Es irónico, ¿no? Sabemos que la muerte es la única certeza, la única carta segura en el juego de la vida, y aún así, la ocultamos. Nos toma desprevenidos, nos sorprende en medio de la cotidianidad, dejando una marca más profunda que cualquier otra experiencia. Es como un ladrón en la noche, siempre al acecho, siempre esperando.
Nosotros, los humanos, somos criaturas de costumbre. Nos aferramos a lo conocido, a lo seguro. La vida nos vive, mientras nosotros tratamos de esquivar la muerte. Pero, en realidad, escribir sobre morir nos inspira más que escribir sobre vivir. Tal vez sea porque lo desconocido siempre ha sido el mayor motivador, o porque nuestros miedos son más fuertes que nuestros deseos. La muerte es parte de crecer, de sentir, de vivir. Morimos viviendo, vivimos naciendo, morimos aprendiendo.
Es como una receta secreta que nunca llegamos a probar, la mayor injusticia que nunca se resuelve. Al final, la muerte llega sin preguntar, sin protestar, llevando consigo todo en un solo acto de transmutación. El miedo, el coraje y el destino se mezclan en ese momento final, el cambio más natural que existe. La fe, la ciencia, todas buscan darle sentido, pero tal vez el verdadero significado solo se revela en ese último aliento.
¿Vivir muriendo o morir viviendo? Si supiéramos la fecha exacta de nuestra muerte, ¿qué haríamos diferente? Tal vez nada, tal vez todo. El misterio de la vida y la muerte es lo que le da su valor. Vive sin límites, disfruta de tus seres queridos, atesora el amor y compártelo sin miedo. Porque al final, el amor es lo único que nos llevamos. Nada más.
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