En la mitología griega, el dios Hades, señor del inframundo, no era visto como un ser malvado, sino como un guardián del equilibrio entre la vida y la muerte. Abrazar a nuestros demonios es, de alguna manera, honrar ese equilibrio interno.
En la profundidad de la noche, cuando el silencio se convierte en un manto pesado y la oscuridad abraza cada rincón, es cuando nuestros demonios emergen. No son monstruos con colmillos afilados ni criaturas de pesadillas infantiles. Son reflejos de nosotros mismos, sombras que habitan en las esquinas de nuestra mente. Y, en ese instante, cuando estamos solos con ellos, comienza la danza oscura de la existencia.
Mis demonios no son más que versiones de mí mismo, aquellas partes que he rechazado, negado, temido. Se presentan con rostros familiares, con susurros que me recuerdan mis fracasos, mis miedos, mis dudas. Pero, ¿acaso no son ellos también parte de mi ser? ¿No merecen, acaso, ser reconocidos y aceptados?
Me reservo el derecho de estar triste, de sentir el peso de la melancolía en mis hombros. En una sociedad que nos presiona a estar constantemente felices, a mostrar una fachada de perfección, aceptar la tristeza es un acto de rebeldía. Es mi derecho sentirme mal, porque la vida no siempre es justa, y no todo está bien. Y al aceptar este derecho, permito que mis demonios hablen, que susurren sus verdades.
Validar mis demonios es reconocer que tienen algo que enseñarme. No son miedos irracionales, sino faltas de razones para vivirlos. Me dicen que lo que siento es la vida misma, con sus altos y bajos, con sus luces y sombras. Me enseñan que cada emoción, cada pensamiento, tiene un lugar en mi existencia. Al abrazar mis demonios, les doy la bienvenida como compañeros en este viaje.
En la oscuridad hay una belleza única. No es la belleza superficial de lo perfecto, sino la belleza profunda de lo auténtico. Mis demonios, con todas sus imperfecciones, me muestran quién soy en realidad. Me enseñan que ser humano es ser complejo, contradictorio, imperfecto. Y en esa imperfección encuentro mi verdad.
Abrazar a mis demonios es un acto poético. Es escribir con lágrimas, con sangre, con risas y suspiros. Es aceptar cada parte de mí, cada verso oscuro, cada rima triste. Es encontrar en la tristeza una musa, en el miedo una inspiración. Al hacerlo, transformo mis demonios en poesía, en arte, en vida.
Abrazar a tus demonios es un acto de valentía, de aceptación, de amor propio. Es reconocer que cada parte de ti tiene un propósito, una razón de ser. Es encontrar belleza en la oscuridad, poesía en la tristeza, y vida en cada emoción. Aceptar a tus demonios es aceptar la totalidad de tu ser, con todas sus luces y sombras.
Tus demonios no son tus enemigos, sino tus maestros. Abrazarlos es abrazarte a ti mismo…..
Juan Camilo Rodriguez Garcia .·.