Algunos peces en el río crecen sin esfuerzo, dejando que la corriente los lleve a donde el agua decida, mientras que otros, con más resistencia, nadan sin cesar, luchando por mantenerse a flote, por sobrevivir, sin importar cuán fuertes sean las corrientes que los desafían. Es curioso cómo en estos manantiales de vida, las aguas pueden ser tan distintas—algunas cristalinas, puras, otras turbias, oscuras, como si ocultaran secretos en su profundidad. Muchas veces nos quedamos ahí, al borde del río, observando cómo el agua fluye bajo nuestros pies, sin atrevernos a tocarla, sin dejar que ese flujo nos envuelva, paralizados por el miedo a lo desconocido.
No siempre el arroyo lleva las aguas que deseamos, que necesitamos para alcanzar nuestro horizonte. A veces, dejamos que nuestra vida se deslice, a la deriva, temiendo ahogarnos en la inmensidad, y en ese miedo, olvidamos lo más importante: nadar. Otras veces, nadamos con fuerza, pero al encontrar una corriente en contra, renunciamos sin siquiera intentarlo, dejando que nuestro aliento se pierda en el fondo del río. Es en esos momentos cuando la vida nos muestra su verdadera naturaleza, cuando algunos nadan simplemente para existir, mientras otros, con el corazón lleno de sueños, nadan para vivir, para llegar a esa orilla que imaginan en su mente, aunque esté lejos, aunque parezca inalcanzable.
Visualizar la orilla, soñar con llegar, es lo que nos mantiene nadando, incluso cuando el río se ensancha y la corriente parece más poderosa que nuestras propias fuerzas. Porque, en realidad, nadie aprende a nadar sin meterse al agua, sin sentir el frío en la piel, sin arriesgarse a ser llevado por las corrientes. A veces, la orilla parece invisible, solo un eco distante en el horizonte, pero incluso en esos momentos, cuando el ancho del río nos asusta, debemos seguir nadando, seguir creyendo que al final, nuestros sueños nos llevarán a buen puerto.
La vida, con sus interminables orillas, sus corrientes fuertes, sus profundidades insondables, es como el sol que busca a la luna. En su afán por alcanzar su amor, el sol pinta con sus rayos un arco iris, un puente de colores que atraviesa el tiempo y la oscuridad, sin saber si logrará cruzar el ocaso, sin saber si encontrará un cielo nublado o despejado al otro lado. Pero se arriesga, porque en ese riesgo, en ese salto al vacío, reside la belleza de sus sueños, de sus anhelos. Sueños son, dicen—puede que nunca se hagan realidad, pero en ellos encontramos la fuerza para seguir adelante, para cruzar el río, para nadar hacia esa orilla que tanto deseamos.
Porque al final, los sueños, aunque etéreos, aunque frágiles, son nuestra manera de vivir, de sentir la alegría de estar en esa orilla que tanto buscamos, aunque solo sea por un momento, aunque solo sea en la imaginación. Pero en ese instante, mientras nadamos, mientras soñamos, somos verdaderamente libres, verdaderamente vivos.
Por: Juan Camilo Rodriguez .·.
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