En la prisión de lo humano...
En la prisión de lo humano, los barrotes de la razón encarcelan al corazón. Nos movemos en una rutina que se convierte en días, y esos días escriben nuestros años. Los profetas de dioses, que alguna vez fueron símbolos de esperanza, se transforman en lacayos de un sistema que nos oprime.
Cada día, cuento mis penas, olvidando las quejas. En esta prisión, la vida nos añade barrotes y cadenas con formas de religión, política y consumo. ¿Será la muerte una llave a la esclavitud o tan solo una entrada para profundizarla? Me pregunto mientras las noches se alargan y los días se acortan.
Barrotes de fe, esclavitud de dioses. Promesas incumplidas, esclavitud de decepciones. El ego nos esclaviza con el poder, y los recuerdos nos encadenan a cosas que no se realizaron. La vida misma se convierte en un carcelero, esclavizando nuestros pasos y encerrando nuestras ideas.
Anhelamos la libertad de hechos, la libertad de verdades, la libertad de creencias. Pero en esta prisión de lo humano, solo los sueños parecen liberarnos.
Siento el peso de los días sobre mis hombros, cada uno marcado por la rutina y la monotonía. Despierto y veo los mismos muros, las mismas caras, los mismos sueños sin realizar. El aroma del café matutino es una constante, una pequeña chispa de normalidad en un mundo de incertidumbre.
Mis pensamientos son un torbellino. ¿Cómo es que llegué aquí? La fe, que alguna vez fue un faro de esperanza, ahora se siente como una cadena. Las promesas rotas, los sueños incumplidos, todo se acumula, formando una prisión invisible pero tangible.
El viento sopla suavemente a través de la ventana, trayendo consigo el aroma de la libertad que nunca he conocido. Me pierdo en los recuerdos de lo que podría haber sido, de las oportunidades que dejé pasar, de los caminos que no tomé.
Los dioses que alguna vez adoré ahora me parecen distantes, indiferentes a mis luchas. Las voces de los profetas resuenan en mi mente, pero sus palabras han perdido su poder. El ego, ese cruel maestro, me empuja a buscar más, a nunca estar satisfecho.
Mis pasos son pesados, cada uno cargado con el peso de las decisiones pasadas. Me muevo a través de los días como un espectro, buscando una salida, una grieta en los muros de mi prisión.
A veces, en la quietud de la noche, cierro los ojos y sueño. Sueño con un mundo sin cadenas, sin barrotes. Un lugar donde puedo ser verdaderamente libre, donde mis ideas pueden volar sin restricciones, donde mi corazón no está encarcelado por la razón.
Me pregunto si alguna vez encontraré esa libertad, si alguna vez romperé las cadenas que me atan. Pero hasta entonces, seguiré soñando, seguiré buscando. Porque en la prisión de lo humano, los sueños son mi única escapatoria.
En este rincón de la existencia, donde los días se confunden con las noches y la esperanza parece un susurro lejano, me aferro a los sueños. Son mi refugio, mi escape, mi promesa de libertad en un mundo de esclavitud. Y mientras haya sueños, habrá una chispa de esperanza en la prisión de lo humano.
Por: Juan Camilo Rodriguez .·.
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