jueves, 23 de junio de 2016

El Último Lucky Strike: Un Encuentro al Amanecer


El Último Lucky Strike: Un Encuentro al Amanecer..




Fumaba el último Lucky Strike, ¿cuántos habré compartido? y ¿cuántos acompañaron palabras que, como el humo, se esfumaron en la noche? Tal vez llevaba ocho o diez cervezas, ya no importaba. El mareo hacía su presencia. Pensaba en esa solitaria y ahogada madrugada, mientras el tiempo corría en tragos, canciones e introducciones fallidas. Una noche más perdida. El amor se escondía en sus retos y laberintos cada día más escuetos. Tal vez esperaba el momento indicado, o tal vez no existía. Quizás sería un solo gesto, pero aún no tenía aquel secreto. Y como ese último cigarro, el tiempo desaparecía en mis manos, arrebatando su sabor y la ilusión.

Entre momentos intrínsecos y espontáneos, se conformó aquella corta conversación. No recuerdo si existió tiempo o si el último Lucky lo marcó. Solo sé que su nombre fue lo segundo que escuché: "Me llamo Carol," dijo, y sin medir, respondí: "Tal vez puedes decirme Fermín." Ella, con una segunda mano, me preguntó: "¿Puedo sentarme aquí?" Sin pensarlo, le hice espacio, quitando el viejo libro de Moby-Dick, y ahí mismo preguntó si ya sabía el fin. Con extrañas palabras, le respondí: "Comencé por el fin," y sorprendida, rió: "¿Lees como chino o japonés?"

Carol prosiguió con risas, diciendo que era irónico pensar, y más mirando atrás, en la realidad de cazar y creer que el hombre aún lo necesita para demostrar su virilidad. "Qué equivocados están," cerró. Me sorprendía su narrativa y los viajes sin destino que compartía. Mientras yo, acompañado por el gordo de la barra que solo miraba su celular, pensaba en el destino que debía tomar. Música, política, incluso hogar, cuando ella irrumpió, pidiendo un Campari al barman.

Inició su charla al margen, sin saber que explayaría su lírica. Esa noche, compartía su desamor conmigo. "Estoy seca de tanto llorar," dijo. Pensé en cambiar de tema, pero ella insistente, continuó. Mi mente irreverente pensaba que todo aquello quedaría atrás cuando mi historia le contara. Tomó su primer trago, y su narrativa brilló como su vestido de satín: "Supuestamente, el amor te haría feliz, y ahora el mismo amor me dejó sola como una aprendiz, venciendo mi confianza que le ofrecí." ¿Cómo acompañar esas palabras? Sus ojos ya no lloraban por dolor, sino por aceptación.

Interrumpió de nuevo: "Pero no creas que esto es una novela mexicana, así que olvida mi desdicha que ya no me inspira." Como un cuchillo, cortó el tema cuando una canción comenzó a sonar. No sé de dónde vino, pero "Sweet Child of Mine" cambió la atmósfera, dándole una sonora armonía.

El cigarro dejaba solo sus vestigios y yo, insistente, quería aprender más de ella. Se movía de Coelho a Neruda, del Peloponeso a un libro extenso. Era una enciclopedia de vida, y a sus cortos 40, sus miradas simpatizaban.

El amor era una ruleta y la vida, el azar que jugaba con mis días. En minutos, desapareció de mi vista, cuando su vejiga buscó su meta. Solo dejó una nota: "Fue una buena charla al amanecer, y tal vez te vuelva a ver." Y así, se desvaneció en la multitud como el humo en ese amanecer...


Por: Juan Camilo Rodriguez .·.



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