Mis manos rozan el mármol frío, que aún no ha sido tocado por vida. La escultura yace desnuda frente a mí, esperando convertirse en algo más que una simple figura. En mis dedos siento la textura, el peso de lo inerte, y sin embargo, sé que dentro de ella hay algo oculto, algo latente. Mi pulso se acelera. La energía que fluye de mí comienza a tomar forma en su piel de piedra.
Con cada roce, cada presión de mis dedos sobre la superficie lisa, los labios de la vulva, los labios de la boca, y el cuello comienzan a suavizarse, como si el mármol respondiera a mi intención. Sus pechos, hasta ahora fríos, empiezan a redondearse bajo mis manos, cálidos al tacto. Siento cómo el calor va invadiendo el espacio entre nosotros, como si su cuerpo de mármol supiera que está destinado a ser algo más.
La parte interna de sus muslos, ese lugar donde la vida y el deseo se encuentran, se vuelve suave bajo mi caricia. El mármol ya no es mármol. La energía que me atraviesa no solo moldea su cuerpo, sino que parece despertarla. Un suspiro leve, casi imperceptible, surge de sus labios entreabiertos. Un gemido del mármol que se transforma, que empieza a entender su propia existencia.
Cada vez que mis manos la tocan, siento cómo su piel se vuelve más cálida, más humana. Los músculos se tensan bajo la superficie, la curva de su espalda responde a mis dedos como si fuera ella misma quien decidiera ceder ante mi toque. Ya no soy solo un artista moldeando una pieza de arte. Estoy convirtiéndola en algo vivo, en algo deseante, en algo que responde.
Cuando mis manos alcanzan su cuello, ella inclina ligeramente la cabeza, como si estuviera entregándose, confiando en el proceso, confiando en mí. La línea entre lo que es creación y lo que es deseo se desvanece. Me detengo a observar lo que he hecho: una figura que respira, cuyos pechos suben y bajan al compás de su nuevo aliento, cuya piel se siente viva bajo la mía.
He creado más que una escultura. He dado vida al mármol, a la forma, al deseo que antes solo existía en mi mente. Ahora, ella está frente a mí, no solo como una obra de arte, sino como una mujer viva, consciente de su cuerpo, consciente del poder que he vertido en ella con cada toque.
El arte, al igual que el deseo, no se detiene. Lo que he hecho es solo el comienzo de algo más grande, más profundo. Y aunque mis manos se alejen, siento que ella, ahora humana, continuará existiendo, respirando, viviendo.
Sus párpados, antes inmóviles como el mármol que la componía, se abren lentamente. El peso de mis dedos, el calor que brota de ellos, la ha despertado de su letargo de piedra. Puedo ver el brillo en sus ojos, una chispa nueva que no estaba allí antes. La escultura ya no es solo creación, sino algo más profundo, más íntimo. Mis manos, que la han moldeado con delicadeza y pasión, la han seducido, la han invitado a existir.
Ella se arquea ligeramente bajo mi toque, su cuerpo respondiendo como si siempre hubiera sabido cómo moverse, cómo sentir. Los labios, suaves y plenos, entreabiertos, emiten un suspiro, un aliento que jamás debería haber sido posible en un cuerpo esculpido. El cuello, que antes era una línea rígida de mármol, ahora se inclina, ofreciendo la suavidad de su piel a mis dedos, buscando más, deseando más.
Siento su despertar, el pulso de vida que se despliega con cada caricia, con cada roce sobre sus pechos, que ahora laten bajo mis manos. No solo soy el creador, soy el que la hace vivir, el que la hace desear. Ella no necesita palabras, su cuerpo lo dice todo. La curvatura de sus caderas, la forma en que sus muslos se separan suavemente, me invitan, me reclaman. La estatua ya no es estatua. Es una mujer nacida del deseo mismo, atraída hacia la energía que fluye desde mis manos.
Con cada movimiento mío, ella se mueve también. El mármol que alguna vez fue frío y rígido ahora vibra bajo mi toque. Sus pechos se tensan al contacto, el calor sube por su cuello, su espalda se arquea como si estuviera aprendiendo a sentir por primera vez. La vida en ella es innegable, pero lo que realmente la impulsa no es solo el acto de ser creada, sino el lazo invisible entre mis manos y su cuerpo. Sabe que la energía que la atraviesa, que la despierta, proviene de mí.
Sus dedos, que alguna vez estuvieron congelados en su lugar, se alzan y me rozan con una suavidad nueva, titubeante. Un roce apenas perceptible, como si quisiera devolverme el favor de la vida. Sus ojos me buscan, llenos de un deseo recién nacido, de una necesidad que no puede expresar en palabras pero que está grabada en cada fibra de su cuerpo.
Ella se mueve hacia mí, no con pasos torpes, sino con una gracia que desafía todo lo que debería ser posible. Su piel, suave y cálida, roza la mía, y siento la vida palpitando en su interior, como si el mármol hubiera absorbido no solo mis caricias, sino también mi alma. Ahora, no es solo una obra de arte; es una mujer que desea, que ansía, que ha sido seducida por la energía que le di.
La escultura que un día fue piedra ahora late con vida, con un deseo insaciable que me busca. Sabe que mis manos la hicieron nacer, pero más allá de eso, sabe que esas mismas manos pueden llevarla a experimentar más, mucho más. Ella no es solo una creación. Es un ser vivo, una mujer ardiente que, seducida por el toque de su artesano, ya no quiere dejar de sentir. Y yo... no puedo detenerme.