El amor interno es la fuerza que reside en lo más profundo de nuestro ser, una energía que nos impulsa a aceptarnos tal como somos, con nuestras luces y sombras. Sin embargo, es también la batalla más ardua que enfrentamos, porque exige desnudar nuestras heridas y vernos sin las máscaras que hemos construido para protegernos.
Es más fácil pelear con el mundo exterior porque las adversidades y los obstáculos que encontramos fuera de nosotros son palpables, se pueden ver y enfrentar directamente. Pero, cuando se trata de nuestro mundo interno, la lucha es silenciosa y solitaria, porque enfrentamos a un saboteador que habita en nuestras inseguridades, temores y dudas. Este saboteador interno conoce nuestros puntos débiles mejor que nadie y usa nuestras propias experiencias, errores y fracasos para mantenernos atrapados en un ciclo de autocrítica y autoengaño.
Es más fácil dejar que otros nos saboteen porque eso nos permite evitar la confrontación directa con nuestros propios miedos. Al culpar al mundo exterior, escapamos de la responsabilidad de sanar nuestras heridas y cultivar un amor propio que trascienda la crítica y la autodestrucción. Luchar contra nuestro propio saboteador implica un acto de profundo amor interno, un compromiso de compasión hacia nosotros mismos que desafía las voces que nos dicen que no somos suficientes.
Amar internamente es aceptar que la batalla más difícil no es con el mundo exterior, sino con la imagen distorsionada que hemos creado de nosotros mismos. Es elegir el camino del autoconocimiento, donde el amor interno se convierte en el escudo que desarma al saboteador, transformando la lucha interna en un proceso de sanación y crecimiento personal.
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