miércoles, 21 de diciembre de 2016

Busca Elevarte en el viento de la sabiduría...




Un ala puede tener todas las plumas del mundo, pero no es por las plumas que vuela, sino por la fuerza del ala misma. Recuerdo esa historia de un pequeño pájaro, uno que desde su nido veía cómo los demás se alzaban en vuelo, deslizándose por el cielo con una gracia que a él le parecía casi mágica. Día tras día, cuando el viento soplaba y sus amigos extendían sus alas para dejarse llevar, él solo podía abrir las suyas con esfuerzo, sin lograr levantar siquiera un centímetro del suelo. Lo único que realmente volaba en esos momentos era su imaginación, esa que lo llevaba a lugares donde sus alas no podían.

Pasaron los años, y aunque las preguntas seguían rondando en su mente, las respuestas parecían más lejanas que nunca. Hasta que un día, un alcatraz pasó por allí y lo vio en su eterno enigma. El pájaro, aún sin haber probado el sabor de las alturas, se sintió pequeño y se lo confesó al alcatraz, admitiendo que, aunque había pasado años observando a los demás volar, él nunca había aprendido a hacerlo. Su corazón se llenó de tristeza al reconocer que, mientras otros se elevaban por encima de los acantilados, él seguía atrapado en su nido, enraizado por la ignorancia.

El alcatraz, sabio por la experiencia del viento y el mar, le dijo algo que cambió todo: “No es solo abrir las alas lo que te hará volar. Es entender que para elevarte, necesitas saber cómo usarlas. No es el viento el que te eleva, sino el conocimiento de cómo aprovecharlo”. Y en ese momento, algo se encendió dentro del pequeño pájaro. Comprendió que no era suficiente con mirar a los demás volar y preguntarse por qué ellos alcanzaban alturas que él solo soñaba. Entendió que sus alas, aunque grandes, nunca habían sido realmente suyas, porque nunca había aprendido a usarlas.

A veces, nos quedamos atrapados en la comodidad del nido, viendo cómo los demás se alzan y preguntándonos por qué nosotros no podemos hacer lo mismo. No nos damos cuenta de que el viento de la ignorancia nos mantiene anclados, impidiéndonos desplegar nuestras alas y explorar el mundo que se extiende más allá de nuestras propias limitaciones. Pero en esa conversación con el alcatraz, el pájaro descubrió que el verdadero vuelo no comienza cuando extiendes tus alas, sino cuando comprendes cómo utilizarlas, cómo dominar el viento, cómo desafiar la gravedad que no solo nos mantiene en la tierra, sino también en la oscuridad de nuestra propia falta de conocimiento.

Y así, el pequeño pájaro, que había pasado años en su nido, finalmente entendió que las alas no son solo para ser admiradas. Son para ser usadas, para ser probadas contra los vientos de la duda y la ignorancia, hasta que encuentres tu propio vuelo, ese que te lleva más allá de los acantilados, más allá de los horizontes que solo habías imaginado. Porque al final, volar no es solo una cuestión de abrir las alas, sino de aprender a conquistar el cielo que siempre ha estado esperando por ti.

Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

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