miércoles, 21 de diciembre de 2016

Blackbird




Pájaro Negro, de voz amarga y canto silencioso, me hablas desde lo profundo de esta noche interminable. Siento en mi pecho el peso de tus alas rotas, de tus ojos hundidos que se ahogan en la oscuridad, buscando una luz que parece esquiva. Toda tu vida, has esperado en el abismo, en ese rincón oculto de la existencia, donde la soledad se convierte en un compañero persistente, una sombra que abraza con dedos fríos y envolventes. No es una simple ausencia de compañía, no... Es un dolor que cala hondo, que se filtra por cada grieta del ser, llenando los espacios vacíos con un eco sordo, una melodía que solo tú y yo entendemos.

La noche es negra, tan negra que se vuelve palpable, tan espesa que podría tocarla, sentirla resbalar entre mis dedos como un velo de terciopelo desgastado. Pero, dentro de ti, Pájaro Negro, hay una chispa que se niega a morir, un susurro que desafía la desesperanza, que susurra con insistencia: “vuela”. No es una orden, ni siquiera un deseo, es una necesidad, una urgencia que brota de lo más profundo de tu ser, como si cada pluma, cada fibra de tu ser gritara por esa libertad que has anhelado toda tu vida.

El viento frío de la noche acaricia mis mejillas, y cierro los ojos, intentando ver lo que tú ves, sintiendo la soledad que ha marcado cada uno de tus días. Es como un río subterráneo que corre silencioso, escondido bajo la superficie, esperando el momento de desbordarse y llevarse todo a su paso. Pero incluso en esa soledad, en ese vacío que parece no tener fin, hay algo más. Una esperanza, tal vez, una luz tenue que parpadea en la distancia, recordándote que, a pesar de todo, aún puedes volar.

Siento la dureza del suelo bajo mis pies, pero en mi mente, estoy contigo, Pájaro Negro. Estoy contigo mientras abres esas alas lastimadas, mientras pruebas el aire con cautela, como si temieras que pudiera desaparecer en cualquier momento. Pero lo haces, te elevas, tal vez no con la gracia que una vez imaginaste, pero te elevas. Y en ese vuelo, en ese primer aleteo torpe, hay algo más que simple supervivencia. Hay un atisbo de redención, una promesa de que este no es el final, sino un nuevo comienzo.

La soledad, aunque dolorosa, también es una maestra implacable. Nos muestra nuestras heridas, nos enfrenta a nuestros miedos más oscuros, pero también nos da la oportunidad de sanarlos, de transformarlos en algo nuevo. Y tú, Pájaro Negro, eres la encarnación de esa transformación. En tu vuelo, veo la lucha, la resistencia, pero también la liberación. Porque al final, la libertad no es algo que nos es dado, es algo que debemos reclamar, incluso en la oscuridad más profunda, incluso cuando nuestras alas están rotas.

Y en ese momento, en esa fracción de segundo en la que decides volar, todo cambia. El cielo ya no es una prisión, sino un lienzo vacío, esperando ser llenado con tus trazos, con tu vuelo. La noche, aunque sigue siendo negra, ya no es tan opresiva, porque en tu vuelo, en tu canto, hay luz. Una luz que no se apaga, una luz que brilla incluso en la oscuridad más absoluta.

Así que vuela, Pájaro Negro, vuela alto. Porque aunque la soledad te haya marcado, no te ha derrotado. Tú habías esperado por este momento toda tu vida, y ahora, finalmente, es tuyo

Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

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