viernes, 8 de noviembre de 2024

Historias del cafe

 


El Café Que Llora

¡Ay, mijito! Si yo pudiera hablar, ¡cuántas historias les contaría!  Aquí me tienen, aferrado a esta montaña antioqueña desde que era apenas un brote. He visto pasar los años, las décadas… ¡y hasta los siglos, carajo!  Desde esta ladera he sido testigo de cómo ha ido cambiando mi tierra, de cómo el sudor de estos hombres ha labrado la historia de Antioquia.

 Recuerdo cuando esto era solo montaña virgen, llena de  árboles  gigantescos y animales de  todo tipo.  Luego llegaron  ellos, los colonos, con sus hachas y  machetes,  abriéndose paso entre la  maleza.  ¡Qué  berraquera la de esa gente!  Con  sus propias manos  despejaron  el terreno, construyeron  sus casas  y  sembraron  la tierra.  Y entre  todos  esos cultivos… ¡aparecimos nosotros, los  cafetos!

 Al principio éramos poquitos, pero con el tiempo  nos fuimos multiplicando  hasta cubrir  la montaña  de un verde  intenso.  Y con  el café… llegaron  ellos, ¡los  arrieros!  Hombres  curtidos  por el sol  y  el viento, con  sus  mulas  cargadas  de  costales.  ¡Qué  espectacular  verlos  bajar  por  las trochas,  abriéndose  paso  entre  las piedras  y  los  barrancos!  Parecían  hormigas  cargando  un  peso  diez  veces  mayor  que  ellas.

 Las mulas… ¡esas sí que son unas  berracas!  Fuertes,  resistentes,  capaces  de  cargar  hasta  lo  increíble.  Y  fieles  compañeras  de  los  arrieros.  A  veces,  cuando  la  trocha  se  ponía  muy  difícil,  se  oía  al  arriero  hablarle  al  animal,  casi  como  si  fuera  una  persona. "Vamos,  Lucero,  que  ya  casi  llegamos",  le  decía.  Y  la  mula,  como  entendiéndolo,  seguía  adelante  con  paso  firme.

 En  aquellos  tiempos,  el  café  era  el  oro  verde  de  Antioquia.  Gracias  a  él,  la  región  prosperó.  Se  construyeron  pueblos,  se  abrieron  comercios…  y  los  arrieros,  con  su  trabajo  incansable,  fueron  parte  fundamental  de  esa  prosperidad.  Pero…  ¡ay,  mijo!  Así  como  he  visto  tiempos  de  bonanza,  también  he  visto  tiempos  de  decadencia.

 Con  la  llegada  de  las  carreteras  y  los  camiones,  los  arrieros  fueron  quedando  relegados.  Ya  no  eran  tan  necesarios.  Las  mulas,  antes  tan  valoradas,  fueron  reemplazadas  por  motores  y  ruedas.  Y  los  caminos  de  herradura,  antes  llenos  de  vida,  se  fueron  quedando  solitarios,  invadidos  por  la  maleza.

 Es  triste  ver  cómo  aquellos  hombres  que  tanto  dieron  por  esta  tierra,  ahora  viven  en  el  olvido.  Muchos  de  ellos  terminaron  sus  días  en  la  pobreza,  añorando  aquellos  tiempos  en  que  eran  los  reyes  de  la  montaña.  Y  lo  que  es  peor…  ¡el  café,  ese  que  ellos  ayudaron  a  engrandecer,  ahora  se  vende  a  precio  de  güeva!

 A  veces,  cuando  el  viento  sopla  entre  mis  ramas,  me  parece  oír  el  eco  de  las  mulas,  el  canto  de  los  arrieros…  y  siento  una  profunda  nostalgia  por  aquellos  tiempos  que  ya  no  volverán.  Pero  bueno…  la  vida  es  así,  mijo.  Un  constante  cambio.  Lo  importante  es  no  olvidar  a  quienes  nos  precedieron,  a  quienes  con  su  esfuerzo  y  sacrificio  hicieron  posible  que  hoy  estemos  aquí.

 Y  ahora…  si  me  disculpas,  voy  a  seguir  disfrutando  de  este  sol  que  me  acaricia  las  hojas.  Que  tengas  un  buen  día,  mijo.  Y  no  olvides…  ¡que  el  café  de  Antioquia  es  el  mejor  del  mundo!

 

El Latir de las Montañas: Confesiones de un Cafeto Antioqueño

Entre las brumas matinales de estas montañas antioqueñas, me despierto cada día sintiendo el rocío que besa mis hojas. Soy un cafeto orgulloso, arraigado en esta tierra fértil que respira historias y susurra secretos antiguos. El sol acaricia mis ramas con dedos cálidos, encendiendo en mí una energía que palpita al ritmo del corazón de los montañeros.

 Veo a los arrieros surcar las trochas, esos senderos serpenteantes que abrazan las laderas. Hombres de mirada profunda y piel curtida, avanzan junto a sus mulas, compañeras fieles de pasos firmes. Sus voces se mezclan con el canto de las aves, creando una melodía que resuena en mi savia. Siento el peso de sus cargas, no solo en los sacos de café que transportan, sino en las esperanzas y sueños que llevan a cuestas.

 Las mulas, nobles criaturas de mirada serena, atraviesan los caminos escarpados con una gracia que me hipnotiza. Sus cascos golpean la tierra en un compás que reverbera en mis raíces. La brisa trae el aroma de su esfuerzo, un perfume mezclado de sudor y tierra húmeda que me envuelve en un abrazo íntimo. Hay una conexión profunda entre nosotros, una danza silenciosa que sólo la naturaleza comprende.

 Los montañeros, guardianes de estas tierras, cuidan de mí con manos ásperas pero gentiles. Sus susurros me cuentan leyendas de tesoros escondidos y amores perdidos entre las cumbres. Cada gota de agua que me ofrecen, cada gesto de cuidado, es un latido más en este ciclo de vida que compartimos. Sus risas y penas son mías también, resonando en el eco de las montañas.

 Sin embargo, una sombra se cierne sobre este paisaje de ensueño. A pesar de la riqueza que mis granos encierran, veo cómo los arrieros regresan cada día más agotados, más pobres. Sus ropas desgastadas y miradas cansadas me hablan de injusticias que no alcanzo a comprender. ¿Cómo puede ser que el fruto de mi esencia, tan apreciado en tierras lejanas, no alivie el peso que oprime sus almas?

 Siento una llama de impotencia ardiendo en mi interior. Mis hojas se estremecen al pensar en el sacrificio de estos hombres, cuya sangre y sudor nutren esta tierra tanto como la lluvia. Quisiera extender mis ramas y abrazarlos, compartir con ellos la energía que corre por mi savia. Anhelo que el sabor dulce y profundo de mis granos se refleje en la prosperidad de sus vidas.

 El atardecer pinta el cielo con tonos de fuego, y el murmullo del río cercano canta una melodía melancólica. En ese instante, me inunda un deseo ferviente de cambio. Imagino un futuro donde los arrieros caminan con la frente en alto, donde sus risas llenan el aire y sus manos sostienen no sólo cargas pesadas, sino también la recompensa justa por su labor.

 Las estrellas emergen una a una, iluminando la noche con su brillo distante. Me dejo llevar por la sensación del viento nocturno que acaricia mis hojas, llevando mis pensamientos hacia lo desconocido. Soy parte de este paisaje, testigo silencioso y participante de una historia que sigue escribiéndose. Mi esencia está entrelazada con la de los arrieros, las mulas y los montañeros, en una danza eterna de vida y esperanza.

 Mientras la luna se alza sobre las cumbres, cierro mis ojos imaginarios y siento el latido de la tierra bajo mis raíces. Sé que, pese a las adversidades, la fuerza de este lugar perdura. Continuaré creciendo, alimentado por los sueños y las luchas de quienes me rodean, esperando que un día la justicia florezca tan hermosa como las flores blancas que adornan mis ramas.

 

domingo, 3 de noviembre de 2024

El éxodo. La huida. Los despojados…


Los refugiados son espejos que nos enfrentan con una verdad que preferimos no ver. ¿Quién soy yo, frente a esos ojos llenos de horror? El miedo, esa sombra que no deja respirar, que se cuela por cada rendija de la vida, se adueña de sus miradas. Me atraviesa, me recuerda mi fragilidad. Nos envolvemos en la falsa seguridad de nuestros muros, pero frente a ellos, a los que huyen, me siento tan expuesto como una herida abierta.

Vi a una mujer joven, con la piel quebrada por el sol que no tiene piedad. Su mirada era un pozo profundo, donde la esperanza había dejado de vivir. Tenía las manos rígidas, huesudas, como ramas secas que abrazaban a su hijo con una desesperación silenciosa, de esas que se sienten en los huesos, como un eco. Su cuerpo hablaba el lenguaje del sufrimiento, pero lo más cruel es que sus ojos solo imploraban al cielo, ese cielo que se hacía el sordo, el ciego.

¿Qué derecho tengo yo a la paz, cuando ella apenas sobrevive? Esta idea me perfora el pecho como un golpe inesperado. La paz. Esa palabra que he dado por sentada en mi vida, la veo desintegrarse cuando pienso en ellos, en los que huyen, en los que lo han perdido todo. Pienso en mis hijos, en su risa libre, en sus noches seguras. ¿Qué sabrán ellos del miedo? De ese miedo que paraliza, que despoja, que vacía el alma… No podría explicarlo. ¿Cómo explicar el hambre, cómo explicar el frío que nace desde dentro? No existe un manual para esa lección.

Me pregunto cuándo empezamos a creer que la vida se trata de lo que tenemos, de lo que acumulamos, de lo que construimos para nosotros mismos. Nos consume la rutina, el trabajo, las horas que entregamos sin mirar atrás, como si ese fuera el único sentido. Pero, ¿qué sentido tiene todo eso cuando otros, al otro lado de nuestro cómodo cristal, sufren tanto que ya no les queda ni el derecho a soñar?

Estamos dormidos, lo sé. Hemos dormido mientras el mundo sangra. Es tan fácil no ver. Tan cómodo no sentir. Construimos estos muros invisibles que nos separan del dolor ajeno, y un día, sin darnos cuenta, somos nosotros los que estamos atrapados detrás de ellos. El miedo nos gobierna. Miedo al cambio, miedo a perder lo que creemos nuestro, miedo de descubrir que no tenemos tanto control como pensamos. Y, sin embargo, hay algo aún más oscuro: el miedo a vivir. A vivir de verdad.

Nos aferramos a lo que conocemos, a la falsa seguridad de lo cotidiano. Preferimos eso, antes que lanzarnos al vacío de lo desconocido. Y entonces, mientras el reloj sigue su curso, despertamos tarde. Despertamos al borde de la muerte, con el alma gastada, el corazón cansado. Nos damos cuenta de que hemos desperdiciado nuestra vida, persiguiendo algo que nunca fue real. Y ahí, en ese momento en que ya no hay marcha atrás, el eco de un lamento se nos clava: "He vivido como si nunca fuese a morir, y muero sin haber vivido realmente".

Cada día, cada hora, cada respiro que tomamos es, al mismo tiempo, un recordatorio de lo finitos que somos. Y sin embargo, seguimos dejando que la vida se nos escape. Postergamos vivir de verdad. Creemos que el mañana nos va a esperar, que el momento perfecto va a llegar, que habrá tiempo. Pero no hay tiempo. Nunca lo hubo.

Los refugiados no son solo aquellos que huyen de una guerra, del hambre, de la muerte física. Somos todos. Todos, en algún momento, hemos sido refugiados de nuestras propias vidas. Huyendo del amor, de la verdad, de lo que nos hace humanos. Tal vez ellos nos están mostrando lo que nos hemos negado a ver. Nos están devolviendo el espejo para que, al mirarlos a los ojos, descubramos lo que también nos falta a nosotros. La capacidad de sentir. De compadecernos. De ser solidarios. De despertar, antes de que sea demasiado tarde.

Refugiados… Somos todos.

domingo, 27 de octubre de 2024

El Murmullo de la Sabiduría Bajo el Roble Eterno

 


El sol se derramaba en el horizonte como miel líquida, bañando el paisaje en tonos dorados y carmesí. Bajo la sombra protectora de un viejo roble, me encontraba al lado del Maestro Detalle, cuya mirada profunda parecía contener los secretos del universo. El viento susurraba melodías antiguas, acariciando mi rostro con dedos invisibles.


“Maestro”, dije, con el corazón latiendo en mi pecho como un tambor inquieto, “la última frase que me diste… ‘Lo que criticas en los otros está en ti’… ¿Significa que soy igual de malo que aquellos a quienes juzgo?”


Él esbozó una sonrisa enigmática, sus ojos brillando con una luz que no provenía del sol. “No, pequeño Saltamontes. Todos llevamos dentro un caleidoscopio de luces y sombras. Somos jardines donde florecen rosas y crecen espinas. La clave está en cómo cultivamos nuestro interior.”


El aroma dulce de las flores silvestres impregnaba el aire, y pude sentir una energía sutil ascendiendo por mi columna, despertando cada fibra de mi ser. “Pero, Maestro, ¿cómo puedo saber qué crece dentro de mí si no lo veo reflejado en los demás?”


Se levantó con gracia y comenzó a caminar hacia un río cercano, sus pasos ligeros como susurros sobre la hierba. “Imagina el río, pequeño Saltamontes. El agua fluye sin detenerse, llevando consigo historias y secretos. Nuestras vidas son como ese río. A veces, sus aguas son cristalinas y podemos ver hasta el fondo; otras veces, se tornan turbias y misteriosas. Intentar detener el flujo es como intentar atrapar el viento entre las manos.”


Nos detuvimos frente al río, observando cómo la corriente reflejaba el cielo incendiado por el ocaso. “Cuando juzgamos a los demás, ensuciamos nuestras propias aguas”, continuó. “Repetir un gesto, un acto, unas palabras, adormece nuestra conciencia. Un hábito es un círculo que acaricias hasta convertirlo en vicioso.”


El murmullo del agua mezclado con el canto lejano de los pájaros creó una sinfonía que resonaba en mi alma. Sentí un nudo en la garganta. “Maestro, cuando no tengo lo mucho que deseo, ¿cómo puedo amar lo poco que tengo?”


Él posó una mano sobre mi hombro, su tacto cálido como el sol de mediodía. “Cuando careces de lo mucho que anhelas, ama lo poco que tienes. Cada nuevo dolor es un maestro que cambia la meta de tu vida. Agradece esas lecciones, pues son ellas las que forjan tu camino.”


Las primeras estrellas comenzaban a titilar en el firmamento, y una brisa fresca trajo consigo el perfume de la tierra húmeda. “Las generalizaciones son trampas”, dijo con voz serena. “Para decir ‘Todos los seres humanos son mortales’, tendrías que verlos morir a todos, incluso a ti mismo.”


Cerré los ojos, permitiendo que sus palabras se mezclaran con los latidos de mi corazón. “En fin, nadie te ha hecho nada. Tú te lo has hecho a través de los otros… No lo dudes: tienes una finalidad. Un fruto surge porque es necesario, aunque no sepa qué pájaro lo comerá.”


Abrí los ojos y lo miré, comprendiendo por primera vez la profundidad de sus enseñanzas. “Entonces, Maestro, ¿cómo puedo cambiar lo que hay dentro de mí?”


“Acepta el error como maestro, la enfermedad como guía hacia la salud, el ayuno como enseñanza para la alimentación. No detengas el agua de tu río. Deja ir la corriente. Permite que la vida fluya a través de ti sin resistencia.”


Un silencio cargado de significado nos envolvió. El tacto suave del césped bajo mis pies descalzos me conectaba con la esencia misma de la tierra. Sentí que cada palabra era una caricia en mi alma, encendiendo fuegos internos que desconocía. La noche desplegaba sus velos estrellados, y supe que nuestro viaje apenas comenzaba.


El Maestro Detalle me miró una vez más, sus ojos reflejando el infinito. “Lo que criticas en los demás reside en ti. Lo que no está en ti, no lo percibes. Comprendemos a una persona por primera vez cuando la vemos por última vez.”


Asentí, sintiendo una oleada de paz y determinación. El camino hacia la sabiduría sería largo y sinuoso, pero con su guía, estaba dispuesto a recorrerlo. El universo conspiraba en un baile eterno de energía y conciencia, y yo, pequeño Saltamontes, empezaba a encontrar mi lugar en él.

sábado, 26 de octubre de 2024

Sendero Eterno


La Oscuridad ilumina en tu camino,

susurra secretos en cada esquina,

y en ese velo de sombra y misterio,

descubres la esencia que a todo destina.


La Magia impulsa tus pasos,

fuerza sin nombre, invisible y pura,

te guía en silencio, entre mundos perdidos,

entre aquello que quema y aquello que cura.


Sea la Vida y Muerte la esencia,

latido eterno que nunca cesa,

pues en el ciclo de nacer y partir,

habita el propósito que nos pesa.


Sea Día y Noche escenario,

de esta danza de fugaces sueños,

donde lo oscuro abraza lo claro,

y en ambos reinos hallamos consuelo.


Sean los miedos las pausas de la mente,

que nos detienen, que nos enseñan,

y las sombras, un refugio tranquilo,

donde el alma herida su carga suelta.


Miles de vidas, miles de caminos,

como espejismos atrapados en rebaños,

eco de vivencias que en el olvido,

quedan suspendidas entre los años.


Y en ese andar sin fin ni certeza,

entre lo oscuro, lo claro, y el miedo,

se traza el sendero, se borra y renace,

como reflejo de un eterno regreso.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Fuego Eterno: El Abrazo de la Noche y el Deseo

 



Ven aquí, amor mío, que la noche aún es joven y nuestros cuerpos anhelan más de lo que las palabras pueden expresar. Déjame abrazarte una vez más, que entre mis brazos encuentres el refugio donde tus deseos se encienden. Como el cóndor que danza en el aire sin prisa, así quiero yo recorrer cada centímetro de tu piel, sin apuros, saboreando cada instante en el que nuestras almas se entrelazan.

Siente mis manos, suaves pero firmes, trazando caminos de fuego sobre tu piel. Que cada caricia sea un pacto silencioso entre el placer y el delirio, un susurro que nos envuelve y nos consume. Nuestros cuerpos, ardiendo en un vaivén incesante, encuentran en la piel del otro la razón de su existencia. Aquí, en este lecho que guarda la memoria de nuestras pasiones, los minutos se disuelven, el tiempo se suspende, y solo quedamos tú y yo, inmersos en la vorágine de nuestros sentidos.

Déjame saborearte, con la delicadeza de quien prueba un fruto maduro y prohibido. Tus labios, cálidos y suaves, saben a promesa cumplida, a sueños encarnados. Y mientras te beso, el mundo entero desaparece, y todo lo que existe es el ritmo de tu respiración y el latido urgente de tu corazón bajo mis dedos. Cada beso que te dejo es un mapa hacia el abismo, ese que ansío recorrer contigo, sin temor, sin freno.

Ven, que el deseo se haga viento y nos envuelva, nos eleve, nos arrastre hasta donde las estrellas parecen más cercanas. Que la luna sea testigo de esta noche infinita, donde nuestros cuerpos no conocen límites y se entregan, una y otra vez, al placer desenfrenado. Tus suspiros son mi orquesta, tu piel mi lienzo. Cada gemido que brota de tus labios es una melodía que quiero escuchar eternamente, mientras nuestros cuerpos, enredados, exploran las profundidades de este deseo insaciable.

Deja que el sudor que ahora brilla en tu piel sea la prueba de nuestra entrega, de esta conexión que trasciende lo físico. Ven aquí, amor mío, que el reloj que marca tu partida puede esperar. Que la noche extienda sus horas solo para nosotros, para que podamos amarnos hasta el agotamiento, hasta que nuestros cuerpos no puedan más y el placer nos haya consumido por completo.

Déjame perderme en ti, que cada movimiento sea un homenaje al fuego que hemos encendido juntos. Que mis manos te hablen en el lenguaje del deseo, que te cuenten secretos que solo tú podrás descifrar. Y cuando finalmente el alba rompa el silencio, nos encontrará abrazados, exhaustos pero plenos, con la certeza de que en cada caricia, en cada beso, en cada susurro, hemos escrito una historia que el tiempo jamás podrá borrar.

Ven aquí... y que nuestras sombras se fundan en una sola, mientras el amor y el tiempo quedan suspendidos, guardando nuestro secreto en el corazón de la madrugada.

El Murmullo del Tiempo: Sabiduría al Atardecer

 




—Maestro, ¿por qué parece que todo lo que intento se desmorona con el tiempo?— preguntó el joven, su voz cargada de duda y frustración mientras miraba el atardecer teñido de un dorado pálido.

El viejo maestro, con una mirada profunda que había visto muchas estaciones pasar, sonrió levemente, como si ya supiera la respuesta antes de que su aprendiz terminara de hablar. —Ah, el tiempo...— suspiró, tomando una bocanada de aire, sintiendo la calma que solo los años saben otorgar —Todo tiene su momento. Hay cosas que no podemos apresurar ni retener, joven. Pero lo que sí podemos hacer es confiar en el proceso, porque con el tiempo, todo encuentra su lugar—.

El muchacho lo miraba, todavía con incertidumbre en los ojos, buscando algo más concreto, alguna fórmula mágica que resolviera sus inquietudes. El maestro, entendiendo esa impaciencia juvenil, bajó la mirada hacia las piedras bajo sus pies, recogió una, áspera y fría al tacto, y se la ofreció. —Tómala— le dijo, mientras el aprendiz obedecía, notando lo áspera que era. —Esta piedra, ahora dura y quieta, una vez fue parte del viento, del fuego, del agua... Cada golpe, cada tormenta la esculpió hasta hacerla lo que es hoy. Pero si la dejas aquí— añadió soltando otra a la tierra—, el tiempo volverá a trabajar en ella, la desmoronará en polvo. Nada es eterno, pero todo se transforma—.

El joven apretó la piedra en su mano, sus pensamientos revoloteando entre las enseñanzas que había recibido. Sentía una necesidad voraz de resultados inmediatos, de respuestas claras.

—Nankurunaisa— murmuró el maestro, dejando que esa palabra flotara en el aire como una pluma. El joven lo miró sin comprender.

—¿Qué significa, maestro?

El anciano entrecerró los ojos, disfrutando del sonido del viento entre los árboles. —Es una palabra antigua, muy antigua. Significa que con el tiempo, todo se arreglará. No es solo una frase vacía. Es una enseñanza sobre el flujo natural de las cosas. No puedes forzar una flor a abrir antes de tiempo. Así como tampoco puedes detener las olas del mar... Todo encuentra su equilibrio, pero solo cuando lo dejamos ser—.

El aprendiz frunció el ceño, la frustración aún lo embargaba. —¿Pero cómo lo aplico en mi vida? No quiero solo esperar y ver qué pasa—.

El maestro rió suavemente, una risa que sonaba como el susurro de las hojas. —Es que no se trata de esperar pasivamente. Se trata de actuar con propósito, pero sin ansiedad. De hacer lo mejor que puedas hoy, confiando en que el mañana traerá su propio ritmo. Es vivir en la certeza de que el tiempo es tu aliado, no tu enemigo—.

La luz del sol comenzaba a desvanecerse, el cielo se teñía de un violeta profundo. El joven respiró hondo, sintiendo el aire fresco llenando sus pulmones. Lentamente, comenzó a entender.

—¿Y si nunca lo veo arreglarse?— preguntó, su voz casi en un susurro.

El maestro, aún mirando al horizonte, respondió con calma. —Quizá lo que buscas arreglar no necesita ser arreglado. Quizá el aprendizaje es aceptar que no todo debe resolverse a tu manera... Algunas respuestas solo llegan cuando dejamos de buscarlas con desesperación. Ese es el verdadero significado de nankurunaisa—.

El aprendiz sintió el peso de esas palabras asentarse en su pecho como una brisa cálida. En la simplicidad de ese mantra milenario, comprendió que no siempre debía apresurarse, ni luchar contra las corrientes de la vida. Aprender a soltar, a confiar en el tiempo, era también parte de su camino.

En ese momento, se permitió sonreír, quizá por primera vez en mucho tiempo. El mañana podía traer cualquier cosa—pero él, ahora, estaba listo para recibirlo con una sonrisa, como el sol que volvería a nacer.

sábado, 19 de octubre de 2024

Arde en el Abismo de lo Extraordinario


Déjate llevar por el susurro invisible del viento, como si fueran dedos suaves y pacientes explorando cada rincón de tu piel, despertando en ti lo que estaba dormido, desatando la urgencia de sentirte viva . Permite que el sol—ese amante incansable y audaz—se atreva a besar tus curvas, esas que hablan sin palabras, esas que guardan historias en su lenguaje secreto. Deja que cada rayo se vuelva un trazo de fuego sobre tu carne, que se grabe en tu memoria y que te arranque suspiros que nunca pensaste tener.


Cuando las gotas de lluvia decidan danzar sobre tu cuerpo, no te escondas—recíbelas como si fueran mil manos pequeñas recorriendo cada poro, despertando viejos anhelos que se disfrazaron de indiferencia . Que esa agua tibia no solo te lave la piel, sino también las huellas de lo monótono, de lo que nunca te atrevió a desafiarte, de esas noches tibias y esos días grises en los que solo respirabas porque sí.


Persigue fuegos, deja atrás las cenizas de lo conocido. Arde. Que el deseo y la pasión sean más que un instinto; que sean tu brújula, tu credo. Libérate de las pequeñas migajas que nunca llenaron tu alma—esas promesas vacías, esos besos sin peso, esas caricias que nunca lograron tocarte en lo más hondo. Persigue la llama que te enciende desde el centro de tu pecho hasta la punta de tus dedos. Esa que te llama a gritos en mitad de una tarde cualquiera, mientras el mundo sigue su marcha aburrida.


Deja en el camino las sombras del conformismo, los rostros apagados, los amaneceres en los que simplemente abrías los ojos sin entender para qué. Corre tras la vida, no te quedes en los bordes de lo cotidiano, arrójate al abismo de lo extraordinario—al borde del placer, del peligro, del amor… porque en esa frontera donde lo incierto se convierte en certeza, ahí es donde realmente vives.


Enciéndete.…

miércoles, 16 de octubre de 2024

No te Rindas…

 No te rindas…


Dicen las estrellas q los fugaces somos nosotros…


No te rindas,

que el viento aún sopla en tu pecho,

el verdadero camino está en ti,

en cada huella que dejaste

cuando pensaste que todo se desvanecía.


No te rindas,

has luchado con la sombra que te envuelve,

con tus propios miedos,

con los fantasmas de lo que fuiste,

pero hoy te queda el brillo de lo que serás.


Ya no más guerra interna,

es tiempo de abrazarte

como se abraza la tierra al agua,

como se funde el fuego con el aire,

con amor,

con ese amor que te habías negado.


No te rindas,

no dejes caer el alma

que ha resistido tormentas,

que ha gritado en silencio

y ha aprendido a respirar de nuevo.


Ámate como el sol se ama al amanecer,

como la luna se mira en el océano.

Sé tu propia guía,

el faro que ilumina la noche oscura.


No te rindas,

en ti está la fuerza de mil estrellas,

la paz que tanto buscaste,

y el amor que siempre te perteneció.

martes, 8 de octubre de 2024

Brillar desde las Grietas: La Belleza de lo Irreparable


 A veces me siento como esos viejos edificios que, a simple vista, parecen imponentes pero, si te acercas, ves las grietas corriendo por las paredes, como cicatrices que se niegan a desaparecer. No me avergüenza admitirlo, no soy de los que se cubren de yeso para fingir que todo está bien. Al contrario, me jacto de esas grietas, de esos bordes afilados que me hacen real, humano. ¿Sabes? Prefiero los que están rotos. Los que, como yo, llevan marcas en la piel y en el alma—y no tienen miedo de mostrarlas.


Vivimos en un mundo lleno de fachadas. Gente que camina con sonrisas pulidas, con esa transparencia que solo esconde lo que realmente importa. Es fácil pasar por la vida inquebrantable cuando te niegas a tocar la profundidad de tus propios dolores. Pero yo prefiero la gente que, aun rota, se atreve a seguir. Los que han visto sus propios abismos y no han retrocedido. Porque en ese resquebrajamiento, en esa fragilidad, hay algo más real, más vivo que en todas las armaduras brillantes que veo a diario.


Hay un crujido en las almas rotas que resuena como un eco, como un lamento profundo que se convierte en arte. No busco perfección, busco esos fragmentos que aún reflejan luz, esa luz extraña que atraviesa las grietas y brilla de una manera que los cuerpos intactos no logran entender. El dolor es inevitable, pero aquellos que lo abrazan, que lo viven, que lo respiran—son los que tienen una energía diferente, magnética. Hay algo en ellos que me atrae, que me envuelve. Son refugios de materia imperfecta, pero de una verdad implacable.


Nos volvemos más vivos cuando nos rompemos. Porque, al final, la verdadera fortaleza no está en no quebrarse—está en seguir brillando, aun después de haberlo hecho. Así que sí, prefiero los rotos. Los que han vivido, amado, perdido, y aun así, caminan sin esconder sus cicatrices. Porque esas marcas son la prueba de que no solo han sobrevivido, sino que han aprendido a vivir en medio de su caos. Y a veces, en medio de tanto dolor… brillamos más.

jueves, 3 de octubre de 2024

El Mapa de tu Piel


 En el vasto mapa de tu piel, mis manos delinean rutas sobre la suave topografía de tus curvas. Cada caricia es un trazo que dibuja el contorno de tus pechos—montañas de seda que se elevan bajo mis dedos inquietos. Mi boca explora, convirtiendo tus senos en islas secretas en un mar de suspiros... Saboreo la dulzura de tu esencia mientras mis labios descubren cada rincón.

Deslizo mis dedos por tu vientre, un océano cálido que me invita a perderme en su inmensidad. Siento el murmullo de tu ser, melodías que resuenan al compás de nuestro deseo compartido. En este viaje sin fin, cada gesto es una coordenada que nos guía hacia el epicentro de nuestra pasión, donde el tiempo se desvanece y solo existimos tú y yo—enredados en la energía que nos une.

Ante mis ojos, te veo recostada sobre sábanas blancas; la luz tenue resalta los contornos de tu cuerpo. Tu piel brilla con un resplandor cálido, invitándome a acercarme. Mis manos se posan sobre tus hombros, sintiendo el suave pulso de vida bajo la superficie. Tus pechos se elevan y descienden con cada respiración, montañas delicadas que anhelan ser exploradas.

Mi mirada recorre el camino desde tu cuello hasta tu vientre, donde mis dedos trazan senderos invisibles, navegando por la suavidad de tu piel. El ambiente se llena de aromas sutiles, una mezcla de tu esencia y la fragancia de jazmines en el aire. El silencio es roto solo por nuestros susurros y el latido acelerado de nuestros corazones, sincronizados en este momento íntimo que parece eterno.


sábado, 21 de septiembre de 2024

Renacer en el Mármol: La Seducción del Artista


 Mis manos rozan el mármol frío, que aún no ha sido tocado por vida. La escultura yace desnuda frente a mí, esperando convertirse en algo más que una simple figura. En mis dedos siento la textura, el peso de lo inerte, y sin embargo, sé que dentro de ella hay algo oculto, algo latente. Mi pulso se acelera. La energía que fluye de mí comienza a tomar forma en su piel de piedra.

Con cada roce, cada presión de mis dedos sobre la superficie lisa, los labios de la vulva, los labios de la boca, y el cuello comienzan a suavizarse, como si el mármol respondiera a mi intención. Sus pechos, hasta ahora fríos, empiezan a redondearse bajo mis manos, cálidos al tacto. Siento cómo el calor va invadiendo el espacio entre nosotros, como si su cuerpo de mármol supiera que está destinado a ser algo más.

La parte interna de sus muslos, ese lugar donde la vida y el deseo se encuentran, se vuelve suave bajo mi caricia. El mármol ya no es mármol. La energía que me atraviesa no solo moldea su cuerpo, sino que parece despertarla. Un suspiro leve, casi imperceptible, surge de sus labios entreabiertos. Un gemido del mármol que se transforma, que empieza a entender su propia existencia.

Cada vez que mis manos la tocan, siento cómo su piel se vuelve más cálida, más humana. Los músculos se tensan bajo la superficie, la curva de su espalda responde a mis dedos como si fuera ella misma quien decidiera ceder ante mi toque. Ya no soy solo un artista moldeando una pieza de arte. Estoy convirtiéndola en algo vivo, en algo deseante, en algo que responde.

Cuando mis manos alcanzan su cuello, ella inclina ligeramente la cabeza, como si estuviera entregándose, confiando en el proceso, confiando en mí. La línea entre lo que es creación y lo que es deseo se desvanece. Me detengo a observar lo que he hecho: una figura que respira, cuyos pechos suben y bajan al compás de su nuevo aliento, cuya piel se siente viva bajo la mía.

He creado más que una escultura. He dado vida al mármol, a la forma, al deseo que antes solo existía en mi mente. Ahora, ella está frente a mí, no solo como una obra de arte, sino como una mujer viva, consciente de su cuerpo, consciente del poder que he vertido en ella con cada toque.

El arte, al igual que el deseo, no se detiene. Lo que he hecho es solo el comienzo de algo más grande, más profundo. Y aunque mis manos se alejen, siento que ella, ahora humana, continuará existiendo, respirando, viviendo.

Sus párpados, antes inmóviles como el mármol que la componía, se abren lentamente. El peso de mis dedos, el calor que brota de ellos, la ha despertado de su letargo de piedra. Puedo ver el brillo en sus ojos, una chispa nueva que no estaba allí antes. La escultura ya no es solo creación, sino algo más profundo, más íntimo. Mis manos, que la han moldeado con delicadeza y pasión, la han seducido, la han invitado a existir.

Ella se arquea ligeramente bajo mi toque, su cuerpo respondiendo como si siempre hubiera sabido cómo moverse, cómo sentir. Los labios, suaves y plenos, entreabiertos, emiten un suspiro, un aliento que jamás debería haber sido posible en un cuerpo esculpido. El cuello, que antes era una línea rígida de mármol, ahora se inclina, ofreciendo la suavidad de su piel a mis dedos, buscando más, deseando más.

Siento su despertar, el pulso de vida que se despliega con cada caricia, con cada roce sobre sus pechos, que ahora laten bajo mis manos. No solo soy el creador, soy el que la hace vivir, el que la hace desear. Ella no necesita palabras, su cuerpo lo dice todo. La curvatura de sus caderas, la forma en que sus muslos se separan suavemente, me invitan, me reclaman. La estatua ya no es estatua. Es una mujer nacida del deseo mismo, atraída hacia la energía que fluye desde mis manos.

Con cada movimiento mío, ella se mueve también. El mármol que alguna vez fue frío y rígido ahora vibra bajo mi toque. Sus pechos se tensan al contacto, el calor sube por su cuello, su espalda se arquea como si estuviera aprendiendo a sentir por primera vez. La vida en ella es innegable, pero lo que realmente la impulsa no es solo el acto de ser creada, sino el lazo invisible entre mis manos y su cuerpo. Sabe que la energía que la atraviesa, que la despierta, proviene de mí.

Sus dedos, que alguna vez estuvieron congelados en su lugar, se alzan y me rozan con una suavidad nueva, titubeante. Un roce apenas perceptible, como si quisiera devolverme el favor de la vida. Sus ojos me buscan, llenos de un deseo recién nacido, de una necesidad que no puede expresar en palabras pero que está grabada en cada fibra de su cuerpo.

Ella se mueve hacia mí, no con pasos torpes, sino con una gracia que desafía todo lo que debería ser posible. Su piel, suave y cálida, roza la mía, y siento la vida palpitando en su interior, como si el mármol hubiera absorbido no solo mis caricias, sino también mi alma. Ahora, no es solo una obra de arte; es una mujer que desea, que ansía, que ha sido seducida por la energía que le di.

La escultura que un día fue piedra ahora late con vida, con un deseo insaciable que me busca. Sabe que mis manos la hicieron nacer, pero más allá de eso, sabe que esas mismas manos pueden llevarla a experimentar más, mucho más. Ella no es solo una creación. Es un ser vivo, una mujer ardiente que, seducida por el toque de su artesano, ya no quiere dejar de sentir. Y yo... no puedo detenerme.

viernes, 20 de septiembre de 2024

El Camino Hacia la Paz: Saborear el Presente en Medio del Caos

 




Un viejo sabio, cansado de responder a los afanes de la humanidad, decidió retirarse a su cueva de soledad. Un día, un joven lo persiguió a través del bosque mientras comía un trozo de pan, buscando aquel refugio donde el sabio se escondía de la cotidianidad y la monotonía. Al llegar, el joven tocó tres veces a la puerta, lleno de incertidumbre, con la mente agitada por un mar de preguntas, sin saber cuál formularía primero.


De pie ante la puerta del sabio, su corazón latía rápido, inquieto en su búsqueda de respuestas. Las grandes preguntas de la humanidad resonaban en su interior: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué sufrimos? ¿Dónde se esconde la verdadera felicidad? Pero al estar frente al sabio, algo profundo en su ser se calmó.


La puerta se abrió lentamente, y el sabio lo miró con ojos que parecían contener todos los secretos del universo. El joven dejó escapar un suspiro y, finalmente, pronunció la pregunta que, sin saberlo, siempre había sido la más importante para él:


—¿Cómo puedo encontrar paz en medio del caos?


El sabio, sin prisa, esbozó una suave sonrisa y, en silencio, se hizo a un lado, invitándolo a entrar, como si la respuesta no estuviera en palabras, sino en la experiencia que estaba por comenzar.


El joven se adentró en la cueva, donde el tiempo parecía detenerse.

Un fuego parpadeaba en un rincón, pero no irradiaba ni suficiente calor ni luz, como si el sabio deseara que el joven encontrara la claridad en su propio interior. Tras un largo silencio, el sabio habló, no como quien da respuestas, sino como quien planta una semilla:


—La paz que buscas no es un refugio fuera del caos, sino un encuentro con lo que realmente es. Mientras caminas con la mente enredada en el pasado o en el futuro, dejas que el presente se deslice sin ser vivido, como si la vida fueran migajas que arrastras con hambre, pero nunca llegas a saborear.


El joven, aún confundido, se sentó frente al sabio.

—Entonces, ¿qué debo hacer para encontrar la paz? —preguntó, con ansiedad temblando en su voz.


El sabio, tomando una piedra del suelo, la sostuvo en su mano y respondió:


—La paz no se busca, se vive. No es una idea que perseguir ni una meta que alcanzar; es como esta piedra, que está aquí, ahora, en mi mano. Solo cuando estás verdaderamente presente puedes sentir su peso y comprender su forma. Si comes el pan pensando en otro lugar, solo será alimento que pasa. Pero si lo pruebas con todos tus sentidos, descubrirás que cada migaja es el presente manifestado.


El joven lo miró, esta vez con una chispa de comprensión en sus ojos. Entonces, el sabio añadió:


—El caos del mundo siempre existirá, las preguntas nunca cesarán. Pero lo que cambia es cómo te enfrentas a todo eso. En lugar de correr tras respuestas, prueba el momento. En el sabor del ahora está la verdadera respuesta.


Y así, el joven comprendió que las respuestas que buscaba no se encontraban en verdades lejanas ni en futuros inciertos, sino en la capacidad de vivir plenamente el presente, con todo lo que ofrecía: lo dulce, lo amargo, y lo incierto.


Moraleja:

Las respuestas más profundas no están en lo que buscamos fuera de nosotros, sino en el hambre por saborear el momento presente. Solo cuando vivimos cada instante con plenitud, podemos encontrar la paz que tanto anhelamos

miércoles, 18 de septiembre de 2024

El Silencio de la Tormenta Interior


A veces, el alma se repliega, como una nube pesada que lleva consigo una tormenta que nadie más parece notar. Te has dado cuenta, ¿no? Es como si en medio del bullicio, mientras todos están en sintonía con sus ruidos, tú te desvaneces, te retiras—callado. Y ahí, en ese rincón oscuro, te encuentras con tu propio reflejo, ese que pocas veces ves en el vaivén del día. Es un instante. Un parpadeo. Pero lo sientes. Te abrazas en silencio, en ese solitario refugio donde solo tu alma, con sus grietas y cicatrices, te sostiene.


La soledad no siempre es desamparo. A veces es un oasis, un espacio donde vuelves a ti. **Ahí**, como el primer rayo del amanecer que apenas roza el horizonte, sientes cómo te renuevas, como si cada gota de ese silencio te ofreciera el agua que tanto has derramado en los demás. Hay días en que el peso de las expectativas, de las palabras ajenas, te arrastra, y en ese momento, te entregas. Dejas ir.  


Y en ese dejar ir, te encuentras con el silencio verdadero—no el del exterior, sino el que vibra dentro de ti, en lo más profundo. Un silencio que no busca respuestas, solo ser.

sábado, 7 de septiembre de 2024

Despertando al Propósito


 La vida, cuando se libera de esa constante persecución del dinero, comienza a desplegarse como un enigma abierto, un lienzo que nos invita a pintar nuestra propia historia sin las cadenas del mundo material. Es como si el universo nos susurrara al oído, recordándonos que somos algo más que piezas en este tablero caótico de facturas, cuentas y números sin alma. La existencia, en su esencia más cruda, se desnuda ante nosotros, permitiéndonos ver lo que antes no podíamos, lo que el ruido de la supervivencia diaria había oscurecido.

Imagínate. Despertar un día, sin esa presión asfixiante en el pecho, sin ese reloj inclemente que nos recuerda cuántos minutos nos quedan antes de la siguiente carrera. Sentir el sol en la piel, no porque es un nuevo día laboral, sino porque estás aquí, respirando. El aire cargado de vida, el sonido del viento susurrando entre los árboles, las voces lejanas de otros seres que, como tú, buscan... ¿qué? Tal vez la respuesta nunca llegue, pero en esa búsqueda constante es donde reside el verdadero propósito.

El ciclo de la reencarnación se convierte en una espiral infinita de crecimiento, una danza sagrada donde cada paso es una lección que nos acerca, nos guía hacia una versión más despierta de nosotros mismos. Ya no es una carrera contra el tiempo o el dinero; es un viaje de descubrimiento. A veces, la rutina de la vida cotidiana —esa monotonía que suele empujar nuestra mente hacia la desesperación— es, en realidad, un suave recordatorio. Un empujón para mirar hacia dentro, para encontrar las respuestas que el mundo exterior no puede ofrecer.

Y en medio de todo este caos, el estoicismo nos abraza como un amigo fiel. Nos recuerda que la virtud es el faro en este océano de incertidumbre, que la verdadera felicidad está en aceptar lo que no podemos cambiar. Es ese refugio que encontramos en medio de la tormenta, esa voz interior que nos dice: "Todo está bien. No controles lo incontrolable, pero domina tu mente, tu espíritu."

Y entonces, en un momento fugaz de claridad, entiendes algo más grande: no estás solo. Nunca lo has estado. La interconexión entre todos los seres es real, palpable, como hilos invisibles que nos unen en un vasto tapiz cósmico. Ese desconocido que cruzas por la calle, esa persona a la que amas, todos compartimos una misma chispa, una misma energía. Y en esa comprensión, nace la compasión, el amor sin condiciones, el deseo ardiente de trascender el ego y abrazar la plenitud de la existencia.

¿Qué si el propósito de la vida es despertar a esa verdad? ¿Reconocer que somos algo más, algo eterno, en medio de este constante flujo de experiencias, desafíos y encuentros? Tal vez la respuesta no está en las grandes palabras o en las filosofías complejas, sino en el simple acto de vivir con intención. En entender que cada paso que damos en esta danza sagrada es una oportunidad para acercarnos a nuestro verdadero potencial, a la fuente misma de la existencia.

Así, la monotonía se transforma. Ya no es aburrida, no es ese lienzo gris que nos oprime. Es, más bien, un espacio en blanco, una invitación a crear. A llenar ese vacío con colores vibrantes de amor, sabiduría y propósito. A dejar nuestra huella, no en el mundo material, sino en la energía misma que conecta todo lo que somos.

Y entonces, en ese instante de claridad, te das cuenta de que no importa cuántas veces el ciclo de la vida nos empuje a comenzar de nuevo. Porque cada nuevo comienzo es una oportunidad. Una nueva pincelada en este vasto lienzo cósmico. Una danza que nunca termina, pero que siempre está llena de potencial.

Sientes el calor del sol en tu piel. Escuchas el susurro del viento. Sabes, en lo más profundo de tu ser, que el propósito es mucho más que sobrevivir. Es vivir, plenamente.