¿Ves ese barranco frente a ti? Es una caída sin fin, un abismo que te llama, te susurra promesas de liberación. A veces, sólo añoras llegar al fondo, donde el suelo, aunque duro, reconciliaría tus ideas y liberaría las ataduras que te aprisionan. Caer sin saber, sin dudar, sin siquiera padecer. Es ahí, en ese vacío, donde refugias todos esos sentimientos encontrados, donde encuentras un espacio inerte para descubrir tu verdadero ser.
Amor y odio conviven como hermanos sin padres. Son huérfanos de una vida que no les ha dado consuelo. Un vacío, una carencia, una soledad que se han hecho compañía mutuamente. Los sueños ajenos que cumplimos, los favores sin retorno, las consideraciones que dejamos de lado para complacer a otros... todo eso nos lleva a un callejón sin salida, un callejón que conduce a la misma solitaria salida de siempre.
Es una salida que muestra la vida y la muerte como dos caras de la misma moneda. Vivimos en un ciclo constante, desgastándonos hasta convertirnos en polvo, alimentando el siguiente paso de nuestra misteriosa existencia. Todo parece estar bien, porque todo está escrito en un destino atemporal, universal e infinito. Cada paso que damos, cada elección que hacemos, parece predestinada para nuestro aprendizaje, para nuestra evolución.
Pero, ¿qué camino seguir? En la libertad de caminar, a veces sentimos que los pasos ya están marcados. Solo encajamos nuestras pisadas en huellas preexistentes, dejándonos sorprender por la revelación de que todo formaba parte de la misma función llamada vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario