A veces se escuchan palabras, esas que entran por un oído y salen por el otro, dejando solo un eco vacío en el alma. A veces, sin embargo, esas mismas palabras se convierten en refugio, en escudo que nos protege de las miradas que, sin hablar, lo dicen todo. Miradas que cuestionan, que juzgan, que a veces nos obligan a huir al viento, a buscar en la distancia una libertad que parece inalcanzable.
A veces nos rendimos al tiempo, creyendo que él tiene todas las respuestas, que su paso lento y constante curará nuestras heridas. Pero también hay veces en que corremos deprisa, sin rumbo, como si el destino fuera solo una ilusión, un espejismo al que nunca llegaremos. A veces contemplamos sermones, esos que nos dictan cómo vivir, cómo sentir, pero que no logran tocar el fondo de nuestro ser.
A veces, simplemente aguantamos, soportamos miradas que se clavan en nuestra piel, como dagas silenciosas que desnudan nuestras inseguridades. A veces creamos vacíos, espacios en los que intentamos escondernos de nosotros mismos, del mundo. Y en esos vacíos, a veces, encontramos cinismo, esa frialdad que nos protege, pero que también nos aísla.
A veces clamamos perdones, buscando redención por los errores cometidos, por las traiciones sentidas. Porque, sí, a veces también sentimos traiciones, esos cuchillos invisibles que nos cortan por dentro, dejando cicatrices que tardan en sanar. Hay instantes de "tú", esos momentos en los que nos perdemos en el otro, en su esencia, en su ser. Pero también hay instantes de "yo", en los que nos encontramos a nosotros mismos, en los que sentimos, pedimos, decimos, y nos rendimos.
A veces oramos pidiendo en vano, con la esperanza de que una fuerza superior nos escuche, nos responda. Pero otras veces, callamos y simplemente damos la mano, en un gesto de humanidad, de comprensión. Porque a veces, el silencio habla más fuerte que cualquier palabra.
A veces es el dinero lo que nos mueve, lo que nos hace creer que estamos completos, que tenemos todo lo que necesitamos. Pero también hay veces en que el sentimiento pesa más, en que pedimos algo más, un vuelto emocional, una compensación que no se mide en monedas.
A veces decimos palabras, esas que salen sin pensar, que se rompen en el aire, dejando tras de sí solo fragmentos de lo que queríamos expresar. Y así, entre palabras y silencios, entre miradas y huidas, entre rezos y traiciones, seguimos adelante, a veces sin entender, pero siempre sintiendo.
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