jueves, 23 de junio de 2016

Definiendo....

Definiendo....


Un recuerdo puede ser como una brisa suave en una tarde de verano, acariciando suavemente nuestro rostro, trayendo consigo el aroma de la nostalgia. O puede ser una tormenta feroz, rugiendo en nuestra mente, arrastrándonos a los abismos de lo que fue y nunca volverá. ¿Quién no ha sentido ese tirón en el corazón al recordar un momento perdido, una risa compartida, un amor que se desvaneció como niebla al amanecer?

Añorar es una de esas palabras que llevan consigo el peso de mil lágrimas. Es un sentimiento que perfora el alma, que nos hace anhelar lo que ya no está, lo que se ha desvanecido en el tiempo. Es ese suspiro profundo que escapa de nuestros labios cuando pensamos en alguien que está lejos, en algo que perdimos, en una época que quedó atrás. Es el eco de la risa de un ser querido que ya no está, la sensación de la caricia de una mano que nunca más sentiremos.

El pasado es un lugar al que volvemos con frecuencia, aunque a veces no queramos. Es un fantasma que se cierne sobre nosotros, recordándonos lo que fuimos, lo que tuvimos, lo que dejamos escapar. En la línea infinita del tiempo, el pasado está ahí, fijo, inmutable, pero siempre presente en nuestra mente. Es la caja de Pandora de nuestra memoria, que al abrirse puede liberar tanto la más dulce de las sonrisas como el más amargo de los llantos.

La depresión, ese monstruo silencioso, es el exceso de pasado. Es quedar atrapado en una maraña de recuerdos oscuros, de pesares no resueltos, de anhelos insatisfechos. Es el peso aplastante de lo que no podemos cambiar, de lo que se quedó en el ayer, de lo que no podemos dejar atrás. Es un bucle sin fin que nos arrastra hacia abajo, haciéndonos prisioneros de nuestra propia mente.

La ansiedad, por otro lado, es el exceso de futuro. Es el miedo a lo desconocido, la preocupación constante por lo que vendrá, la incapacidad de vivir el presente por estar siempre pensando en lo que podría pasar. Es una sombra que se cierne sobre nosotros, oscureciendo nuestros días con temores infundados, con la inquietud de lo incierto, con el pavor de lo que no podemos controlar.

Vivir en el presente, en el aquí y ahora, es encontrar la paz. Es aprender a dejar ir el pasado, a soltar los miedos del futuro, a enfocarnos en lo que tenemos frente a nosotros. Es respirar profundamente, sentir el latido de nuestro corazón, disfrutar del momento, apreciar lo que somos, lo que tenemos. Es dejar de correr en círculos, de perseguir fantasmas, de construir castillos en el aire.

Un recuerdo puede ser un tesoro o un tormento, dependiendo de cómo lo manejemos. Un tesoro cuando de ese recuerdo aún se escapa una sonrisa, cuando nos trae alegría, cuando nos recuerda lo afortunados que fuimos. Un tormento cuando ese recuerdo ancla nuestro presente en el pasado, cuando no podemos avanzar, cuando nos quedamos atrapados en lo que ya no es.

Vivimos mientras el recuerdo del presente que marcamos sean huellas inspiradoras a ser seguidas. Cada acción, cada palabra, cada gesto, es una semilla que plantamos en la memoria de los demás. Morimos cuando nuestro recuerdo desaparece en el tiempo, cuando no dejamos huella, cuando nos desvanecemos como un suspiro en el viento. Vivimos mientras al menos un recuerdo exista en el presente, mientras alguien nos lleve en su corazón, mientras nuestra esencia permanezca en las mentes de quienes nos amaron.

Tan poderoso es un recuerdo que guarda una lágrima, una sonrisa, una melodía, acompañándolo de sentidos. Es un álbum de fotografías invisibles, una sinfonía de momentos, un caleidoscopio de emociones. Hay días de añorar donde la máquina del tiempo nos traslada a las vivencias del recuerdo y la mente nos lleva a ese suspirado lugar. Esos días en los que nos permitimos viajar al pasado, revivir lo vivido, sentir de nuevo lo que una vez fue.

En fin, los recuerdos son la tinta con la que se escribe la historia de nuestra vida. Nos definen, nos moldean, nos acompañan. Son las estrellas en el firmamento de nuestra existencia, brillando con intensidad variable, pero siempre presentes. Así que, cuando el peso del pasado nos agobie o el temor del futuro nos paralice, recordemos que vivir en el presente es nuestro refugio, nuestra paz, nuestro verdadero hogar.


Por: Juan Camilo Rodriguez .·.

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