La Danza del Deseo...
La música llenaba el aire, envolviéndonos en una atmósfera de sensualidad y misterio. Nos miramos a los ojos y, sin necesidad de palabras, comenzamos a movernos al compás de la melodía. Era una conexión eléctrica, inmediata, que trascendía cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Nuestros cuerpos se acercaban y se alejaban, en una danza que era un preludio de lo que vendría. Cada movimiento era una promesa, cada giro una invitación.
Sentí sus manos en mi cintura, guiándome con firmeza y ternura. Su toque era un fuego lento que encendía cada fibra de mi ser. La danza del deseo nos llevó a un punto donde las palabras sobraban y nuestros cuerpos hablaron por nosotros. La música, una mezcla de ritmos latinos y notas de jazz, parecía sincronizarse con nuestros corazones acelerados.
Podía sentir el calor de su cuerpo, la tensión creciente entre nosotros, una tensión deliciosa que prometía un desenlace explosivo. Mis manos recorrieron su espalda, sintiendo cada músculo bajo la tela de su camisa. Cada vez que nuestras pieles se rozaban, un escalofrío recorría mi cuerpo, despertando sensaciones dormidas.
La habitación se convirtió en nuestro escenario privado. Las luces tenues, el suave murmullo de la ciudad fuera, todo se desvaneció. Solo existíamos nosotros dos, envueltos en la magia de esa danza. Sus ojos, oscuros y profundos, me miraban con una intensidad que me dejaba sin aliento.
Cada paso, cada giro, era una exploración mutua. El olor de su colonia, una mezcla de madera y especias, llenaba mis sentidos. Era embriagador, adictivo. Sus susurros en mi oído, promesas y confesiones cargadas de deseo, hacían que mi corazón latiera más rápido.
La música nos envolvía, uniendo nuestros movimientos en una coreografía perfecta. La noche avanzaba, y con cada minuto, la pasión crecía. Sentí sus labios rozar mi cuello, enviando ondas de placer por mi piel. Cada beso, cada caricia, era un eco de la música que nos rodeaba.
La danza del deseo se intensificó, llevándonos al límite del placer. Mi respiración se volvió más pesada, y el calor entre nosotros se hizo casi insoportable. Cada toque era una chispa, encendiendo un fuego que amenazaba con consumirnos.
Nos movimos con una sincronía perfecta, nuestros cuerpos hablando en un idioma antiguo y universal. Sentí su mano en mi rostro, levantando mi barbilla para encontrar sus labios. El beso fue ardiente, lleno de una urgencia que no podía ser contenida.
La música alcanzó su clímax, y con ella, nosotros también. La habitación se llenó de suspiros y gemidos, una sinfonía de deseo y placer. Nos dejamos llevar, perdiéndonos en la intensidad del momento. Cada segundo era una eternidad, cada toque una promesa de más.
Finalmente, la música comenzó a disminuir, pero el fuego entre nosotros seguía ardiendo. Nos quedamos abrazados, nuestros cuerpos aún temblando con el eco de nuestra pasión. En sus ojos, vi reflejada la misma satisfacción y el mismo deseo que sentía.
La noche había sido una danza de deseo, un viaje de descubrimiento y conexión. Y mientras la última nota de la música se desvanecía, supe que este era solo el comienzo de muchas noches más, llenas de pasión, de caricias, de susurros compartidos en la oscuridad.
Juan Camilo Rodriguez Garcia .·.
No hay comentarios:
Publicar un comentario