Esclavos del consumo, nos movemos todos al mismo ritmo, como si una cuerda invisible nos atara a la rutina. Olvidamos el futuro, nos aferramos al impulso del momento, consumiendo sin pensar, repitiendo los mismos pasos una y otra vez, como péndulos incesantes que nunca se detienen. Nos levantamos cada día, ajustamos nuestras máscaras para encajar en un molde que no elegimos, y seguimos produciendo dinero, ese que al final se convierte en cemento frío, en paredes que nos rodean y nos limitan.
Vivimos atrapados en costumbres, en fachadas que esconden nuestras incertidumbres, construyendo espejos que solo reflejan lo que hemos perdido. Aprendemos en manadas, guiados como ovejas hacia un destino que nunca cuestionamos, acorralados por las expectativas y las normas que nos han impuesto. Sin despertar, sin liberarnos, seguimos el ciclo de esta raza universal, perdiéndonos en el vicio de andar sin pensar, sin detenernos a cuestionar.
Nacemos, estudiamos, nos profesionalizamos, nos casamos, nos multiplicamos. Trabajamos, prosperamos, morimos y heredamos. Y así, en ese amanecer infinito, cumplimos con lo que la vida nos dicta, sin nunca darnos cuenta de que hemos olvidado el verdadero camino, de que hemos desistido de soñar. A nuestros hijos les inculcamos las mismas costumbres, les enseñamos a no despertar, a seguir el rebaño, porque ser diferente, ser consciente, es una locura en un mundo que solo entiende de normas y patrones.
La manada no espera a nadie, porque en esta sociedad, todos somos dioses sin par. Conquistamos, devoramos, olvidamos. Dominamos, imponemos, esclavizamos. Hemos llevado la evolución a un punto donde lo inhumano se ha convertido en norma, donde aceleramos el desgaste de todo lo que es calculado, predecible. Y tal vez, solo tal vez, un día al amanecer, te des cuenta de lo simple que podría ser la vida, de lo mucho que hemos perdido en esta carrera sin fin.
Quizás ya estés repitiendo cada día sin anhelos, sin sueños. Quizás ya lo estés viviendo, y tal vez, solo tal vez, lo estés aborreciendo. La vida es tan corta, tan efímera, que si nos dedicamos a vivir en esta esclavitud, lo único que lograremos es reencarnar en la multitud, repetir el mismo ciclo, una y otra vez. Días sin sol, lunas sin amor, caminando por calles vacías, sin que nadie te escuche, sin que nadie te ame.
Pero el despertar, ese despertar que tanto necesitamos, está en tus manos. No caigas en lo humano, en lo que te han dicho que debes ser. Rompe las cadenas, cuestiona el camino, y tal vez, solo tal vez, encuentres la luz que tanto has buscado.
Por: Juan Camilo Rodriguez
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