miércoles, 21 de diciembre de 2016

Busca la luz de tu interior....


El hombre primitivo, en su simplicidad, conocía tan poco del mundo exterior, pero estaba inmerso en una profunda conexión con su mundo interior y el otro mundo, ese que no se ve pero se siente en cada latido del alma. Hoy, nosotros, avanzados y tecnológicamente iluminados, hemos invertido esa balanza. Sabemos tanto del exterior, de lo tangible, de lo que se mide, pero hemos perdido el contacto con el desorden que yace en nuestro interior, con esa complejidad que nos define como seres humanos. Nos hemos alejado de lo invisible, de lo que solo se comprende con el corazón.

Y aquí estamos, caminando por sendas trazadas por la razón, buscando respuestas en un mar de incertidumbre. Si nuestra existencia es un equilibrio entre el desorden y el orden, ¿dónde queda entonces la fe? ¿Es la fe un intento desesperado de encontrar orden en nuestra complejidad, o es simplemente un refugio en el que descansamos cuando el caos nos abruma? Nos decimos que la fe es el ancla que nos sostiene, pero ¿no es también lo que nos detiene de explorar más allá, de seguir nuestro camino individual sin los muros de una creencia establecida?

Alguien dijo una vez que la sabiduría humana se mueve entre dos enigmas indescifrables: el origen de todas las cosas y la incógnita del último fin. En medio de estos misterios, nos afanamos por encontrar sentido a la vida, por perfeccionarnos. Pero, ¿cómo lo hacemos si nuestras preguntas a menudo se quedan sin respuesta, si nuestras dudas nos atan más que liberan? Cerramos los ojos, abrimos el corazón, y dejamos que la fe nos guíe, pero al hacerlo, ¿no olvidamos el camino que podríamos trazar por nosotros mismos, con nuestras propias manos, sin la necesidad de debatir sobre un Dios?

¿Cómo es posible crecer sin fe, y al mismo tiempo, no estancarnos por ella? ¿Cómo enseñamos a creer sin los ojos, solo con el corazón? Nos enfrentamos a un dilema profundo: los sentidos nos dicen una cosa, la fe otra. Y en ese equilibrio delicado, tratamos de darle sentido a nuestro camino, de encontrar una dirección que nos lleve más allá de la duda, más allá del miedo. Preguntamos, a veces solo para no responder. Buscamos en los demás las respuestas que nos da pavor encontrar en nosotros mismos. Nos volvemos complejos, tan difíciles de entender, y sin embargo, necesitamos de los otros para equilibrar nuestro ser, para hallar la paz en el caos.

Es en esta intersección de la fe, el desorden, y la razón, donde nos encontramos, donde buscamos un sentido en un mundo que parece negarlo. Pero tal vez, solo tal vez, el sentido no está en encontrar las respuestas, sino en aprender a vivir con las preguntas, en seguir adelante a pesar de no saber, en confiar en que, de alguna manera, el camino se hará claro mientras caminamos.


Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

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