jueves, 23 de junio de 2016

Pense en vivir....



De niño, creía que los pájaros sonreían. En mi mundo, podías ser amigo de los animales, compartir secretos con ellos en el silencio del amanecer. Pero me enviaron al colegio, donde me enseñaron que esas ideas eran solo fantasías, y que la realidad era mucho más dura, más fría. Pensé que el amor era algo simple, algo que todos merecíamos, pero me enviaron a la iglesia, donde me hablaron de sacrificios y culpas, de pecados y redenciones.

Crecí pensando que la meta en la vida era aprender a ser una mejor persona, a entender el mundo con mis propios ojos. Pero me enviaron a la Universidad, donde los libros y las teorías a veces pesaban más que las experiencias reales. Ahí me dijeron que la felicidad no se encontraba en las cosas materiales, y sin embargo, me dieron tarjetas de crédito, como si el valor de mi vida pudiera medirse en compras y deudas.

Pensé que debía conocerme más, saber quién era realmente. Pero en lugar de eso, me enviaron a hacer postgrados, a llenarme de títulos que parecían más importantes que mis propios sueños. Creía que nunca estaría lejos de mi familia, que siempre tendríamos un lazo indestructible. Pero conocí los aviones, y con ellos, la distancia, esa que se mide en kilómetros y en años de ausencias.

Pensé que el amor era sinónimo de libertad, de volar juntos sin cadenas. Pero me enviaron al matrimonio, donde las expectativas y los roles empezaron a sofocar esa libertad que tanto valoraba. Creí que te amaría por toda la vida, que nada podría separarnos. Pero conocí el divorcio, ese abismo que divide corazones y sueños en partes irreparables.

Pensaba que la salud era simplemente cómo te sientes contigo mismo, un equilibrio interno. Pero me enviaron a conocer a los médicos, quienes con sus diagnósticos me enseñaron que el cuerpo y la mente no siempre caminan de la mano. Creí que mis hijos aprenderían lo que yo no pude, que romperían los ciclos. Pero me tocó enviarlos al colegio, repitiendo la historia que un día fue la mía.

Pensé en vivir la vida, en disfrutar cada momento. Pero conocí la muerte, esa sombra inevitable que nos recuerda lo frágil que es todo, lo efímero de nuestros planes. Y ahora, te pregunto... ¿tú aún estás pensando? ¿Pensando en vivir? ¿Pensando en despertar? Porque, a veces, pensar demasiado es lo que nos impide realmente vivir, realmente sentir.


Por Juan Camilo Rodriguez

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