola gigante, ese instante de suspensión antes de romperse con todo su poder. La vagina, cálida y húmeda, es un refugio, una cueva marina donde el placer se intensifica con cada movimiento. Cada embestida es una ola que choca, que se mezcla con el calor del otro, que produce una espuma de gemidos y suspiros.


El semen, cuando finalmente se libera, es como la marea alta que llena cada rincón, que se expande con una fuerza imparable. Es el clímax de la tormenta, el punto máximo de la marea que, después de alcanzar su cúspide, empieza a retirarse lentamente, dejando tras de sí un campo de calma y satisfacción. La humedad del orgasmo es el mar en su forma más pura, una explosión de vida que se siente en cada fibra del cuerpo.


Después, el descenso de la marea trae consigo una paz profunda. Los cuerpos quedan entrelazados, como restos de naufragios abrazados por el mar. La respiración, lenta y acompasada, es el murmullo del océano en calma, el susurro de las olas que prometen regresar. La piel, aún húmeda, guarda el recuerdo del placer, como la arena que retiene la huella de la marea que se ha ido.


En cada encuentro, la marea del placer nos muestra su poder, su capacidad de transformar, de llevarnos a lo más profundo de nosotros mismos. Nos convierte en océano, en agua, en vida que fluye y se renueva. En el vaivén de las olas encontramos la verdad de nuestro deseo, la pureza de nuestra pasión, y nos rendimos a su fuerza, sabiendo que siempre habrá una nueva marea, un nuevo mar por explorar.

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