El navegar viviendo....
¿Cómo sentirte diferente cuando eres artífice de tus propias realidades? Es una pregunta que me ha rondado la cabeza por un buen tiempo. Es como vivir en un eterno laberinto donde cada decisión, cada giro y cada paso lo dibujamos nosotros mismos. Entonces, ¿a quién culpar cuando el destino parece torcido? No hay más remedio que mirar en el espejo y enfrentar la cruda verdad: todo lo bueno, lo malo, lo feo y lo hermoso de nuestra existencia, lo hemos esculpido con nuestras propias manos.
El presente, ese tirano implacable, nos atrapa con la gravedad de la tierra, corta las alas de nuestros sueños más audaces y aterriza cualquier fantasía que alguna vez albergamos. El alma, marcada y reescrita tantas veces por las cicatrices del pasado, se vuelve ilegible, como un viejo libro de memorias con páginas rotas y tinta corrida. El olvido se escribe con mala letra y el futuro, con una caligrafía que no encaja, que no logra tomar forma en nuestra mente. ¿Quién, en su sano juicio, querría resumir el libro de la vida cuando está plagado de tachones y correcciones?
El tiempo, ese viento sin rumbo, nos sopla en direcciones imprevistas, siempre con la fuerza de iniciar algo nuevo y con las anclas de finalizar lo viejo. Vivimos en un ciclo perpetuo de comienzos y finales, de nacimientos y muertes, de encuentros y despedidas. Y aunque intentemos escapar de los finales, son tan inevitables como el amanecer después de la noche. Nos aferramos a la idea de que cada final es solo un preludio a un nuevo comienzo, pero en realidad, el barco en el que navegamos no se detiene, simplemente cambia de dirección y de mar.
El sabor amargo de la verdad es que nacemos para nunca parar. Somos navegantes en un mar infinito, cambiando de barco y rumbo cada vez que la muerte nos da un nuevo pasaje. Es un viaje interminable, donde cada ola que rompemos y cada tormenta que atravesamos nos forja, nos cambia y nos define. Y en medio de este océano de incertidumbres, la única constante es el cambio mismo, esa metamorfosis constante que nos impulsa a seguir adelante.
Entonces, ¿cómo sentirnos diferentes cuando somos los arquitectos de nuestras propias realidades? Quizás la respuesta no esté en cambiar lo que hacemos, sino en cómo lo hacemos. En lugar de temer al destino, debemos abrazar nuestras verdades, por más duras y crudas que sean. Es en esa aceptación donde encontramos la verdadera libertad, donde nuestras alas pueden desplegarse sin temor y donde nuestros sueños pueden finalmente alzar vuelo. Porque, al final del día, la vida no es más que un libro en blanco esperando ser escrito con la tinta de nuestras decisiones, por erráticas que sean.
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