El silencio se desliza en la plenitud de mi olvido, como un eco que se desvanece en el abismo de mi mente. Es en ese vacío donde emergen ideas, fugaces destellos de existencia que, aunque brillan por un momento, rápidamente se disuelven en la nada. Suelen callar, sí, pero a veces, con la misma intensidad, mienten, hablan, lloran. Son ideas que brotan de caminos prófugos, aquellos que se pierden antes de llegar, olvidando el rumbo de mis días, esos que se escurren entre los dedos como arena.
Se pierden, se alivianan, somnolientas de sentido, divagando en el olvido como hojas arrastradas por un viento sin destino. Mis sentimientos, inertes y desgastados, habitan desiertos inclementes, esos paisajes áridos donde la esperanza se marchita bajo un sol implacable. Vivo en la isla del inclemente trastorno, construyendo sueños sin cimientos, sin realidades que los sostengan, soportando una vida que a veces parece un ciclo interminable de repetición.
Me envuelvo en engaños, en míseros abrazos que no logran calmar la soledad que siento. Sostengo los miedos a ser menospreciado, a que mis esfuerzos se vean reducidos a nada. Divagan sentencias en mi mente, intentando acoplarme a reglas que nunca entendí, que siempre sentí ajenas. Escriben caminos que ya hemos recorrido, una y otra vez, como si el destino fuera solo un bucle, una trampa de la que no podemos escapar.
Escriben promesas, esas que nunca se cumplen, que se quedan suspendidas en el aire, esperando un día que quizás nunca llegue. La gente pregunta, con miradas llenas de curiosidad y mentes abruptas, si aún seguimos vivos, si no estamos simplemente estancados, atrapados en lo mismo. Y a veces, me pregunto lo mismo. ¿Seguimos vivos, o solo estamos repitiendo un guion, una historia que ya hemos vivido mil veces antes?
Por: Juan Camilo Rodriguez Garcia
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